El decálogo de Julio Velasco, el mejor entrenador del mundo de voleibol: "Tienes que matar al jugador que vive dentro de ti"
El argentino tiene el difícil reto de ganar por vez primera el oro olímpico con la selección femenina italiana de voleibol. Este jueves, disputa las semifinales contra Turquía.
Hay dos puntos fundamentales en el decálogo de leadership del seleccionador italiano de voleibol Julio Velasco (La Plata, 1952), que este jueves afronta las semifinales ante Turquía (20:00 horas). Uno se centra precisamente en la figura del entrenador, que no debe imponer sino persuadir, y para ello es necesario eliminar el karma de jugador que le persigue a casi todos. Ese que normalmente le incita, vanidosamente, a no delegar y ser autosuficiente, al menos a querer demostrarlo, aparentarlo. A hacer más que enseñar convenciendo. "Al jugador ese, para entrenar después, tienes que asesinarle y basta", cuenta.
La otra premisa clave es la última: "Quien gana lo celebra; quien pierde lo explica". A partir de ahí, de esa lucidez y semejante carisma, se explica que tenga a sus espaldas casi medio siglo de carrera deportiva, y que busque con la selección femenina italiana de voleibol el que sería primer oro olímpico de la historia. No existen las barreras en él, sino las oportunidades.
Para comprender al considerado hoy como mejor entrenador del mundo hay que echar la vista atrás, muy atrás. Concretamente cuando comenzó en 1979 en Ferrocarril Oeste. Hubo un momento que, a lo Marco Polo, surcó el Oriente para dirigir la nazionale de Irán (2011-14), y luego volver a su Argentina natal. Antes ya había sido seleccionador español, heredando el grupo de Andrea Anastasi (campeones de Europa en 2007). Además, ha trabajado en el fútbol como colaborador de Lazio e Inter, y sí, el Santo Grial siempre lo encontró y custodió en su tierra de adopción: Italia, su Itaca particular. Allí ha coleccionado también experiencias a nivel de clubes, como Modena, Gabeca o Piacenza.
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Tornare
En los noventa, Velasco ya fue seleccionador italiano tanto de la escuadra femenina como de la masculina, con la que ganó cinco oros entre Europeos y Mundiales. Era el potente grupo de Andrea Zorzi, Andrea Giani, Paolo Tofoli, Pasquale Gravina y Andrea Lucchetta, entre otros. Entre medias, otras vivencias para sublimar su repertorio motivador… Para después volver en 2023 a ser el comisario técnico de las chicas, quienes aspiran a lo máximo por vez primera.
La idea de volver al lugar donde siempre tuvo éxito (las clasificó por vez primera a unos Juegos en el 2000) no ha asustado precisamente a Julio Velasco, cuyos métodos revolucionarios han vuelto a hacer de las suyas: el grupo está fuera de la Villa Olímpica, según él un gran motivo de distracción y consumo de energías de forma inútil. No ha sido fácil explicárselo a un vestuario donde se encuentran Sarah Fahr o Paola Egonu, la mejor jugadora del mundo (tres Champions League y dos scudettos en los últimos cinco años con tres equipos diferentes).
Así opina este santo laico: "Para ganar no hay que ser amigas o ir juntas a cenar. Hay que ayudarse en el campo y basta". Quizás hay algo de eso en esa Lazio del 74, la de Chinaglia, la de los balones y pistolas que reinaban un vestuario completamente dividido en dos. Lleno de fútbol y rabia, juntos, quizás, ganaron el scudetto más emocionante en la historia del campeonato italiano. Dentro del verde mataban a cualquiera por defender a un compañero; fuera de él se odiaban, se odiaban a muerte. Ese cóctel llevó a la gloria.
Tras la imperial victoria contra Holanda -con mayúsculas actuaciones de Sylla y Antropova- en octavos de final y la jerarquía mostrada ante la Serbia campeona del mundo que ha conducido al equipo a meterse entre las cuatro mejores en París, es menester rescatar el enésimo punto del decálogo de un gran maestro, a medio camino entre el budismo y la militancia, esos dos polos opuestos que en ocasiones parecen querer tocarse con la yema de los dedos. Esos dos mundos que, aunque pareciendo contradictorios, son tan sumamente similares que en el fondo lo que siempre hicimos es subrayar sus diferencias, y exagerarlas aún más. La clave es abrazar a tu némesis, tu sombra.
"Es necesario celebrar la idea de intentarlo. Como ese niño al que aplaudes cuando hace un conato de hablar aun no pronunciando bien la palabra… O cuando se cae del triciclo en dos pedaladas. Sí, le animas porque ha conseguido un pequeño progreso", explícita. París, a buen seguro, será un lugar de celebración. De un oro o de una gigantesca pedalada.