El peligro para Carlos Alcaraz no está solo en el tenis de Djokovic, también en sus infinitos juegos mentales en Australia
La novedad de los entrenadores a pie de pista, la presencia mayoritaria de serbios en la grada y la polémica con un medio australiano, factores a tener también en cuenta en el duelo de cuartos.

Prodigio deportivo de confianza casi ilimitada, a Carlos Alcaraz no le vendría mal observar tres asuntos peculiares de cara al choque de este martes con Novak Djokovic en los cuartos de final del Abierto de Australia.
Primero, tendrá, por primera vez, valga la redundancia, en un duelo con Djokovic, a sus entrenadores en pie de pista. Segundo, el poder de los serbios en la grada se hará notar. Y tercero y último, Djokovic activó a pleno la usina de juegos mentales.
Afirmar que el serbio de 38 años es más fuerte mentalmente que el murciano de 21 es una obviedad: Djokovic lleva más de dos décadas en el circuito y ha demostrado un poder mental de otro mundo. Roger Federer puede dar fe.
En Australia, el serbio está usando un disco energético que genera campos electromagnéticos y le sirve, dice, para aliviar problemas.
"Tengo problemas de estómago frecuentemente, me pongo nervioso antes de partidos importantes. Me ubico el disco unos 20 o 30 minutos sobre el estómago y me soluciona el problema. Conozco un doctor en Serbia, que es también un ingeniero, y creó esto para mi".
Deporte tremendamente mental, en ese aspecto el serbio tiene ventaja sobre Alcaraz. Pero esta vez, a diferencia de situaciones como las semifinales de Roland Garros 2023 o la final de los Juegos Olímpicos de París 2024, Alcaraz podrá disponer del consejo directo y constante de sus entrenadores. Lo mismo podrá hacer Djokovic, por supuesto, con su nuevo entrenador, Andy Murray.
La novedad, otra vez, le aporta más a Alcaraz que a Djokovic, porque Alcaraz necesita a sus entrenadores durante los partidos más que Djokovic, alcanza con recordar los calambres o las desconexiones, cada vez menos frecuentes, pero bastante recientes. Aunque él diga que no, aunque él diga que a ambos les viene "bien por igual".
"¿Que sea mejor para mí que para Novak? No lo creo", dijo Alcaraz a Relevo en Melbourne. "Novak es uno de los mejores jugadores de la historia, yo creo que él es lo suficientemente humilde como para escuchar a su equipo".
"En partidos clave te ayuda un poco al tema de la comunicación más a menudo, y para mí también es más fácil oírlo. Cuando los ponen arriba, muchas veces entre el público, por el jaleo y demás no los escucho muy bien. Tenerlos ahí ayuda".
Djokovic lo tendría difícil en el fútbol
En esas gradas habrá muchos serbios, muchos más que españoles. Y cada serbio vale por tres o cuatro. Tendrá que tener en cuenta Alcaraz que el público puede esta vez jugar un papel mayor al de choques anteriores con el serbio. En su contra, claro.
Esto se enlaza con los juegos mentales a los que es tan afecto Djokovic. La polémica por los comentarios del presentador del Canal 9 australiano fue creada y potenciada por el propio serbio, que no podría haber sido futbolista o jugador de la NBA: allí se escuchan cosas 50 veces peores que las bromas sin gracia de Tony Jones.
Años atrás, Djokovic entró juntó a Rafael Nadal a La Bombonera, el estadio de Boca Juniors, a patear unos penaltis. El día anterior se había declarado hincha de San Lorenzo, "como el Papa", y la afición de Boca no se lo perdonó.
Mientras Nadal acertaba los penaltis, Djokovic los fallaba o le pegaba defectuosamente al balón. Se fue a los vestuarios con lágrimas en los ojos. Como en tantos otros órdenes, hizo del dolor su fuerza, aprendió a ya no dejar pasar una oportunidad de, desde la victimización, convertirse en el más fuerte, en el hombre al mando.
La artificial polémica con el Canal 9 australiano le sirve a Djokovic para eso: para que en las gradas los muchos australianos que no lo quieren se lo piensen dos veces antes de hacérselo notar, para que el periodismo lo trate con guantes de seda, para que incluso su rival se vea imbuido de ese ambiente de consideración a un hombre que viene de ser víctima de una agresión intolerable. Porque es la idea instalada, y no es un asunto menor.
El diablo está en los detalles. Y eso, Djokovic lo sabe mejor que nadie.