El deporte sale en auxilio de una adicción que asola España: "Desde hace dos años siento que el silencio no está en nuestras vidas"
Cada vez son más las personas que son conscientes de su dependencia del móvil y buscan maneras de estar desconectados.
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Aún reina la oscuridad en una de las calles más céntricas de Madrid. Solo el camión de la basura interrumpe el silencio en una noche, una más, en la que se mezclan los olores antes de que comiencen a rugir las cafeteras. Cruzando uno de los portales más próximos a la extensísima arteria de Francisco Silvela, y después de subir en ascensor hasta el quinto piso, se llega a la puerta de la vivienda que buscamos. Al abrir la cerradura, un pequeño cuarto de baño queda a la derecha. A la izquierda, se observa una habitación que bien podría ser la principal y al frente, más adelante, se advierte lo que parece la cocina.
Tras avanzar unos metros por el pasillo, comienza a escucharse algo de movimiento. Son zumbidos rápidos. 'Fiu', 'fiu'. 'Fiu', 'fiu'. Parecen de una persona. Al entrar al salón, la realidad queda al descubierto. Es Carlos (38 años), el dueño del piso. Está haciendo sombra, una práctica de boxeo sin oposición en la que se golpea al aire para afinar la técnica y corregir los movimientos pugilísticos. Lo hace cada mañana durante media hora para despejar la mente, sudar un poco y, dice, arrancar el día con energía. Cuando acaba, ya con un rayo de luz cruzando el ventanal del salón, comienza a distinguirse el sofá, la televisión, el tocadiscos y una mesilla sobre la que descansa, apagado, un teléfono móvil.
"Lo tengo en modo avión y en silencio", asegura el madrileño, periodista y autor de 'A un gancho de la gloria', obra que narra las malandanzas de algunos de los boxeadores más relevantes de la historia de España. "Ahora mismo, si me llaman o alguien me envía un mensaje de WhatsApp, no lo vería hasta que yo elija quitar ese modo avión y abra la aplicación, porque también tengo las notificaciones desactivadas. Lo suelo hacer por la mañana, después de desayunar. Luego ya me desentiendo por completo".
Algo similar cruza estos días la cabeza de Marina, que a sus 27 años hizo las maletas para explorar nuevos horizontes vitales y laborales en La Rochelle, urbe francesa a orillas del Atlántico en la que trabaja como ingeniera industrial desde hace poco más de un año. "Cuanto más uso el móvil, más cambia mi estado de ánimo. Me siento peor, tengo más baja la energía e incluso me siento más triste", explica la valenciana. "Además, es algo adictivo, porque cuanto más lo haces, más lo necesitas".
Sus casos no son coincidencia. Ni mucho menos. Cada vez son más las personas que reconocen vivir enganchadas al teléfono móvil en nuestro país. Sin ir más lejos, y atendiendo a los datos recogidos en el primer Estudio de Bienestar Digital de ING, solo el 10% de los españoles cree que goza de un bienestar digital pleno. Pero no solo eso. Más del 54% considera importante contar con un protocolo de desconexión, pero luego no lo cumple, pues solo el 16% actúa en consecuencia y cuenta con uno.
"A mí me da mucha pena, pero desde hace un par de años siento que el silencio ya no está presente en nuestras vidas", señala Marina, que, lejos del trabajo, dedica varias horas a la semana a ser instructora de yoga. "Es que ni en momentos tan íntimos como puede ser la ducha, donde podrías estar ahí, sola con tus pensamientos... ¡Hasta en esos momentos estamos escuchando la radio o poniéndonos música! Hemos creado una dependencia de ese ruido; ya no hablo del sonido en sí, sino de ese ruido mental que nos atrapa en todas sus formas".
Consciente del problema, su vía de escape, como la de tantas otras personas entrevistadas para este reportaje, es el deporte. "Cuando hago yoga sola, siempre lo hago sin vídeos de YouTube ni música. Me pongo unas velas y trato de escuchar lo que me pide el cuerpo", reconoce la joven valenciana. "Al final, me gustan mucho los deportes en los que es imposible usar el móvil, como el esquí, el surf o la escalada, donde tienes que estar súper presente y centrada en el arnés y en el momento en el que estás, porque, hablando claro, tu vida y la de tu compañero dependen de ello. Me encanta esa sensación de estar presente".
Esa desconexión, esa sensación de concentración cada vez más inusitada en nuestra rutina, es una de las principales bondades que ofrece la práctica deportiva. "Disminuye el cortisol, es decir, las hormonas del estrés con las que nos intoxicamos a diario, aumenta la secreción de endorfinas y, con ello, potencia la liberación de serotonina y dopamina, ambas, hormonas asociadas al bienestar y la tranquilidad", explica Ana Villarrubia, psicóloga, docente y directora del centro 'Aprende a Escucharte', en Madrid. "Lo que consiguen las pantallas, y con pantallas nos referimos a todas las distracciones asociadas a ellas, es mantenernos falsamente conectados a una realidad que realmente no gestionamos".
