El viaje al "paraíso" de la bisabuela olímpica que se ocultó del nazismo y rompió un tabú en la gimnasia: "Decía que aún sentía ese aplauso en sus oídos..."
Agnes Keleti falleció con 103 tras ganar diez medallas en los Juegos de 1952 y 1956 y protagonizar una vida de película.
Apenas sin avisar, así como el que pasa del 1 al 2 de enero todavía con la resaca emocional del cambio de año, el olimpismo ha perdido a su bisabuela, a la gimnasta húngara Agnes Keleti (Budapest, 1921), ganadora de diez medallas entre los Juegos de Helsinki 1952 y Melbourne 1956, quien ha protagonizado una vida de película y que, a sus 103 años, llevaba ya una temporada con problemas de salud agravados por la demencia, lo que no le impedía mantener ese buen humor que siempre le ha caracterizado ("Mi secreto es no mirarme nunca al espejo, así no me hago mayor", bromeaba). Su muerte, esperada, por otra parte, a las puertas de cumplir 104 años, ha sido un acontecimiento en el país, que no solo despide a una de las deportistas más laureadas de su historia, sino a un símbolo de una época de la vida húngara y del deporte que ya solo se encuentra en los libros.
Para entender la magnitud de Keleti, el gobierno decidió premiarla desde 2004 -como hace con todos los medallistas olímpicos- con una pensión vitalicia como recompensa por sus éxitos internacionales. Con cinco oros, tres platas y dos bronces, la gimnasta ganaba alrededor de 12.000 euros cada mes, por paradójico que pudiera parecer en una mujer de tan avanzada edad. Vivía cómodamente en Budapest, ciudad en la que nació, creció, triunfó, sufrió, lloró, pero de la que tuvo que escapar después de la invasión de la Unión Soviética y de los Juegos de Melbourne de 1956.
La vida de Keleti pudo ser muy diferente. De niña, era una talentosa violonchelista que incluso llegó a pertenecer a la Academia de Música de Budapest. La gimnasia no la tocó hasta los 16 años -había hecho danza y natación-, cuando ya se escuchaban esos toques de corneta de la Segunda Guerra Mundial que le cambiaron la vida. Con una destreza inusual para no haber practicado ese deporte nunca -más allá que en la escuela-, Keleti fue campeona de Hungría y en 1938, con apenas 17 años y unos meses después de tomarse en serio su actividad, fue incluida en el equipo nacional. Y tuvo que retirarse por ser judía.
"Nos quitaron la casa entera. Me quedó sin espíritu y violonchelo y empecé a estudiar peletería"
En el libro 'Olímpicos'"Ese año murió una parte de mí. Por ser judía me impidieron el acceso a la universidad y me expulsaron del equipo nacional. Nos quitaron todo, la casa entera. A los 18 años me quedé sin espíritu y se acabó el violonchelo. Nunca volví a tocar. Para sobrevivir empecé a estudiar peletería", recoge el libro Olímpicos de Ramón Márquez. En 1944, Alemania toma definitivamente Hungría y empieza a deportar a los judíos a campos de concentración. Agnes destina todos sus ahorros a cambiarse la identidad con una cristiana llamada Piroska Juhasz -"incluso le imité la voz", llegó a decir en Telex-, para esconderse en un pueblo cercano y trabajar en una empresa de munición y peletería. "No me iré, estoy muy viejo. No tengo fuerzas para eso. Si he de morir, lo haré en Budapest", dijo el padre de Agnes.
«Cada fin de semana robaba comida para darle a mi madre y hermana»
Apenas dos semanas más tarde, la gimnasta regresó a Budapest y ya no estaba su padre y el resto de sus familiares. Los habían deportado a Auschwitz. Su madre y su hermana se salvaron gracias al diplomático sueco Raoul Wallenberg, y Agnes se instaló como sirvienta en casa de un general nazi. Ella misma relató su horror. "Cada fin de semana robaba comida al general y se las llevaba a mi madre y mi hermana. Sabía del peligro que corría... Una noche nos despedimos llorando. No sabía si volveríamos a vernos. En plena batalla, por las mañanas, hacía la ronda y recogía cadáveres para enterrarlos. ¿?Es posible olvidar algo así?", dijo Agnes en Olímpicos.
"Tiempo después me reencontré con mi hermana y mi madre. No con mi padre, que murió en una cámara de gas. Siempre sufrí al pensar todo lo que eso significa. Él que quería morir en Budapest. Por eso siempre odié a los rabinos húngaros, ellos vendieron a los judíos a los nazis", explicó con crudeza.
Keleti dejó atrás ese escenario, imborrable en sus recuerdos, y con 27 años fue convocada para los Juegos Olímpicos de Londres, pero no participó porque se había roto los ligamentos de la rodilla. Acudió con muletas y la incluyeron en la rutina de equipo como suplente para que se colgara una medalla. Ella creía que ya había acabado todo, era demasiado mayor. "Creía que nunca tendría una tercera oportunidad", explicó. Pero llegó en 1952 y 1956. Hizo historia y rompió un tabú en la gimnasia al subirse a los podios con 31 y 35 años.
"Mientras los soviéticos aplastaban la rebelión, yo ganaba medallas... y quería dar entrevistas"
En el libro 'Olímpicos'Su vida tras la retirada: madre a los 42, vida en Israel y espárragos
En Helsinki, Keleti se colgó un oro en suelo, una plata y dos bronces. Y en 1954 quedó campeona del mundo, lo que la llevó casi a la retirada, como ella mismo creía: "Ya era vieja, estaba preparada para retirarme y me hice profesora. Pero cuando la Unión Soviética inició la invasión me uní al movimiento de libertad, decidí que quería dar a conocer al mundo la difícil situación que vivíamos. Y me clasifiqué para los Juegos de Melbourne. Mientras los soviéticos aplastaban la rebelión, yo ganaba medallas. Pero lo que quería era dar las máximas entrevistas posibles para explicar las atrocidades", cuenta Keleti, que hizo historia al ganar seis medallas más, cuatro de ellas de oro, a sus 35 años, y batirse en duelo con la lituana Larissa Latynina, la gimnasta con más medallas de la historia.
La mitad de la expedición húngara no regresó a su país. Agnes logró el asilo en Australia y vivió con su hermana y su madre en Sidney siete meses. Luego viajó a Israel y se quedó a vivir allí. Se casó y, con 42 años, tuvo al primero de sus dos hijos. En 1983 regresó a Budapest y en 2004 se instaló a vivir allí, con su sentido del humor, su ejercicio diario y su pasión por comer espárragos. En una de sus entrevistas últimas, como explica el periodista Atila Aghassi, "me dijo que me sentara a su lado para simular que era una de sus compañeras y estaba esperando la nota después de una actuación. Y dijo que 'el aplauso en los oídos es algo que siempre aparece cuando pienso en todo esto'...". El jueves, Keleti hizo el último viaje que le quedaba. "Al paraíso", como había explicado cuando, cuatro años antes, su historia trascendió al llegar al ser centenaria.