Un oro desde el orden, la genialidad... y la vaselina
Escrita está. No es cuestión, ahora, de apuntarse tantos, ni sacar pecho. Era un libro abierto. Una evidencia comprobable. Un hecho que se tenía que hacer realidad. Esa selección de Santi Denia, la de la primera ronda, la de los cuartos de final, incluso la de semifinales, tenía mucho pero que mucho margen de mejora. Iba subiendo peldaños, pasando pantallas, pero el equipo no terminaba de expresarse en su máxima expresión. No se ajustaba bien atrás, no tenía la fluidez en su juego que cabía esperar de los dos o tres jugones que tenía y arriba andaba justa-justita, aunque le daba.
Esperaba, sin duda, su momento. Y éste llegó en la final. En territorio hostil, ante el país organizador. Allí, en un estadio, el Parque de los Príncipes, en el que el fútbol español ya había tenido sus batallas, desde ganar el Real Madrid su primera Copa de Europa (1956), a perder otra contra el Liverpool (1981) y también donde sus mayores del 84 habían caído en una final de la Eurocopa con aquel gol de Platini. París.
Una gran España. Digna del Oro. En lo futbolístico, se mostró como un equipo con personalidad, orden y una extraordinaria organización táctica. Compensado para atacar y defender y que mostró su mejor cara cuando tuvo el balón en su poder. Además, en lo emocional, demostró ser un once con carácter, con orgullo, con una capacidad de sufrimiento alimentada a lo largo de todo el Campeonato desde su gran confianza en sus posibilidades. Su reacción ante la adversidad no tuvo límites, como se demostró en este último combate, en el que respondió cada golpe con la valentía del campeón.
Desde su sencillo 1-4-2-3-1 en ataque, que se convierte en un 1-4-4-2 a la hora de defender, una de las grandes virtudes de esta selección es no complicarse la vida. Juegan casi siempre por no decir siempre, los mismos. Su alineación se repite de carrerilla, como las de antaño y hacer el fútbol fácil. Sin una brillantez extrema, pero sí con seguridad en lo que hace y cómo lo hace. Para completar su faena desde el punto de vista táctico, ganó la final desde la improvisación de jugar con tres centrales (Eric García-Cubarsi-Pacheco) y dos laterales largos (Juanlu y Miguel Gutiérrez). Situación inhabitual, pero que funcionó como un reloj de cuco.
Cuando un puñado de notables jugadores se ponen de acuerdo el mismo día, en el mismo sitio y a la misma hora para desarrollar lo que saben, el resultado suele ser el visto en París. Una obra camino de la perfección. Si este equipo destaca por encima de todo por ser un colectivo solidario. No están de más dar un paseo por sus individualidades. Y en ese plano Miranda y Fermín, super-Fermín, tienen lugar preferente. Ya venían marcando diferencias desde el primero partido, pero también quisieron superarse a sí mismos en la final para estar a la altura de las circunstancias. Como los goles llaman tanto la atención es inevitable mirar a los ojos al jugador del Barcelona y decirle que no pare, que siga y siga y no deje de seguir. Es evidente que tiene el don del gol sin ser un delantero en el más amplio sentido de la palabra. Eso no tiene valor de mercado.
Desde la mediapunta, Fermín domina una amplia zona de influencia que le permite llegar al área como si entrara en la sala de estar de su casa. La mejor prueba fueron sus dos goles en la final. El primero, producto de la inteligencia: prolongar el pase en un remate sin control por medio y el segundo, llegando sin estar al área pequeña. Bendito el problema que le ha creado a su entrenador, Flick, en el Barcelona: Fermín, sí, el primero, Pedri, Gavi, Olmo, De Jong, Gundogan.... Como para pensarse volver a jugar con cinco centrocampistas y el delantero de turno (Lewandovski)
Sigamos con las individualidades. A pesar del error en el gol francés, se vio al Arnau Tenas más completo en la defensa de su puerta... con el lujo final de su pase de gol. Nunca hasta ahora Eric y Cubarsi habían estado tan contundentes, bien colocados y con el sentido de la anticipación tan afinado. Ni Pablo Barrios, hasta esta final, había sacado el libro del mediocentro que parte y reparte. Viene y va. Sube y baja. Baena se subió a su caballo para galopar juntos y marcar un gol prodigioso de falta....Y así se podría continuar uno por uno por todos cada uno de los futbolistas que nos hicieron retroceder en el tiempo y volver a ese Oro Olímpico del Camp Nou. Hasta Kiko encontró su heredero: Camello, el canterano del Atlético que se gana la vida en el Rayo y que contó a su manera los dos tantos que valieron el oro: "Hice lo que siempre hacía cuando era juvenil y entraba en el área: tranquilidad y vaselina".