MOTOGP

Valentino Rossi revive sus celebraciones más icónicas y el espíritu que cambió el motociclismo: "Eran tonterías pensadas en el bar"

Desde el Pollo Osvaldo hasta el retrete portátil, Valentino repasa sus locuras tras cada victoria y cómo convirtió MotoGP en un show inolvidable.

Una de las tantas celebraciones de Valentino Rossi. /MotoGP
Una de las tantas celebraciones de Valentino Rossi. MotoGP
Raquel Jiménez

Raquel Jiménez

Valentino Rossi vuelve a escena, esta vez desde el plató de PoretCast, el programa del actor Giacomo Poretti. El italiano fue el último invitado de una entrevista en la que, con ese tono suyo tan característico, mezcla de ironía y lucidez, el nueve veces campeón del mundo volvió a hablar de su vida dentro y fuera de la pista, de lo que significa el miedo cuando vas a 300 km/h y de lo que se siente al ver desde la barrera a tu hermano y a tus alumnos jugarse la piel. Una vivencia que asume desde su papel como creador de la VR46 Academy.

La conversación arrancó con una reflexión que a Rossi le costó aceptar durante años: su lugar en la historia. El periodista Giorgio Terruzzi dijo hace poco que Valentino había cambiado el motociclismo como Senna cambió la F1 o Jordan el baloncesto. Rossi, fiel a su estilo humilde, respondió con una sonrisa: "Hay una alquimia, una razón por la que la gente se apasiona… y empieza a seguir las motos por ti. Es un honor, no me lo esperaba tanto, sinceramente, así que eso significa que he estado bien", asumió.

Lo cierto es que pese a que su tono más humilde le impide terminar de reconocerlo, Il Dottore cambió MotoGP porque lo transformó en algo más grande. Lo convirtió en cultura pop, en espectáculo, en una cita semanal para millones. No solo por cómo pilotaba, sino por cómo celebraba y por su manera de convertir las carreras en una especie de show que englobaba al puro espectáculo en pista. Ahí nacía el Rossi show. "Las celebraciones eran ideas de bar, pero eran reales", reconocía. Unas celebraciones que a lo largo de los años se fueron haciendo míticas.

"Todo era verdad. Tonterías pensadas en el bar con mis amigos", recuerda entre risas. Y ahí salta una sucesión de momentos inolvidables: la muñeca hinchable en Mugello, el Pollo Osvaldo, el retrete portátil, el médico que lo subió en la vuelta de honor, la multa por exceso de velocidad en plena celebración. "Quizá la gente se escandalizó con la primera, pero después lo esperaban", añade. No eran shows vacíos: eran parte de su ADN, un reflejo de su forma de ver la vida y el deporte.

Celebraba tanto porque ganaba mucho, en total, nueve títulos y más de 100 victorias. Y ganar, dice, era más raro de lo que parece. "Cuando era niño, correr en el Mundial ya era como estar en un episodio de dibujos animados. Ganar ya era impensable". Pero pasó y muchas veces. Y entonces hubo que inventar cómo celebrarlo. "Nos preguntamos: '¿Qué hacemos ahora?' Y así nació todo eso".

«El motociclismo es un deporte muy peligroso, da miedo»

Y de pronto, la risa da paso a algo más serio. Rossi nunca ha escondido que el miedo es parte del juego. Pero no siempre lo fue. "Cuando eres joven ni piensas en lo que puede pasar. Tu miedo es a arruinar la carrera. Pero nunca piensas en lo otro", confiesa. La conciencia llega después, con las caídas, con las lesiones y con la madurez. "En algún momento empiezas a pensar: 'Si me caigo en las dos primeras vueltas, tengo a todos detrás…' y entonces decides tener más cuidado".

La confesión más cruda llega sin dramatismo, pero con peso. "La moto da miedo. Pero no lo sabes hasta que maduras". Lo dice alguien que se rompió la pierna en Mugello, que volvió semanas después como si nada, que arrastró tornillos durante años. Y, aun así, siguió compitiendo. Porque el miedo se aprende… pero también se gestiona, y en los pilotos más si cabe.

Hay frases que se clavan. Enzo Ferrari dijo una vez que un piloto pierde medio segundo cuando se convierte en padre. Rossi se lo tomó tan en serio que prefirió no arriesgar. "Tenía tanto miedo de esa frase que no hice bebés mientras corría. No quería perder ni medio segundo, porque ya en los últimos años si perdía otro medio segundo estaba arruinado".

Ahora, como padre, desmiente esa idea. "No siento que vaya más despacio ni que piense en mi hija cuando estoy en la moto. Al menos no en ese momento". Pero la duda quedó. Y fue suficiente para aplazar uno de sus mayores sueños personales hasta el adiós competitivo.

De hijo a padre. De piloto a espectador. La vida le ha cambiado a Rossi, y también su forma de sentir el motociclismo. "Cuando corres, tienes miedo de fallar. Cuando lo ves desde fuera, el miedo es otro. Es más grande. Porque no puedes hacer nada". Y eso se multiplica cuando quien está en la pista es alguien a quien quieres. Su hermano, Luca Marini, es hoy piloto de MotoGP. Y cada vez que se alinea en la parrilla, Valentino recuerda algo. "Veía a mi madre asustada y no la entendía. Ahora sí. Ahora la entiendo". Ese giro vital lo ha humanizado aún más.

«MotoGP tiene una adrenalina que no tiene ningún otro deporte»

Aunque ya no corre, sigue allí, desde la VR46 Academy ayudando a los más jóvenes, entre ellos Pecco Bagnaia, tricampeón del mundo. Y lo vive con la misma intensidad. "Cuando estás delante del televisor y ves a los chicos salir a pista, es como si volviera todo. La adrenalina, la tensión. No hay otro deporte igual", reconocía. Como mentor, Rossi sigue formando talentos. "Ahora gestiono sus entrenamientos, pero ya no voy al gimnasio todos los días. Me entreno en casa. Estoy más tranquilo, pero sigo metido hasta el fondo". Asegura que ser parte de la evolución de pilotos jóvenes lo rejuvenece. "Cuando estás con los jóvenes, tú también te haces joven".

Rossi ya no suma victorias, pero su legado no se mide en podios. Se mide en generaciones que crecieron idolatrándolo, en la pasión que despertó. En una Academy que es cantera y en esa alquimia, como él la llama, que hace que millones sigan amando este deporte por su culpa. El hombre que transformó MotoGP en un fenómeno global ahora disfruta desde la sombra.