Movistar Plus+ demuestra en una hora por qué te pasaste veinte años equivocado con Feliciano López
Maradona decía de Paolo Maldini que era "demasiado lindo para jugar al fútbol" y algo de eso ha habido siempre en Feliciano López: su figura imponente, su larga melena, su pose de modelo de Armani siempre rodeado de bellezas a la altura… Uno se lo cruzaba en alguna discoteca de Madrid a las tres de la mañana y aquel hombre, con la bufanda aún anudada al cuello, parecía salido de otro planeta. Una especie de segundo advenimiento en medio de la pista de baile que obligaba al resto a resignarse y ocupar su lugar.
Feliciano López, como Cristiano Ronaldo, era guapo, rico y jugaba bien a lo suyo. Lo tenía todo para que el aficionado medio español lo odiara y a fe que lo consiguió: que si era un vago, que si le gustaba demasiado la buena vida, que si no se centraba, que si era todo percha… Feliciano, como Verdasco, tuvieron la mala suerte de llegar al tenis masculino español en un momento en el que el tenis masculino creía no necesitarlos: veníamos de disfrutar de Moyá, Ferrero o Corretja… y teníamos delante de nuestras narices a Rafa Nadal, a David Ferrer, incluso al combativo Nico Almagro.
Feli tenía eso que un español nunca perdona: un talento extraordinario mal aprovechado. Como dice su padre en el documental que le dedicó este verano Movistar Plus+: "No entiendo no ser estricto y no ser exigente". Feli no era estricto. Y desde luego no era exigente. Feli no rompía raquetas lleno de rabia ni se golpeaba con ellas hasta sangrar como si de un tenista ruso maldito se tratara. Feli flotaba, un revés cortado tras otro, un saque y una volea, todo tan poco español que costaba acostumbrarse.
El hombre de los 10.000 saques directos
El éxito destroza las perspectivas. Con Feliciano tenemos la sensación de que no llegó a nada porque no ganó catorce veces Roland Garros y ni siquiera pisó las semifinales de un Grand Slam. Olvidamos interesadamente todo lo demás: la Copa Davis de Mar del Plata, el título en París con Marc López, los 79 grandes disputados consecutivamente, las 972 semanas ininterrumpidas entre los 100 primeros de la ATP, algo solo superado por Nadal, Federer, Djokovic y Agassi… o los 10.250 aces a lo largo de su carrera, una barbaridad que solo Isner, Karlovic y Federer superaron.
Feliciano López fue, irónicamente, la clase media trabajadora y nunca supimos reconocérselo. Sí, mucha discoteca, pero también mucho entreno. Nadie se pasa casi 15 años seguidos entre los 100 mejores del mundo bailando con supermodelos. Nadie mantiene esa regularidad con una vida disipada y poco profesional. Sí, Feli se divertía, y, sí, Feli era "despistado", en sus propias palabras, tal vez por querer marcar distancias con la disciplina militar de su padre y su infancia en Melilla… pero, detrás del Feliciano había un López dispuesto a dejarse la vida hasta los 42 años, sobre la hierba del ATP de Mallorca.
Si hay que elegir un momento de la carrera de Feli, yo me quedo con los dos torneos de Queen´s que conquistó en 2017 y 2019, es decir, cuando estaba a punto de cumplir 36 y 38 años respectivamente. Me quedo con la belleza de esos partidos sobre la hierba londinense. A Feli le encantaba Wimbledon y nadie se explica cómo es posible que nunca pasara de cuartos de final con ese enorme talento para el saque y esa precisión en la red. Al menos, en Queen´s tuvo su pequeño desquite.
Y no, no voy a comparar un torneo con el otro, pero, de nuevo, permítanme que me descubra ante la belleza. Ante la elegancia blanco brillante de Feli en Londres, el recital continuo de bolas a la línea, de inteligencia en el juego, de ir más allá del golpe ganador y buscar el golpe imposible de devolver, el que lleva un efecto diabólico que obliga al contrario a buscar la pelota en cualquier lugar alejado. Lo que era el tenis antes de estos tiempos de misiles y esteroides. Puede que Feli fuera peor cuando más se esperaba de él y mejor cuando se quitó de encima las expectativas y entendió que su reino no era de este mundo. Algo parecido a lo que le pasó a Adrian Mannarino el año pasado, a una edad similar.
El ocaso de la clase media
La edad. Feli, ya lo hemos dicho, nació en el momento equivocado. Si en vez de hacerlo en 1981, lo hubiera hecho en 2001, estaría abriendo ahora mismo telediarios. Porque ahora tenemos a Alcaraz, sí, pero ¿dónde quedó la clase media a la que tanto hicimos de menos? Se acerca la nada. El vacío absoluto si Landaluce o Jódar no lo evitan, que nunca se sabe.
Porque, de algún modo, el sustituto de Feli tendría que haber sido Alejandro Davidovich. Y no es que su juego se parezca demasiado, pero ambos destilan ese aroma a talento puro, a golpe imposible, a partido imprevisible. Si no espabila, Davidovich se retirará y diremos lo mismo que muchos decían de Feliciano: no estuvo a la altura de sus verdaderas posibilidades. Como si las posibilidades fueran algo ajeno a la realidad, que es algo que siempre me ha fascinado. Uno hace exactamente lo que puede hacer. Si no lo hace de otra manera es, precisamente, porque no puede.
Davidovich, decía, podía haber sido ese aspirante a top 10 con picos de excelencia, fuera en la Davis, fuera en alguna superficie concreta. Aún puede serlo, por supuesto. El hecho de que haya contratado a Verdasco como entrenador es una muestra perfecta de que él sabe que está derrotado en el casino y solo le queda el doble o nada. La tirada maestra. Cualquier día de estos se pasa por un torneo francés y dedica quince minutos de partido a insultar a grito pelado a todo el público mientras su entrenador llora emocionado.
En fin, volviendo a Feli: que los árboles no nos dejaron ver el bosque y nos dejamos llevar por los prejuicios. Pasa a menudo en el deporte. Empieza a correr el rumor y a ver quién lo placa una vez coge velocidad. Por eso el documental merece tanto la pena: porque, de alguna manera, confirma la sospecha, pero demuestra que Feli era inocente. Hacía falta una hora de datos y saques cortados a la esquina para entender que nos equivocamos durante veinte años. Y no es poco tiempo. Como aquellos barras bravas que repetían "Feli tiene miedo" mientras Feli se pasaba por la piedra sin pestañear a sus ídolos.