No hace falta irse muy lejos para comprobar que, para muchos, la pelota ya se ha hecho demasiado grande. Raquel (26 años), productora de 'Entiende tu mente', el podcast sobre psicología más escuchado en nuestro idioma, se aferró al deporte este verano para mitigar unos problemas de ansiedad que estaban trastocando su existencia. "Yo notaba que vivía muy deprisa, sin descansar la mente y sin cuidarme, sin estar conectada con las cosas que realmente me gustan", cuenta desde Valencia. "Este verano hice un viaje de diez días al norte de España con mi pareja y dos amigas y me di cuenta de que lo que sentí en ese viaje es exactamente lo que quería que vertebrara mi vida en el día a día, no solo durante mis vacaciones".
Una de las principales conclusiones extraídas de aquella escapada giraba, cómo no, en torno al uso del teléfono móvil. "No lo miré nada esos días, porque necesitaba disfrutar. Quería ver, escuchar e incluso oler todo aquello que tenía delante… Y el móvil, para qué engañarnos, siempre me ha privado de lo que tengo a mi alrededor", añade. "A raíz de ese viaje, digamos que me apunté esa premisa en mi cabeza: quería que cuando mirara el móvil fuera porque realmente lo necesitara".
El plan, por desgracia para ella, no prosperó. "Me duró dos semanas, y las disfruté plácidamente, pero la rutina del trabajo acabó imponiéndose y volví a entrar en la rueda del móvil", lamenta. Fue entonces cuando el uso volvió a convertirse en abuso, con todo lo que ello implica.
"Para empezar, afecta a la estructura prefrontal de nuestro cerebro, que es el director de orquesta, el núcleo duro, encargado, entre otras cosas, del control de impulsos, la toma de decisiones, el manejo emocional, la planificación y la autorregulación", apunta la argentina Gabriela Paoli, psicóloga especializada en adicciones tecnológicas y autora de 'Salud digital: claves para un uso saludable de la tecnología'. "El otro gran problema del abuso del móvil es la merma de nuestra concentración y nuestra capacidad de atención sostenida".
El ejercicio físico al rescate del 'FOMO'
Ahora bien, no son los únicos inconvenientes: "Ese bombardeo constante de estímulos también dispara nuestro 'F.O.M.O.' ('Fear of Missing Out', esto es, miedo a quedarnos fuera), afecta a nuestra memoria y dinamita la calidad de nuestro sueño", añade Paoli. "Al final, nos vemos constantemente interrumpidos, como un interruptor. Apagado, encendido; apagado, encendido. Y así constantemente. Claro, las estructuras cerebrales se amoldan a ese nivel de excitación y si no se lo damos de forma continua, nuestro cerebro comienza a divagar. En otras palabras, se aburre".
Así, enclaustrada en ese bucle de pantallas y estímulos sostenidos, Raquel encontró la solución en el ejercicio físico. "Como en el viaje por el norte de España hicimos surf, yo llegué a Valencia y dije, vale, quiero dedicar un tiempo a la semana a hacer esto que me ha llenado tanto, que me ha hecho olvidarme de todo y que me ha empujado a estar presente, a sacar de mí misma unas emociones que considero positivas para mi día a día", dice. "Casualidad o no, mi hermana me dijo que quería hacer 'skate', así que dije, pues mira, ¿qué te parece si vamos juntas?".
Eso sí, con una condición. "Pensé, si hago esto es para dejar el móvil, porque el tiempo que esté haciendo 'skate' lo quiero como tiempo de calidad para mí", asegura. "Llevo un tiempo cumpliendo a rajatabla y lo valoro muchísimo, me siento súper feliz y súper conectada conmigo misma".
La rutina, sin embargo, ha despertado nuevas emociones en su relación con el teléfono. "Siento que, después de todo ese proceso en el que he ganado en tranquilidad, cuando voy a coger el móvil se me corta todo y tengo que volver a empezar de cero. Es algo muy extraño. De hecho, algo que nunca le he contado a nadie hasta ahora. Pongo un ejemplo para que se entienda: si llevo, qué se yo, media hora haciendo 'skate' con mi hermana, con toda la adrenalina que eso supone, y cojo un momento el móvil para meterme en una red social, siento que salgo de ahí y me voy a otro mundo. Acto seguido, cuando dejo el móvil para volver a patinar, noto que se ha desvanecido toda esa tranquilidad que tenía y que me había ganado con mi esfuerzo".
Para su tranquilidad —y la de todos—, no, Raquel no es un caso extraño. Ni mucho menos. "Yo, cuando salgo a correr para evadirme un poco de mi día a día y llevo el móvil en la mano, me siento rara, como si me estuviera ensuciando", comparte Laura (26 años), periodista madrileña que volvió a la capital tras años de ejercicio en Bélgica. "Siempre he tenido la sensación de que el deporte te limpia, te libera, te aporta esas cosas tan primarias como pueden ser sudar, llegar a casa cansada y ducharte… No sé si es paranoia mía, pero si lo hago con el teléfono cerca, me siento intoxicada por dentro y por fuera".
