Jorge Martín ha ganado los mismos mundiales que Álex Crivillé y tú ni le conoces
"Champi" Herreros, el "Tiriti" Cardús, Jorge Martínez Aspar, Sito Pons, Joan Garriga, "Sete" Gibernau, Carlos Checa… y así hasta el soñado campeonato del mundo de Álex Crivillé en 500cc, antes de que la máxima categoría pasara a llamarse Moto GP. El motociclismo ha sido el compañero de vida de muchísimos aficionados al deporte más allá del mito del motero aguerrido que se va a Cheste junto a otros doscientos tíos metiéndole gas y atronando la carretera. En los 80, en los 90, incluso en los primeros 2000 con la emergencia de Jorge Lorenzo y Dani Pedrosa, los pilotos eran parte de la cultura popular española casi tanto como lo podía ser un jugador de tenis o de baloncesto o incluso, depende del equipo, de fútbol.
No sé cuándo cambió eso. El cambio a las plataformas de pago se gestionó con cierta solvencia porque los españoles seguían arrasando en las categorías inferiores y porque Marc Márquez fue de los últimos productos de la televisión pública. Se podría decir que la ausencia de campeones carismáticos como el propio Márquez, Lorenzo o Valentino Rossi ha ido expulsando a los espectadores de la pantalla, pero me temo que la mayoría de los que seguíamos el motociclismo como parte de un mismo paquete de espectáculo deportivo no sabemos si los actuales pilotos son más o menos carismáticos. De hecho, no sabemos quiénes son.
El pasado sábado -en abierto, y con unos números de escándalo: 17,4% para La Sexta, una cadena que se mueve en el 7% de media- se coronó campeón de MotoGP el madrileño Jorge Martín. Lo que en otro momento habría sido un evento nacional, se quedó en una noticia secundaria. Ya lo he dicho antes: pocos conocen a Jorge Martín, pocos entienden su regularidad de todo un año en el que solo se han podido ver tres carreras sin pagar y pocos comprenden el mérito enorme que supone arrebatarle el título a un pedazo de piloto como Pecco Bagnaia.
Algo parecido sucedió hace cuatro años con el triunfo de Joan Mir. Es cierto que algunos pilotos como los hermanos Márquez, por su explosión temprana, o el siempre combativo Maverick Viñales siguen sonando al gran público, pero el resto quedan en el olvido del aficionado medio al deporte. Y es una pena. Porque, obviamente, no son peores que Crivillé o que Aspar: de hecho, sus monturas son más complejas y más potentes, aunque, probablemente, más seguras. Sin embargo, el paso a la televisión de pago los ha condenado a un ostracismo que ya hemos visto desgraciadamente en otros deportes.
Nostalgia del Estadio 2
Hubo un tiempo en el que uno se despertaba el sábado o el domingo y podía pasarse el día viendo Estadio 2, desde carreras de caballos a traineras. En medio, partidos europeos de balonmano del Atlético de Madrid contra la Metaloplastika, algún derbi entre el Estudiantes y el Real Madrid o la cuarta jornada de algún grande de golf, aunque se jugara casi de madrugada. Los años locos de Seve Ballesteros y José María Olazábal. Si había suerte, incluso, podía uno enganchar un buen partido de grand slam de tenis o una etapa de la Vuelta, el Giro o el Tour, aunque generalmente eso lo ponían en el primer canal.
Obviamente, nadie está pidiendo que se repita eso, pero, más allá del daño económico que ha supuesto para el consumidor el paso de varios de estos deportes a plataformas privadas, cabe pensar si a los propios deportes, sus practicantes, sus competiciones y sus patrocinadores les compensa. A corto plazo, todos intuimos que sí, porque, si no, ya me dirán. A medio y largo plazo, no lo tengo tan claro, aunque sea difícil medir con cifras estas cosas. La importancia de tener un impacto en la cultura de un país es enorme. La liga ASOBAL lo tenía, aunque fuera mínimo. La ACB, lo mismo, con sus carruseles en la radio.
Ambas competiciones son ahora totalmente marginales, como lo son sus equivalentes europeos. Antes, un partido de cuartos de final de la Copa Korac a las 20.30 de un miércoles era de lo más apetecible. Ahora, habría que ver cuántos siguen el día a día de la Euroliga, y eso que hay cuatro equipos españoles en liza, algunos años incluso cinco. Lo mismo ha pasado con el golf, pese a que España cuenta con uno de los mejores jugadores del mundo, Jon Rahm, que es además de los más carismáticos. Está claro que el modelo de la NBA o del fútbol -con sus matices- no sirve para todos.
Entre Alcaraz y Pogacar
De hecho, la cosa puede aún ir a peor con el tenis. El circuito masculino es cosa de Movistar Plus + casi en su totalidad, con alguna incursión de Eurosport y alguna competición muy suelta -torneos españoles, básicamente- en TVE. Las finales de Grand Slam de Alcaraz pueden verse aún en abierto, pero a ver lo que dura eso. Tal vez no sea casualidad que el deporte que más aficionados está ganando en los últimos años y qué más atención depara de febrero a octubre sea el ciclismo. Aunque el trabajo de Eurosport a la hora de meternos en la cabeza y el corazón las clásicas haya sido digno de admiración, lo cierto es que la mayoría de las carreras relevantes se siguen pudiendo ver en la televisión pública.
Todo ello, además, en medio de la mayor sequía española en grandes vueltas: desde que Alberto Contador ganara el Giro de Italia de 2015 -va a hacer una década-, ningún ciclista español ha conquistado Vuelta, Giro o Tour. Es un suceso inédito en la historia de ese deporte. El ciclismo repunta gracias a Van der Poel, a Pogacar, a Vingegaard, a Van Aert, a Evenepoel… y a que podemos verlos casi cada semana competir entre sí, en lo que esperamos a que Juan Ayuso o Carlos Rodríguez den por fin el salto a la élite.
¿Es mejor este ciclismo que el de hace treinta años? Puede ser, pero, a la hora de calar en el aficionado medio español pese a no tener competidores patrios de altísima relevancia, lo importante es que tiene menos competencia. Ver deporte se ha vuelto algo carísimo. A la Fórmula Uno le sigue salvando Fernando Alonso y los que crecieron con él, pero ya veremos cuando pasen unos años y no estén ahí ni el asturiano, ni Sainz, ni Hamilton, ni Verstappen. ¿Será sostenible para DAZN o para quien ponga el dinero? El ejemplo del motociclismo no invita a ser demasiado optimistas.