MASTERS DE AUGUSTA

Jon Rahm, un gigante en el Masters de Augusta: remontada, chaqueta verde y número 1

El de Barrika firma un cierre de ensueño y logra su segundo Major tras darle la vuelta a los cuatro golpes de desventaja que tenía.

Jon Rahm celebra la victoria en el Masters de Augusta. /Getty
Jon Rahm celebra la victoria en el Masters de Augusta. Getty
Óscar Méndez

Óscar Méndez

No existe mejor sensación para un golfista que la de caminar hasta el green del hoyo 18 un domingo con la victoria en el bolsillo. Lo reconoció Jon Rahm en el último Open de España, donde pudo saborear ese momento en el campo madrileño. Es difícil creer que en aquel momento, el pasado mes de septiembre, el de Barrika pensase en disfrutar unos segundos como esos en el campo más icónico del planeta. Hoy lo logró. En el último hoyo de Augusta National el vasco pudo escuchar el rugido del público estadounidense agolpado para presenciar como embocaba la bola decisiva y se hacía con su segundo Major, un Masters de Augusta que le otorga una chaqueta verde que ya es historia en el deporte español.

Jon Rahm en rueda de prensa tras proclamarse campeón del Másters de Augusta EFE

Rahm no es solo el mejor jugador del mundo, es también un competidor único. Hoy tenía que enfrentarse a vuelta y media en uno de los campos más complicados del planeta, con el desgaste físico y emocional que eso supone. No necesitaba solo jugar bien, precisaba de una exhibición para elevarse al olimpo de un deporte con más de 150 años de antigüedad. No le tembló el pulso.

Para llegar a ese momento ha tenido que remar mucho desde el tee del 1 el pasado jueves, desde donde cometió su mayor error en cuatro días. Se fue del primer hoyo del torneo con un doble bogey que habría desconcentrado a cualquiera, pero el nuevo número 1 del mundo tuvo una primera jornada maravillosa en Georgia, firmando un sensacional -7 en su tarjeta y compartiendo liderato con Viktor Hovland y Brooks Koepka, dos candidatos al título. El viernes todo comenzó a torcerse por causas ajenas a él.

El mal tiempo hizo acto de presencia sobre el campo diseñado por Clifford Roberts y Bobby Watson y cortó su vuelta, mientras que el estadounidense la había podido completar con comodidad. La acabó el sábado a primera hora, pero ya se dejaba dos golpes con el estadounidense. El sábado se repitió la misma escena y la distancia se incrementó hasta los cuatro golpes entre ambos. Quedaba un domingo maratoniano y ahí Rahm desplegó toda su magia.

Jon Rahm y Brooks Koepka, este domingo en el Masters de Augusta.  Getty
Jon Rahm y Brooks Koepka, este domingo en el Masters de Augusta. Getty

A los cinco minutos de reanudarse la tercera vuelta de ambos, la distancia cayó a tan solo dos golpes. Quedaban 29 hoyos por delante, o lo que es lo mismo, un mundo. Y el vasco lo sabía. En esa fría mañana en Augusta National los dos únicos candidatos ya al triunfo vivieron un sinfín de emociones que les hicieron intercambiar aciertos estratosféricos y errores groseros. La diferencia se mantuvo en esos dos golpes cuando solo restaba una vuelta.

En los cuatro primeros hoyos estaban empatados. Rahm no fallaba y a Koepka comenzaban a temblarle las piernas, perdonando putts relativamente sencillos y encontrando muy pocas calles desde el tee. El vasco, mientras, jugaba como un robot: bola desde el tee, approach a green y bola embocada en uno o dos intentos. Parece fácil, pero no lo es. Como una hormiguita comenzó a trabajarse cada esquina del campo, lo que le permitió coger una distancia de dos golpes antes del temido Amen Corner, el lugar donde tantos y tantos favoritos han caído. Él tenía otros planes.

Salió de los tres hoyos (11,12 y 13) con un golpe más de ventaja, esta vez sobre un Phil Mickelson que ya había terminado su vuelta. Lo certificó en el 14 con el mejor golpe que ha dado cualquier jugador durante todo el fin de semana. Rahm seguía concentrado, porque jamás pierde sus ganas mejorarse a sí mismo, pero ya podía disfrutar del momento, de su momento, uno que pocas veces puede vivir un deportista en España. La victoria era suya y podía saborearla.

El de Barrika se une a Severiano Ballesteros, José María Olazábal y Sergio García como los únicos jugadores nacionales que han vestido la chaqueta verde. Un momento instante único, inolvidable, mágico... Los mismos calificativos que definen a Jon Rahm: único, inolvidable y mágico. El legado de Seve está más vivo que nunca gracias a él.