Una vez más, la respuesta se encuentra en nuestro cerebro. "Como herramienta, el móvil tiende a suplir nuestras carencias o a compensar ciertas aptitudes de afrontamiento de las que no disponemos", desarrolla la psicóloga Ana Villarubia. "Pasar demasiado tiempo pegados al teléfono nos impide aburrirnos, obstaculiza la construcción de una autoestima sana, dificulta el despliegue de nuestras habilidades sociales, nos inhibe el entrenamiento de nuestra gestión emocional y de la comunicación asertiva, esa que nos hace gestionar los conflictos; y también justifica la carencia de ejercicio cognitivo, es decir, de nuestro pensamiento crítico".
El éxito del senderismo como desconexión
A pocos kilómetros de Madrid, pero en un contexto bien distinto al de las ruidosas calles de la capital, Iván (31 años) tuvo una idea la pasada primavera. Junto a Juan, uno de sus mejores amigos, pergeñó el club de montañismo de San Agustín de Guadalix, un espacio en el que unir la naturaleza, una de sus grandes pasiones, con la necesidad cada vez más palpable de alejarse del ruido digital.
"Todos los veranos nos pillábamos una semana de vacaciones para ir a Pirineos a hacer rutas y un día Juan, un poco con la tontería, propuso crear nuestro propio logo para hacernos unas camisetas", cuenta tras concluir su jornada como operario de producción en una multinacional de tecnología médica. "Volvimos a Pirineos este año, ya con las camisetas, y como ya teníamos el logo y yo me acababa de sacar el curso de guía de montaña, le dije a Juan: 'Oye, ¿y si hacemos un grupo para sacar a la gente de sus rutinas y hacer senderismo o 'trail running'?'".
Como era de esperar, la idea cuajó y pocas semanas después el grupo ya era una realidad en Instagram (@montanismosanagustin), red donde publican las convocatorias y en la que ya acumulan más de 400 seguidores. "Tenemos jóvenes, sí, pero también a gente de entre 40 y 50 años a la que le gusta mucho la montaña", explica. "Al final, hacemos rutas adaptadas al nivel de las personas que vienen cada día".
"La recepción hasta el momento está siendo buenísima", añade Iván, sabedor de que el proyecto todavía no les proporciona beneficio económico alguno. "Lo hacemos porque nos gusta. Y te lo aseguro, todo el que viene alucina y nos dice que quiere repetir. Claro, es una actividad en la que se desconecta muchísimo de la rutina. Yo saco el móvil para hacer algunas fotos en puntos muy concretos, pero no me meto a mirar WhatsApp ni ninguna red social. Es más, igual estoy cinco o seis horas sin hacerlo. Al final, la gente va hablando, charlando, disfrutando también de los ratos de silencio, escuchando el río, los pájaros y todo lo que te transmite la propia montaña. Te hace aislarte. Y la gente lo nota".
De vuelta a su céntrico piso en la capital, y ya con más ajetreo en las calles, Carlos continúa con el teléfono en modo avión. "Lo hago desde hace más de tres años", dice. "Cuando mi pareja se va a ver a sus padres al pueblo, aprovecho para encerrarme, apagar las luces y dejar el teléfono. No hay música, ni mensajes de WhatsApp, ni Twitter ni nada por el estilo. Solo los ruidos que hago mientras boxeo. Es algo que me ayuda muchísimo durante esos días para despejarme del ruido".
"Además de ser muy reconfortante ya solo por el contraste que supone con nuestras vidas, inundadas de tecnologías por todos lados, he sacado en claro que hacer esto mejora mi actitud, mi estado de ánimo y mi forma de pensar. Incluso me siento renovado, como si hubiera ejercido sobre mí mismo una especie de limpieza estructural", añade. "Tampoco pretendo decir con esto que vivo como un neandertal. ¡Ni mucho menos! Utilizo el móvil, lo necesito incluso, pero creo que he aprendido a convivir con él de una forma sana".
Es en este último punto donde las especialistas Ana Villarubia y Gabriela Paoli hacen por detenerse. "En ningún caso debemos estigmatizar al móvil. Es más, como herramienta, no solo no es demonizable, sino que es deseable en nuestras vidas", sostiene la primera. "No es lo mismo el uso del teléfono, que el abuso, la dependencia o la adicción", añade la argentina. "Los dispositivos y el deporte han de ser compatibles en nuestras vidas. Nuestro gran desafío como especie cada vez más digitalizada es no perder el control".
La buena noticia es que hay vías para hacerlo. Y el ejercicio físico es, con total seguridad, una de las mejores opciones. "El control inhibitorio se entrena, y los beneficios del deporte en ese sentido son inmensos", explica la argentina. "Como individuos, debemos preguntarnos qué lugar queremos que ocupe lo digital en nuestras vidas. Es decir, parar y preguntarnos qué queremos hacer en cada momento. Solo así podremos marcar límites y conseguir una relación sana con los dispositivos. Y para ello, el deporte es fundamental".