TENIS

"¿Y este por qué no se retira?" Andy Murray, Rafa Nadal y por qué las estrellas del tenis se niegan a dejar de ser niños

El documental de Amazon Prime sobre el tenista escocés ayuda a entender a la perfección a un deportista cuando aplaza lo que es inaplazable.

Andy Murray se despide del público de los JJOO de París en su último partido como profesional del tenis/Reuters
Andy Murray se despide del público de los JJOO de París en su último partido como profesional del tenis Reuters
Guillermo Ortiz

Guillermo Ortiz

Todo lo que el aficionado al deporte debe saber sobre sus estrellas, sus miedos y su necesidad a menudo incomprensible de alargar sus carreras se puede encontrar en el minuto 33 del documental sobre Andy Murray que emite Amazon Prime, cuando el tenista británico confiesa: "Os parecerá una tontería, pero si me tengo que retirar, si tengo que dejar de jugar… no sé qué voy a hacer. Siempre he estructurado mi día en torno al entrenamiento. Me preocupa perder esa estructura. Perder algo que has hecho durante toda la vida: eso me preocupa".

Ahí, insisto, está todo. Y dudo si debemos aplicarlo solo al deporte o valdría para cualquier otra cosa. Paul McCartney, por ejemplo, tocará en Madrid el próximo 10 de diciembre, solo que Paul no tiene una rutina que acompañe a su gira. Puede echar de menos la gloria, el aplauso, el público rendido, la sensación de superioridad que da el escenario, pero no la rutina. En eso es en lo que se distingue de Andy Murray o de Rafa Nadal o de cualquier deportista que se nos venga a la mente cuando pensamos: "¿Y este por qué no se retira?"

Como, además, el documental se centra precisamente en las dudas de Murray después de su lesión de cadera en 2017 -cuando era ni más ni menos que el número uno del mundo- y apenas hay imágenes de partidos porque apenas pudo jugar el escocés competición alguna, esa rutina aparece perfectamente reflejada. Porque miramos al lado equivocado si nos centramos en la adrenalina de la competición. Lo que impide al deportista de élite retirarse es el hecho de que lleve desde los nueve o diez años repitiendo todos los días los mismos ejercicios, soportando el mismo sufrimiento, sacrificando su vida normal en pos de un objetivo a menudo difuso.

Y esa "vida normal", esa vida que él o ella sabe que existe, pero que hasta ahora ha tratado como algo ajeno, como algo necesario, vale, pero no consustancial a lo que el deportista es, llama a la puerta insistentemente, con su legión de periodistas sacando el tema todo el rato. El pánico es comprensible. La necesidad de aplazar lo inaplazable se entiende a la perfección. Nos podrá doler más o menos como aficionados, pero es lo que hay. Solo la evidencia más clara en forma de derrotas y dolor les hará cambiar la opinión.

El chico de la cadera de metal

Y en ocasiones, ni eso. Volvamos a Andy Murray y al documental de Amazon: el dolor es constante durante al menos un año. Tan persistente, tan agudo, tan incapacitante, que decide retirarse tras el Open de Australia de 2019, cuando ya lleva casi un año y medio alejado del día a día del circuito. La lesión es tan grave que Murray solo sueña con poder volver a andar, poder jugar con sus hijos, poder echar un partidillo con amigos sin sentir ese dolor que le acompaña de la mañana a la noche… así que decide ponerse una prótesis de metal como cadera.

Él insiste en que no lo hace por el deporte. No, qué va. Lo hace por su vida normal, la decisión ya está tomada: Open de Australia 2019 y a casa. Solo que la operación va bien. Tan bien que el dolor desaparece. Tan bien que a la rutina de la rehabilitación le vuelve a seguir la rutina del entrenamiento… y Murray se replantea la retirada. Tanto, que estamos en julio de 2024 y ahí seguimos, esperando a ver qué hace en el dobles con Dan Evans para despedirnos de él de manera definitiva.

La cirujana no da crédito. En un momento dado, cuando Murray le explica su decisión de volver al tenis profesional, la doctora le dice: "Hay un quince por ciento de posibilidades de que, en siete años, la prótesis se vuelva inservible y haya que volver a operar. ¿Te merece la pena volver a pasar por eso solo por siete años de tenis?" Se nota que la doctora no ha visto el resto del documental, de lo contrario no haría esa pregunta.

A Murray le sirve, claro que sí, y ahí lo deja el documental, grabado antes incluso de la pandemia y que no incluye, claro, la reclusión del Covid y las operaciones posteriores de Murray, que, nunca, en ningún momento, volvió a alcanzar un nivel siquiera parecido al de 2016, pero que ha ido aplazando su retirada hasta este mismo verano, que ya es tiempo. Está fuera de los 130 primeros del ranking y en su último torneo de Grand Slam -el Australian Open de este mismo año- apenas le pudo ganar ocho juegos a Tomás Martín Etcheverry en la primera ronda.

El complejo de Peter Pan

Hay algo más en el documental. Algo que tiene sentido: no solo la disciplina sino el propio amor por el juego. Algo más existencial, si se quiere. Un poco más adelante, casi al final, entre las dudas tras la operación, Andy Murray deja una nota de voz a alguien, tal vez a sí mismo: el tenis le remite a la infancia, el tenis le remite a aquel niño que hacía preguntas. La infancia de Murray, como ya es sobradamente sabido, no fue fácil: era alumno de la escuela de Dunblane en la que entró un lejano conocido de la familia, Thomas Watt Hamilton, arma en mano, llevándose por delante a quince niños y un adulto.

Murray sobrevivió, pero algo tuvo que quedarse detrás de esa puerta cerrada en la que la profesora escondió a toda la clase. Algo que no se quiere ir. Si los deportistas le temen a la vida normal, es lógico que glorifiquen la época en la que empezaron a ser especiales y nadie les pedía explicaciones. Andy Murray, como, probablemente, Rafa Nadal, tienen algo de niños perdidos que aspiran a ser Peter Pan. Cuando jugar era divertido. Cuando aprendían cada día algo nuevo. Cuando su cuerpo respondía a cada exigencia.

Renunciar a eso es complicado. La tentación de quedarse para siempre dentro de la burbuja la hemos tenido todos, cada uno en nuestros ámbitos. Huir de la normalidad de la casa, los niños y el dolor que reaparece de vez en cuando. De la búsqueda constante de nuevos negocios o de las horas malgastadas delante de la tele o las redes sociales. Hacer ejercicio, sí, pero sin propósito, una cosa relajada de un par de horas en el gimnasio, quizá algún peloteo con algún otro profesional retirado que venga a comer ese día. El tedio, el torpor, que diría Fernando Pessoa en boca del oficinista Bernardo Soares.

El abismo de la vida sin finalidad. Algo a lo que nosotros nos enfrentamos a los dieciocho o tal vez a los veintitrés, pero que ellos aún se pueden permitir ver desde la distancia. "Me he ganado retirarme cuando lo decida", repite Rafa Nadal como antes repitió Andy Murray. Los dos tienen razón. Nunca el Capitán Garfio consiguió acabar con el héroe. La infancia es adictiva, la sensación de poderlo todo, también. Cuando se retira Andy Murray, ¿no deja de ser un poco Andy Murray también? ¿No se podría decir lo mismo de Rafa Nadal? ¿Quién es Miguel Induráin cuando no gana cinco Tours de Francia? Son preguntas incómodas y, como buenos niños, prefieren esquivarlas hasta que no quede remedio.