Hamza, el joven marroquí que llegó solo a España con 15 años y se convirtió en un crack del kárate
El chico pasó por un centro de acogida para menores no acompañados y allí comenzó a practicar el arte marcial.
A sus 15 años, Hamza Idane ya había adquirido un nivel de madurez impropio de un chaval de su edad. Cuando muchos adolescentes ven lejana la idea de abandonar el confort del hogar, este joven marroquí que acaba de cumplir la mayoría de edad tenía claro que no había más remedio que buscarse el pan lejos de su familia. Vivía con sus padres y tres hermanos –un varón mayor que él y dos hermanas pequeñas—, en Beni Melal, una población de unos 200.000 habitantes situada en el centro del país y a unos 200 kilómetros de distancia por carretera de Marrakech. "Allí no había oportunidades para mí y decidí venir a Vitoria", afirma un tanto resignado.
Han pasado tres años desde que echó a volar. Las cosas no le han ido nada mal ni en lo personal, ni en el plano deportivo. Acaba de proclamarse en Coppet (Suiza) campeón de la Copa del Mundo WIBK de kárate kyokushin en las modalidades de Knock Down y All Round Fighting. Y eso que todavía es cinturón azul. La pena es que, de momento, ninguna de las dos disciplinas es olímpica. La competición consistía en combates al estilo de las veladas de boxeo a tres asaltos donde se vence al rival por ko, salvo en la final que eran cinco rounds de dos minutos y con descansos de 30 segundos. El desgaste físico es tremendo. Son disciplinas donde se permite el contacto pleno. Al final, España se llevó tres medallas de oro en esta Copa del Mundo, las dos de Hamza y otra más de la gallega África Loureiro.
Su decisión de abandonar el nido no obedeció a un capricho propio de un adolescente rebelde. Beni Melal es la capital de la segunda región más pobre del país. El padre de Hamza es agricultor, como la mayoría de los habitantes de la zona. La madre trabaja en casa. Se dedica a las labores del hogar y al cuidado de sus otros tres hijos. Si el chico se hubiera quedado allí, sabe que hubiera acabado dedicándose al cultivo de cereales, remolachas, aceitunas o cítricos. "Es muy difícil que un joven salga adelante porque las cosas no se pueden cambiar de la noche a la mañana", se lamenta.
Podía haber seguido con sus estudios, pero al final sus esfuerzos hubieran resultado baldíos. "Buscaba una vida mejor y mis padres lo comprendieron", añade. Su madre trató de retenerle un tiempo más en casa. Fue en vano. Ella también era consciente de lo que era mejor para su hijo a pesar de su corta edad. "Me abrazaba muy fuerte y no me quería soltar". En realidad, es algo muy habitual que los jóvenes marroquíes que habitan en esas zonas del país abandonen a sus familias mucho antes de cumplir los 18 años. De hecho, Hamza Idane eligió Vitoria como final de viaje porque seguía los mismos pasos de varios amigos que había conocido en su ciudad natal.
Así que un buen día cogió un autobús para ir a Tánger, cruzó el estrecho en barco, y al llegar a Algeciras, se subió a un par de autobuses más hasta llegar a su destino. En total, alrededor de 1.500 kilómetros en tres días. Lo primero que hizo en tierras vascas fue acudir a una comisaria de la Ertzaintza. No tenía papeles, así que los agentes le llevaron al centro de Niños, Niñas y Adolescentes Migrantes No Acompañados (NNAMNA) de Bideberria. "Al principio todo fue bastante duro porque no conocía a nadie, no hablaba el idioma y, además, echaba mucho de menos a mi familia", recuerda. Lo único que era capaz de recitar en castellano era la alineación del Barça. "Es que en mi familia somos todos muy culés", se justifica. Sin embargo, a base de "mucha paciencia", pronto empezó a comunicarse con sus compañeros hasta llegar a un punto en el que apenas se delata su acento extranjero.
Al poco de llegar a lo que antes se conocía como centros para Menores No Acompañados (MENAS), tuvo la oportunidad de estudiar cuarto de la ESO en el colegio Jesús Obrero. Misión imposible. Solo tenía dos meses para sacar adelante el curso. Por eso se decantó por matricularse los dos años siguientes en un curso básico de Formación Profesional. Las cosas le fueron mejor. Tan es así que ahora mismo sigue estudiando un grado medio de Informática en Diocesanas Arriaga-Egibide. Su relación con el kárate comenzó en el centro de menores tutelados. Allí conoció a Iván Pérez Robles, un educador social que al cabo de un tiempo se convirtió también en su entrenador. "Me llevó un día a probar en su gimnasio, aquello me gustó mucho, y hasta ahora", comenta.
