OPINIÓN

Pagar una entrada para ver tenis ya te da más derechos que llamarse Novak Djokovic

Novak Djokovic, tras abandonar la pista en semifinales del Open de Australia/Reuters
Novak Djokovic, tras abandonar la pista en semifinales del Open de Australia Reuters

La historia la conocen: Novak Djokovic, diez veces campeón del Open de Australia, pierde el primer set ante Alexander Zverev en el tie-break y decide retirarse del partido y del torneo. El resto probablemente también les suene: inmediatamente, se percibe un murmullo en la grada que se va convirtiendo en tímidos silbidos y deriva en un sonoro abucheo. ¿Por parte de todos los espectadores? Obviamente, no, pero sí por parte del suficiente como para que las cámaras de televisión lo recojan y el jugador serbio se plante, retador, a hacer gestos antes de marcharse al vestuario.

Al poco rato, Alexander Zverev toma el micrófono y amonesta al público: "Por favor, no abucheéis a un jugador lesionado. Sé que todo el mundo ha pagado una entrada, pero Nole ha ganado este torneo con una rotura abdominal y con una rotura de isquiotibiales… si se ha retirado en unas semifinales es porque no podía seguir jugando". Da en el clavo y hay que reconocer que así lo admite la gran mayoría de los aficionados que estaba en la Rod Laver Arena y rompen a aplaudir: que te hayas gastado dinero en un espectáculo es una decisión tuya. El artista no tiene la culpa de que las cosas salgan mal.

Sobre todo cuando el artista, o el deportista en este caso, ha avisado antes. Novak Djokovic advirtió en la rueda de prensa posterior al partido contra Carlos Alcaraz de que, si hubiera perdido el segundo set, se hubiera retirado. Uno gestiona el dolor como mejor sabe y si llega el momento en el que no merece la pena, lo mejor es no forzar una lesión a cambio de nada. Lo ha hecho el serbio en el pasado, lo ha hecho Nadal y si no lo hizo el propio Alcaraz en las semifinales de 2023 en Roland Garros fue por puro orgullo. En definitiva, no todo el mundo es Roger Federer, que acabó su carrera sin retirarse jamás en medio de un partido. Y no fue una carrera corta.

Djokovic sobre su futuro en Australia.

Aumentando el agravio

Así que el problema, más allá de la dictadura del público que se ve en muchos ámbitos y no solo en el tenis, es que nadie se creyó a Djokovic. No le creyó ni Alcaraz, quien, además, lo dijo públicamente en su turno ante los periodistas. Unos periodistas que, para más inri, al menos en España, tergiversaron las palabras de Novak: cuando le preguntaron si se había dado cuenta que su tiempo médico había desconcentrado a su rival, el serbio respondió que sí, que se había dado cuenta y que eso también le había pasado a él en situaciones parecidas ante rivales lesionados.

No sé en qué momento eso se convirtió en un "Djokovic reconoce que usó el tiempo médico para desconcentrar a Alcaraz". Supongo que es una cuestión de prejuicios. Por supuesto, Djokovic es un competidor tan voraz que a menudo abusa de trucos extradeportivos para lograr sus objetivos en la pista. Ahora bien, este no era el caso: Djokovic llegó a Australia después de perderse el final de la pasada temporada por unas molestias que no quiso concretar. Tuvo problemas contra Alcaraz y no se vio capaz de, en sus condiciones físicas, seguir el partido contra Zverev. Tiene 37 años, agravar cualquier lesión podría ser catastrófico.

Es probable que el público hubiera abucheado a cualquier otro tenista que le hubiera privado de sus cuatro horas de espectáculo de gladiadores bajo el calor atosigante de Melbourne… pero uno tiene la sensación de que con Djokovic todo el mundo se ceba más. No cae bien, punto. A veces, el chico se esfuerza y, a veces, sinceramente, no. En cualquier caso, se ve que es algo que le preocupa y no puede evitar vivir en el agravio constante. Lo curioso es que esto se haya acentuado en los últimos años de su carrera, los años en los que, como leyenda, debería estar por encima del bien y del mal para el aficionado y en los que, curtido por el tiempo, el propio Djokovic ya debería estar de vuelta de los comentarios ajenos.

Lo que nos separa del abismo

Y, sin embargo, no lo está. Sigue dolido y sigue escenificando ese dolor. Le pasó con los comentarios del periodista de Channel Nine, que no pasaban de una broma de mayor o menor gusto, y le pasa cada vez que el público no está de su lado. Eso, irónicamente, le hace más vulnerable. El aficionado que ve el tenis como puede ver una rivalidad futbolística o política -frente a mi ídolo, solo hay enemigos- tiende a ser más exigente con él, algo que no sucedía con Nadal o con Federer. Efectivamente, Djokovic ha ganado dos veces el Open de Australia lesionado y otras ocho, sin lesiones de por medio. En total, diez entorchados. Nadie se acerca a unas cifras así, solo comparables a las de Nadal en Roland Garros o a las de Federer en Wimbledon. Y, sin embargo, no parece haber servido de mucho.

Se podría pensar que tantas victorias le darían una cierta bula y puede, incluso, que en algún momento haya sido así, pero desde la polémica por la no vacunación del Covid en 2022, las cosas no han vuelto a ser lo mismo y la tensión se palpa. Es injusto, pero es así, y no sé hasta qué punto el dinero de las entradas tiene demasiado que ver en esto. El problema es que Djokovic es lo único que nos queda del glorioso pasado del "Big 3" y uno tiene la sensación de que habría que cuidarlo un poco. Darle un poco de cariño. Sé que cuesta, pero habría que intentarlo. De lo contrario, la retirada se acercará y nos dejará con Sinner, Alcaraz y la guerra que Zverev pueda darles de vez en cuando.

Del resto, ni se sabe. Tal vez el futuro -los Shelton, Tien, Fonseca, Rune y compañía- nos depare sorpresas, pero ahora mismo el circuito es un erial. Eso el público debería saberlo también. Si te gusta ir al tenis, bien harías en salvaguardar el espectáculo, y que Djokovic se lesione o se acabe de hartar no parece el mejor remedio. Más allá de la blasfemia de abuchear a un campeón en su templo, tendría que haber un cálculo posterior: ese templo aún necesita a su dios. No descartemos, por lo tanto, que, como suele pasar, los que más han abucheado, hayan sido los que entraron gratis. Cualquiera que haya ido a un concierto de música sabe de lo que hablo.