Historias de crueldad, enfermedad y la peor de las suertes detrás de los no medallistas en los Juegos: "Me dio un ataque de ansiedad"
Detrás de un deportista que no logra el objetivo en los Juegos hay todo tipo de historias. Pero sobre todo un camino que se olvida muy pronto. Relevo las recuerda.
El 2024, como cada año, terminaba con numerosas galas, entregas de premios, reconocimientos varios a los deportistas exitosos de esta temporada. París se llenó de medallas para España, numerosos olímpicos y preolímpicos que tocaron la gloria. Cumplían así su sueño, se subían a los podios y su imagen giraba por todo el mundo. Sonrientes, habían logrado lo que habían preparado durante, al menos, cuatro años. 1.460 días en los que no perdieron entrenamiento, trabajo físico y mental, sacrificando lo más valioso: su tiempo. ¿Pero y qué sucede si por centésimas de segundo no lo consigues? ¿Si la noche previa a competir en unos JJOO tu caballo enferma y tienes que renunciar? ¿Si caes al agua desde tu piragua a 20 metros de la meta y pierdes tu medalla? ¿Y si un ataque de ansiedad merma tus opciones de metal o te bloqueas en un combate desde el primer minuto y te hundes en el tatami? ¿Qué hay de una deportista que compitió en París con cáncer de pulmón y nueve tumores cerebrales? La derrota, el fracaso, la ausencia de podio, fue para muchos también una victoria, y este es un pequeño homenaje a todos esos deportistas que perdieron una medalla y ganaron una gran lección de vida.
Sara Ouzande llegaba a sus primeros JJOO como una de las mejores piragüistas de nuestro país y con grandes esperanzas depositadas en ella, tanto en la modalidad de K4 como de K2. En un deporte en el que se sincroniza hasta la respiración, Sara se quedó a menos de tres décimas de acabar cuartas y pasar a la final de K4.
"No llegamos a ir bien, puse el ritmo y noté q la embarcación cuando metíamos la palada no avanzaba lo que tenia q avanzar y sabia que algo iba mal. Tenemos que ir coordinadas sobre todo por debajo de las piernas. Fallaba la coordinación, no íbamos acopladas, perdíamos centímetros y el resto los ganaba. En el momento puedes llegar a enfadarte con tu compañera, pero no somos máquinas sino personas, yo me puedo equivocar marcando el ritmo mal por tanta adrenalina y me paso de paladas. Debes ser metódico, pero sin que nadie te pueda indicar nada en ese momento. Es un deporte de mucha intuición".
Aquel instante fue el más duro en una competición. Pero nada que ver con lo que le había tocado vivir durante los tres años previos de preparación en Pontevedra: "He llorado más que en toda mi vida en Galicia, donde me he dejado la piel. Cuando caímos eliminadas en París, no podía ni hablar. También tuve una sensación de alivio porque todo había terminado y no volvería a esa etapa de mi vida, estando tan sola. Cuando necesitas de alguien te das cuenta de que estás sola, entrenando en solitario. Para mi entrenador nunca era suficiente lo que yo hacía, psicológicamente me afectaba. Mi fuerte es la parte mental, pero me han pasado cosas que no pensaba q me iban a suceder. En la ceremonia de apertura estábamos aun en Pontevedra, me volví a llevar otra bronca porque habían entendido mal lo que habían dicho, me puse a llorar y dije que no quería seguir hablando. Me dio un ataque de ansiedad, empecé a sentir un hormigueo en los dedos. Era por todo lo que había tenido que aguantar. En ese momento mi entrenador me trajo el papel, y yo no podía ni abrir la mano para cogerlo. Ahí me preguntó qué me pasaba, le dije "eres tú y estos tres años aquí", que me estaba machacando. Estuve a punto de irme varios años. Pedí el primer año ayuda psicológica, aunque tampoco me ayudó demasiado".
"Le escribí un mensaje, pero con mi entrenador en una casa nos llevaríamos muy bien. Cuando lo veían, me decían que me tiene manía, que soy yo que lo magnifico".
