¿Y si Alcaraz está pidiendo ayuda?
¿Y si Carlos Alcaraz está pidiendo ayuda? ¿Y si el español de 21 años dice, sin saber que lo está diciendo, que necesita consejos, una serie de conversaciones profundas que le permitan ampliar y cambiar su perspectiva?
Pero antes de entrar en eso: Carlos Alcaraz es un crack, un tenista único. Podría perder todos los partidos que juegue hasta el cierre de la temporada y esa afirmación no variaría. Tampoco cambiaría el hecho de que su 2024 es el sueño de cualquier jugador: dos títulos de Grand Slam y la medalla de plata olímpica.
Pero cuando un deportista ambicioso y delicioso como Alcaraz, tocado con la varita mágica, destroza la raqueta con la rabia y frustración que se vio en Cincinnati y se autoflagela luego a extremos llamativos en la rueda de prensa posterior a su eliminación en la segunda ronda del US Open, la legítima impresión es que algo importante pasa por su cabeza. Algo que no está acertando a controlar y que no puede solucionar con las herramientas que usó hasta ahora.
[Este contenido ha sido publicado en la página web de Clay y ha sido reproducido íntegramente en Relevo]
Es así imaginable que esté pidiendo ayuda, aunque él mismo no lo sepa.
Comparar a Alcaraz con Rafael Nadal es habitual y tiene todo el sentido. Hay muchísimos puntos de contacto en la irrupción fulminante de ambos españoles en el primer plano. Pero hay, también, diferencias importantes.
Nadal era (es) alérgico al show, en tanto que Alcaraz lo ama, lo busca como si hubiera nacido en Nueva York en vez de en Murcia. Alcaraz ha dicho más de una vez que, además de ganar el punto, él quiere ganarlo con espectacularidad, está convencido de que su misión es esa, de que no se completa como tenista si no enloquece a los espectadores con esos tiros mágicos que de tanto en tanto saca de una raqueta transmutada en galera.
Otra diferencia con Nadal es que en 2005 el mundo de las redes sociales no existía. Al mallorquín se lo seguía torneo a torneo, en una cobertura esencialmente analógica, de prensa escrita y radial, y con la televisión como invitada. A Alcaraz, en cambio, se lo sigue partido a partido, set a set, punto a punto, frame a frame. La presión que soporta a sus 21 años no es normal, aunque él haya crecido en ese mundo y diga que lo disfruta.
Hace unos meses, la exesquiadora estadounidense Lindsey Vonn dijo al Comité Olímpico Internacional (COI) que si pudiera pedirle algo a la Inteligencia Artificial (AI), sería limpiar sus redes de "haters", de mensajes agresivos y envenenados. Le dijeron que sí, que eso está en marcha.
No parece que a Alcaraz le preocupen los "haters", que existen también en su caso. Pero algo le preocupa, algo se retuerce en su ser hasta manifestarse en forma de calambres, raqueta hecha añicos o la sensación de no ser capaz de pegarle bien a la pelota nunca, que es lo que dijo que le sucedió en la noche del jueves al caer 6-1, 7-5 y 6-4 ante el holandés Botic van de Zandschulp.
"Mentalmente no estoy bien", añadió.
Alcaraz ya envió su mensaje, casi podría decirse que lo está enviando a los gritos. Resta saber quién lo está escuchando.