All Blacks y Springboks se enfrentarán en una nueva final con Lomu y Mandela en el recuerdo
La reedición de la Final de 1995 determinará cuál es la nación más laureada de la historia de los Mundiales
Neozelandeses y sudafricanos ya han sellado su pase a la final del Mundial. Aquellos All Blacks que aterrizaron con dudas en Francia y que cayeron en el partido inaugural ante los anfitriones, ahora vuelven a ser la selección más temida del planeta tras vencer a Irlanda, que llegaba como número uno del ranking mundial, y pasar por encima de unos Pumas que poco pudieron hacer ante el juego desplegado por los kiwis.
El próximo sábado en el Stade de France, se verán las caras con su mayor rival, los Springboks, que tras despertar a Francia del sueño de ganar un Mundial en casa, dejaron dudas ante una Inglaterra que casi los elimina a base de golpes de castigo y drops.
Sin embargo, todo eso poco importa ahora. Tan solo 80 minutos separan a ambos equipos de la cima del rugby mundial. Tres copas del mundo en cada una de sus vitrinas. Una oportunidad única para convertirse en los reyes de copas mundiales. Un nuevo capítulo de una rivalidad histórica con sabor a palomitas y aroma de celuloide.
28 años después de la final del Mundial de Sudáfrica de rugby, el destino ha querido entregarnos una reedición de aquel legendario partido. Lo que sucedió sobre el terreno de juego del Ellis Park de Johannesburgo trascendió el deporte y fue mucho más grande que cualquiera de sus protagonistas. La victoria de los Springboks ante los All Blacks en junio del '95 por 15 a 12 supuso un cambio de paradigma en un país dividido por el racismo que se encontraba ante la gran oportunidad de acabar con décadas de conflicto y Apartheid. Nelson Mandela lo supo desde el principio.
Más que un Mundial, más que un Presidente
Cuenta la leyenda que fue en Barcelona '92 donde Mandela empezó a ser consciente del poder unificador del deporte. En aquella ceremonia inaugural, el sudafricano fue testigo presencial de la convivencia y la armonía entre atletas que representaban países en guerra. Quizá el deporte fuese el pegamento que Sudáfrica necesitaba para terminar con la diferencia entre negros y blancos. Pronto tendría la oportunidad de demostrarlo.
Tres años después de aquellos Juegos Olímpicos, Sudáfrica participó en su primer mundial de rugby y lo hizo como anfitrión. Tras ser apartada de las dos primeras citas mundialistas del deporte oval por sus políticas de apartheid, tuvieron la oportunidad de albergar un Mundial como única sede, algo inédito hasta la fecha.
Durante la preparación de aquella Copa del Mundo, el recién electo presidente sudafricano se reúne con el capitán de los Springboks, François Pienaar para transmitirle su visión: Blancos y negros levantando juntos el trofeo William Webb Ellis. Una nación unida bajo el verde y dorado.
Tras muchos esfuerzos, Pienaar, Madiba y los suyos lograron alcanzar la final de la Copa del Mundo. Derrotaron a sus rivales sobre el césped y convencieron a la sociedad sudafricana fuera del terreno de juego. Los Springboks ya no eran aquel equipo que representaba la supremacía blanca y la discriminación. Aquella gacela que portaban sobre el corazón, ahora era el símbolo de toda la nación.
Los (no tan) invencibles All Blacks
La gran mayoría de la gente conoce la historia tras esta final gracias al libro de John CarlinEl factor humano o su posterior adaptación a la gran pantalla bajo la dirección de Clint Eastwood, Invictus. Esto supone que muchos hechos hayan pasado el filtro del lenguaje cinematográfico y se distancien en mayor o menor medida de la realidad.
Pese a ser representados en la película como un equipo invencible, lo más cercano al legendario equipo de extraterrestres malvados de Space Jam, lo cierto es que en 1995 los All Blacks tenían un récord negativo ante Sudáfrica (19 victorias, 20 derrotas, 2 empates). Aun así, llegaban imparables a aquella final en Johannesburgo, tras derrotar a Inglaterra por 29-45 con cuatro ensayos de su estrella principal, Jonah Lomu.
El astro neozelandés era la sensación del momento. Nunca se había visto hasta aquel entonces un jugador de sus características. 190 cm de altura y alrededor de 120 kg de peso que se desplazaban por el terreno de juego con la velocidad de un caza de combate y la contundencia de una bola de demolición. Antes de la final, batió el record de ensayos en una única edición del mundial con 7 anotaciones, algo que también logró en esa misma edición su compatriota Marc Ellis. En la final, los Boks secaron a todos los neozelandeses con una defensa histórica que no encajó ni un solo ensayo. Todos los puntos fueron provenientes de tiros a palos y drops.
Un final de película
Las intenciones de Mandela, la capitanía de Pienaar y la movilización del país durante el Mundial ya eran dignas de película. Pero toda gran historia necesita un gran final, y esta lo tuvo.
El tiempo reglamentario finalizó con un empate a 9 en el marcador tras un intento fallido de drop de Mehrtens para poner por delante a los All Blacks. Ya en la prórroga, fue Joel Stransky quien sí logró anotar un drop legendario a la salida de una melé que dió la victoria a los Springboks. Una patada a bote pronto que no dejaba de ascender en dirección a los palos, como si la fuerza de todo el país lo empujase hacia el objetivo.
Con el pitido final del colegiado, Madiba vio realizada su visión. Sudáfrica celebraba unida un gran éxito deportivo. Blancos, negros, mujeres, hombres, niños y adultos celebraban que aquel país lleno de gente tan diversa había logrado dejar sus diferencias a un lado y conseguir un objetivo común. Eran campeones del mundo.
Mandela, ataviado con el polo y la gorra de los Springboks, descendió hasta el terreno de juego para entregarle en mano la Copa del Mundo a su capitán. Aquel viejo presidente y ese joven jugador de rugby habían logrado su objetivo. Habían cumplido un sueño que parecía impensable un año atrás cuando Mandela tuvo que recurrir a Invictus, un poema de William Ernest Henley que Madiba usó como guía espiritual durante su estancia en prisión, para convencerlo de que todo aquello era posible.
No importa cuán estrecho sea el camino, ni cuán cargada de castigos la sentencia, soy el amo de mi destino, soy el capitán de mi alma.
Autor del poema InvictusEl próximo sábado 28, Sudáfrica y Nueva Zelanda volverán a verse las caras en una final. Afortunadamente, cada vez parece más lejana la lucha por la igualdad de Mandela, aunque sigamos trabajando diariamente para conseguirla. Lo que es innegable es que el destino nos reserva un nuevo capítulo en la historia de este bello deporte, que en ocasiones puede llegar a ser mucho más que un simple pasatiempo.