¡Y tanto que le gustó! Desde entonces no falta ni un solo día al gimnasio. Antes, sin embargo, tuvo que pasar en el centro por cuatro unidades como cualquier otro recién llegado: cero (acogida), uno (observación), dos (pre emancipación), que es la más larga y donde conoció a su técnico, y tres (emancipación) que sirve para prepararse de cara a ingresar en el mercado laboral. El joven marroquí hace tiempo que abandonó el centro de Bideberria tras superar las cuatro unidades. Sin ingresos, el chaval pasó a formar parte durante unos meses de un programa de ayudas hasta tener la oportunidad posteriormente de optar a otras municipales que le permitirían seguir con sus estudios. Fue entonces cuando se dio de bruces con la burocracia. Las ayudas se han retrasado, y el resultado es que ahora mismo vive en casa de su entrenador junto con otro chico al que también ayuda.
Su carrera de karateka es imparable. Antes de sus recientes éxitos en la Copa del Mundo, ya apuntaba maneras. Este mismo año se proclamó campeón de España junior. Lo curioso es que apenas llevaba medio año entrenando y todavía era cinturón blanco. Algo debió ver en aquel joven el presidente de la asociación World Independent Budo Kai, Bernard Creton, que le felicitó por su nivel técnico. Más tarde acudió a la Copa Internacional sub 21. Quedó subcampeón con tan solo 18 años. Para el recuerdo la polémica surgida en torno a la decisión arbitral de no darle como vencedor. Sus técnicos quisieron que probara con gente más experimentada y le enviaron al campeonato de España absoluto. En la primera ronda venció al actual campeón de Europa y después perdió ante un rival que había obtenido en cuatro ocasiones el entorchado continental. Esa experiencia acumulada en tan pocos años le sirve también para dar clases de karate los lunes, miércoles y viernes. Es parte de su formación dual para que, con sus entrenamientos, pueda aprender a enseñar a los niños como paso previo a poder contratarle como monitor.
Hamza Idane no es nada derrochador ni fiestero. "No me gusta mucho salir por la noche", admite. Tampoco prueba el alcohol por su condición de musulmán, así que suele pasear con sus amigos y amigas marroquíes, "y también con mucha gente de aquí", por la zona del Bourlevard o el centro. Está encantado de vivir en Vitoria a pesar del frio "y de que llueve todos los días". Sus pocas ganas de cambiar de aires están relacionadas también con su devoción por los pinchos de los bares y porque, además, se siente "muy integrado". Jamás ha tenido una bronca en la calle para hacer gala de sus habilidades con las artes marciales. "Soy muy tranquilo".
El kárate es su gran pasión. Como otros 20 millones de habitantes repartidos por el mundo, practica el kyokushin. Se trata de uno de los estilos más exigentes dentro de las artes marciales que, a diferencia de kárate tradicional, se gana por KO y no por puntos. Dentro del kyokushin, Hamza Idane se ha especializado en dos modalidades: Knock Down, que se practica sin ninguna protección y donde está permitido el contacto al cuerpo con golpes de puño (salvo a la cabeza) y pierna, y el All Round Fighting, donde se combinan varias artes marciales. Ninguna de estas modalidades es olímpica, aunque todo puede cambiar de cara a Los Angeles. El joven marroquí no pierde la esperanza. "De momento no, pero ya veremos qué ocurre de aquí a tres años". Mientras, piensa aprovechar el tiempo machacándose en el gimnasio sin olvidarse de su familia con la que habla todos los días. "Mi madre está muy contenta por cómo me están saliendo las cosas", afirma. Pronto podrá reunirse con ella y con el resto de la tropa. Y es que ya tiene sacado el billete para viajar a Marruecos durante estas fiestas navideñas.
Iván Pérez Robles se deshace en elogios hacia su pupilo. "Puede llegar tan alto como se proponga", asegura. El entrenador aún recuerda el día que le conoció. Fue a raíz de un encuentro con varios jóvenes a quienes propusieron que, como parte de una obra social auspiciada por su club, acudieran a entrenar con ellos para promover su integración social sin coste alguno "y para, al mismo tiempo, trabajar la parte educativa". El flechazo con el kárate fue instantáneo. Pérez aclara que en aquella época el chaval solo quería jugar a fútbol. El destino quiso que tuviera problemas con su documentación a la hora de hacerle la ficha por un equipo, así que su sueño se esfumó. "A partir de entonces dijo que se olvidaría del fútbol para siempre, y el caso es que no ha vuelto a jugar".
El chico se integró bien con sus compañeros, la mayoría también originarios de los países del Magreb o subsaharianos. Más tarde ya empezó a entrenar fuera del centro. En concreto, en el Gasteiz Sport donde su técnico también da clases. "Empezó a coger gusto a todo aquello y, además, es un chico que pone mucho empeño en todo lo que hace", asevera Pérez. Sus perspectivas de futuro en el mundo del kárate son "bastante buenas" y, como dice su entrenador, "vamos a apoyarle para que pueda desarrollar esa capacidad técnica que posee porque se trata de alguien con una enorme capacidad para ver las debilidades del rival y buscar los ángulos para conseguir el ko". El joven marroquí tiene en su técnica de combate una de sus mayores virtudes. "Él es más bien finito, pero tiene una ejecución técnica perfecta y eso le permite pelear con garantías ante rivales muy musculosos".