OPINIÓN

¿Cinco Grand Slams en el tenis? Los puede organizar Gerard Piqué

Carlos Alcaraz celebra su título en Roma/Getty Images
Carlos Alcaraz celebra su título en Roma Getty Images

Opciones de ocio hay muchísimas. Deportes, también. ¿Por qué, entonces, unos resisten el paso del tiempo y otros no? ¿Es realmente mucho más interesante ver a dos señores o dos señoras darle raquetazos a una pelota amarilla que ver a un atleta o una atleta formidables dar saltos mortales sobre una barra fija? ¿Merecen unos ganar millones de euros mientras los otros sobreviven a base de ayudas de patrocinadores y federaciones? Pues no tengo ni idea. El caso es que es así. Y cuando algo funciona tal y como es, la consigna del pragmatismo lo deja claro: mejor no cambiarlo.

Esto viene a colación de la reivindicación del director del torneo de Roma, quien, aún entusiasmado por la final que vimos entre Alcaraz y Sinner, protestó por el hecho de que no pudiera haber más grand slams o, al menos, hacer que los Masters 1000 repartieran más puntos. Sobre lo segundo, no voy a entrar. El ránking ha sufrido tantísimas modificaciones a lo largo de los años, que no se puede hablar de una tradición establecida. A mí, nostálgico irredento, me gustaba cuando la puntuación de los grand slams pesaba más y cuando te daban más o menos puntos según el ránking de tu oponente, pero entiendo que eso son cosas mías no generalizables.

Lo que no es una cosa mía es que los grand slams sean cuatro. Y que esos cuatro se disputen en Melbourne, Londres, París y Nueva York. Y aunque sé que, en el pasado, Australia y el US Open han ido cambiando de superficies, abandonando la hierba para pasar a la pista dura, las localidades se han mantenido invariables. Eso es por algo. Eso forma parte de lo que es el atractivo del deporte: su historia, su palmarés, su continuidad…

Los revolucionarios piensan que todo se puede cambiar. Puede que estén en lo cierto, pero el ejemplo de la Copa Davis de Piqué indica todo lo contrario, aunque él siga pensando que aquello fue una rebelión de los necios en su contra. Las pequeñas variaciones son necesarias, los grandes cataclismos son una señal de decadencia. Si en vez de cuatro grandes, hubiera ocho -Indian Wells, Roma, Shanghai y Arabia Saudí se querrían unir a la fiesta, seguro-, estaríamos hablando no de otro juego -las reglas serían las mismas-, pero sí de otro deporte.

El riesgo de la saturación

Hay una tendencia muy humana en el deporte actual de convencer por saturación. En el fútbol, lo vemos continuamente: Eurocopas de 32 equipos, amenazas de Mundiales cada dos años, Superligas con cuatro divisiones, Mundialitos con 32 clubes cuando los jugadores deberían estar descansando y preparando la intensa temporada que viene… En fin, el fútbol puede hacer un poco lo que le dé la gana porque es el deporte más visto del mundo y tiene más margen de maniobra. Los deportes "minoritarios" no pueden andarse con tantos juegos.

Sin renunciar a seducir nuevos públicos y con adaptaciones necesarias -la implantación de la tecnología para determinar si una bola es buena o no me parece un acierto, aunque no estoy seguro de que la máquina funcione siempre como debería-, el tenis es uno de esos deportes que dependen de su nicho de aficionados a los que no conviene marear. Si uno puede emocionarse con Alcaraz o con Sinner es porque les puede comparar con Nadal, Djokovic o Federer, cuyos éxitos son prodigiosos porque nos recuerdan a los de Sampras, Borg o Laver.

Hay un hilo de continuidad que atraviesa la historia y que nos hace valorar con mayor o menor precisión lo que vemos. Roma, por ejemplo, se beneficia también de ello, dentro de su estatus. Sabemos que no es lo mismo ganar en el Foro Itálico que en Ginebra. En su afán, precisamente, de dar una mayor grandeza a estos torneos, la ATP ha permitido que buena parte de ellos se extiendan durante dos semanas, normalmente en colaboración con el circuito de la WTA, en lo que, de por sí, ya se asemeja a un grand slam.

Cien metros, ni más ni menos

Ahora bien, si lo que se quiere es que sean exactamente lo mismo, diría que es imposible. La diferencia siempre estará en los 128 jugadores y en los partidos al mejor de cinco sets. Lo que separa a los niños y las niñas de los hombres y mujeres. Un grand slam masculino a tres sets sería como un Tour de Francia sin montaña ganado por el mejor sprinter del pelotón. Un coñazo, vaya. Y no puede haber trece torneos al mejor de cinco sets porque, si los jugadores ya se quejan con lo que hay ahora, imagínense si les hacen pasar más horas en la pista.

Al final, las grandes citas de todo deporte lo son porque son especiales. ¿Es más difícil ganar en Scottsdale que en Augusta? Pues quizá, pero los campeones se deciden en Georgia. Todos los grandes premios puntúan igual, pero el encanto de Montecarlo no lo ha podido remedar ningún otro circuito urbano. Las dos palabras más bonitas en el deporte estadounidense, según la sabiduría popular, son "séptimo partido". ¿Por qué? Porque el hombre es un animal de costumbres y necesita seleccionar.

Pensar que esa selección es aleatoria es un error. Puede que lo fuera en un inicio, pero no lo es a estas alturas. Las cosas funcionan por algo, aunque ese algo sea inexplicable. Habrá a quien le guste mucho una carrera de tres mil metros obstáculos… pero lo que para el mundo son los cien metros lisos. Ni ciento cincuenta ni ciento veinticinco. Cien. Y las demás pruebas están muy bien, como Roma, pero no son lo mismo.