La imagen de la desolación: "Caíamos al agua a veinte metros de meta. Había estado avisando en el entrenamiento de que eso podía pasar, porque solíamos pegarnos a la línea de boya, y ahí corres el riesgo de que te descalifiquen. Avisé de ir más por el medio. El medio, la piragua, es inestable, cuando metes tanta fuerza hay pequeños desequilibrios, por lo que debes intentar que tu compañero no lo note. Mi compañera me dijo en algún entrenamiento que se caía, le respondía "cuando te pase, seguir remando". Es lo que pasó en la competición. Puedo quedar última, pero caerme al agua no lo tenia en la cabeza. Ahí sí me quedé jodida. Fue la guinda del pastel".
Verse en el agua no lo había visualizado, pero lo que sí se le vino enseguida a la cabeza fue todo el sufrimiento acumulado hasta ese día: "Me preguntaban en rueda de prensa y solo atiné a decir que habían sido años muy malos, no pude decir más. Mi compañera me pasó algún vídeo de tik tok donde nos criticaban, pero a mí eso ni me va ni me va viene. "No me lo puedo creer", repetía una y otra vez al terminar la competición. Cogí mis cosas y me fui a casa. Mi carrera no ha sido siempre preciosa, así que nunca he pensado en tirar la toalla. Eso sí, para seguir en el piragüismo únicamente pedí no volver a Pontevedra, porque eso sería jugar con mi salud. Me tenía que tomar pastillas para dormir, me salían ronchas en la piel, en los análisis me daba el cortisol alto, me dio un tic en el ojo… Ahora puedo reír, antes no", confiesa en Relevo.
Desde entonces, vive en San Miguel de Arroes, en el 'prao' que le ha devuelto la paz, sobre todo la mental: "Estoy una casa con mis animales, mi familia, entreno en casa, estoy muy a gusto, después de lo que hemos pasado. Vuelvo a disfrutar de entrenar y de la piragua, así que vamos a por Los Ángeles", dice convencida.
Adriana Cerezo: «Me daba hasta vergüenza»
Adriana Cerezo aspiraba al oro tras los grandes presagios cosechados en taekwondo. Llegaba a París en su mejor momento y las expectativas puestas sobre ella no se habían convertido en presión, sino en confianza consigo misma. Había logrado plata en Tokio, pero perdió inesperadamente contra la iraní Mobina Nematzadeh, número 7 del mundo, en los cuartos de los últimos JJOO: "Me daba hasta vergüenza", reconoce en Relevo.
"Cuando recibí el primer punto entré como en un bloqueo y ya no era capaz de ver la forma de puntuar, de buscar soluciones. Había tiempo, quedaba todavía un minuto y medio del primer asalto". No supo cómo darle la vuelta a ese revés, y era cuestión de segundos encontrar la forma. "Vi que no era capaz de solventarlo, que eso te pase en un campeonato de España no pasa nada. Simplemente no quise darle muchas vueltas, la preparación había sido buena, el calentamiento también fue correcto. Tener tantas ganas de cumplir un sueño podría ocurrir. He aprendido que lo primero es no quedarte con la sensación de haber dado más, eso es lo que más me dolió, que no arriesgué en ese momento", se sincera.
Las expectativas puestas en su oro no fueron tampoco una presión que le provocara aquel bloqueo: "No lo creo, las expectativas de fuera no eran las que yo tenía. Sabía que estaba preparada para ser campeona olímpica, y que la gente lo viese a mí me hacía mucha ilusión y me reforzaba. Así que todo lo contrario, la presión me ayudó".
"En la zona mixta estaba perdida, en shock, no era consciente de lo que acababa de perder. En el momento de caer, me quedé en blanco, me llevé las manos a la cintura mirando el vacío y no dije nada. Sentía hasta vergüenza por mí misma. Se te cae el mundo. En ese momento, cuando perdí la opción de repesca mi entrenador me preguntó si íbamos a Los Ángeles. 'Obvio', le respondí", sigue contando con la serenidad que transmite desde que fuera campeona con 17 años.
"Al final cada persona es un mundo, una palabra adecuada te puede cambiar todo. Me di cuenta de que toda la gente que me quiere no estaba triste porque había perdido, sino porque yo estaba triste. Al final de año el balance que hago es de que he perdido una oportunidad muy grande, pero todo pasa por algo. No hay sensación de abandono, me he sentido muy respaldada por todos, medios, Federación, COE…"
Tiene la imagen de Los Ángeles como fondo de pantalla desde el día siguiente que cayó eliminada en París. Un bloqueo que hará desbloquear el sueño americano.
José Dani Martín y su problema con el caballo
José Dani Martín fue nuestro gran referente en hípica en los últimos JJOO y competiciones internacionales. Pero no lo ha hecho solo, sino que durante una década le ha acompañado su caballo el Malagueño. Con él creó una simbiosis inquebrantable, nunca una lesión o enfermedad les había hecho parar. En París les esperaba su noche maldita: "A los Juegos llegamos muy bien, habíamos hecho una temporada muy buena, la federación nos concentró a 15 kilómetros de parís, y todo fue muy bien. El caballo entró en las instalaciones en muy buen estado, cenó bien, y a la mañana siguiente no quería comer, estaba muy molesto. Tenía una inflamación en el cuello, pensamos que una infección o reacción a algo, lo intentamos a través de indiba, fisios, pero la inflamación no le bajó hasta 4-5 días hasta después de ya empezada la competición".
El jinete explica en Relevo que no hay ninguna tendencia de lesiones o enfermedades en los caballos que compiten, pero ese día no pudieron domar a la mala suerte: "A Malagueño no le había pasado nunca, estuvimos intentando esos días intentando hacer todo lo que podíamos, … El problema es que por el tema del doping no puedes darle antiinflamatorio, ni antibiótico. Hasta que vimos que debíamos que tomar una decisión. Te destroza, has trabajado muchos años, sabes que no es algo grave, pero una tontería que duró justo esa competición. Es una cita muy complicada de llegar solo cada cuatro años. Pobre, es que no podía, yo sé que si no lo hubiera dado todo".
Martín ha anunciado recientemente su retirada: "Dos años antes de estos JJOO ya había decidido que me retiraba". Nunca nada les ha separado, ni parado. En París la mala suerte les frenó. No se merecían ese final, pero la vida les sigue haciendo disfrutar: "Y ahora Malagueño se dedica a sus labores de semental", cuenta.
Ana Moncada, Elena Congost y Loida Zabala
A Ana Moncada le pasó de todo cuando compitió en vela en lo que eran sus primeros Juegos Olímpicos. Falta de viento, le sancionaron… Todavía sigue reponiéndose a tanto infortunio mientras pocos se acuerdan de ella.
Elena Congost es la atleta con discapacidad visual, que en París cruzó tercera la línea de meta junto a su guía Mia Carol. Pero fue noticia al perder la medalla (y la beca correspondiente) al ser descalificada porque se soltó unos segundos la cuerda que les unía cuando quedaban sólo 10 metros para la meta. Fue justo en el momento en el que Congost quiso evitar que su guía se cayese desplomado por los calambres. Como ella comentó, "me descalificaron por ser persona". Sigue luchando por hacer justicia, más humana que divina, y cuenta en Relevo que "no me quedé sin medalla, sino que me la quitaron. Y estamos en la lucha para que me la devuelvan".
Loida Zabala (Losar de la Vera, 1987) es toda una heroína, y no únicamente de la halterofilia. Se plantó en los Juegos Paralímpicos, los quintos de su carrera, con nueve tumores cerebrales y un cáncer de pulmón que le diagnosticaron en octubre de 2023. En París terminó novena, pero el resultado fue algo testimonial. Estar allí era su medalla. El camino hasta la capital francesa, todo un ejemplo de ganas de vivir. Ahí estaba su victoria y la consiguió. Ahora no descarta Los Ángeles, aunque cuando Relevo ha contactado con ella en estos últimos días, no nos ha podido atender ella de propia voz. Unos tumores en el hipocampo del cerebro le están impidiendo el haba que se espera que vaya recuperando poco a poco. Nos atiende Antonio, su pareja, y nos explica cómo se encuentra Loida. En cuanto ha podido, ha publicado en sus redes cómo se encuentra. Las últimas noticias no han sido positivas y la propia deportista asegura que "preferiría morirme antes de tomar corticoides".
Sin duda, Loida va a vivir su "vida extra", como ella dice, como así lo elija. Ella ya es de oro. Porque la victoria es el camino, cuando nadie sabe cómo lograron llegar hasta la meta de unas Olimpiadas. Cuando nadie repara en ellos y ellas, como si una delgada línea, en forma de medalla, separara dos mundos. El de los ganadores y el de los perdedores. Cuando subirse al podio es, en realidad, superar las trabas del deporte, de la vida.