Reggiolo, el pueblo donde empezó todo para Ancelotti: "Éramos pobres, no había ni televisión ni baño..."
Relevo pasa dos días en el lugar de nacimiento de Carletto, a pocos kilómetros de Parma. La hermana del técnico, excompañeros, vecinos y el alcalde desmenuzan su infancia y adolescencia allí.
Carlo, soy un periodista español, me marcho ahora a Reggiolo para conocer sus raíces. ¿Por dónde me recomienda empezar? "Por el oratorio de San Giuseppe. Allí jugué mis primeros partidos".
Ancelotti acaba de atusarse el flequillo nada más recibir el premio honoris causa concedido por la Universidad de Parma. Esboza una ligera sonrisa cuando escucha hablar de su Reggiolo natal, un pueblo de nueve mil habitantes situado en Emilia Romaña. Un lugar que sufrió un terremoto en 2012, obligándole a resurgir de sus cenizas y rehacerse prácticamente entero.
Entre lo poco salvado de este capricho y sacudida natural fueron el castillo, la iglesia de Santa María y dos campos de fútbol: el del Reggiolo Calcio -la cantera donde se forjó Ancelotti- y el de la parroquia de San Giuseppe. "Es lo único intacto de aquí. El resto está restaurado", explica Dante Musi, un asesor fiscal que gestiona la problemática reconstrucción del oratorio. "Ahora está Don Francesco, pero a él le gusta el basket. Cuando venía Carlo, residían Don Angelo y Don Gianfranco Caleffi, ya fallecidos. Yo no conocí al míster, pero mi cuñada me hablaba mucho de él, porque iban juntos a la escuela. Tampoco existe ya el colegio", asevera.
Es precisamente Musi quien abre las puertas de este oratorio moderno para llegar hasta el final, donde emergen dos porterías con redes deshilachadas. "Me gusta recordar que antes de conquistar el mundo, estaba aquí jugando". Sí, en Via Matteoti 96, algo alejado de su casa de campiña, en la calle Vallicella, donde al poco de nacer ya lanzaba el balón contra una pared que ya no existe. "El muro es muy agradecido", suelen decir siempre Totti o Baggio cuando se les pregunta por sus orígenes. "Si se la lanzas bien te la devuelve incluso mejor. La pared es la clave de todo". Allí, en esas raíces profundas de una tierra rica en jamones y parmesano, ya se extinguió para siempre.
"La atmósfera que recuerdo es la de la clásica casa en el campo, de campesinos y agricultores. No había televisión ni baño, pero sí teníamos luz. Hablamos de la posguerra. Años difíciles. Es verdad que no nos hacía falta de nada, pero éramos pobres", evoca Angela Ancelotti, quien milita en Novi di Modena, a poca distancia de Reggiolo. "Recuerdo que mi hermano jugaba al fútbol cuando tenía seis años. Nos regaló siempre muchas satisfacciones. Mi madre siempre estuvo un poco al margen, pero papá Giuseppe fue su primer tifoso. Tenía una cuadra con vacas y siempre trabajaba allí, pero el momento para ir a verle lo encontraba siempre. Somos muy humildes".
Angela conserva celosamente sus recuerdos sin color. Era una Italia pobre y honesta la del 1959, cuando nació Carlo Ancelotti. Ya se intuía el boom económico, que traería progreso a cambio de un importante precio a pagar: la cancelación de las emociones simples y el esfuerzo silencioso. Hay algo de todo eso en la figura del técnico italiano, quien -como Garibaldi- en 2024 se embarcará hacia el nuevo mundo cruzando el Atlántico. Siempre y cuando no renueve con el Real Madrid.
Un pueblo rendido a él
"Yo jugué con Carlo en el oratorio. Luego nos marchamos al estadio Comunale, que está justo detrás. El equipo era (y es) el Reggiolo Calcio. Teníamos 14 años. Él estuvo allí dos. En la temporada 1974/75 se marchó a la cantera del Parma. A partir de entonces no paró de crecer". Las palabras son de Fausto Mazza, propietario del restaurante Toscanini. Allí, entre aperitivos de lomo, jamón y parmesano con prosecco helado, cita precisamente al joven alcalde: Roberto Angeli, que escucha atentamente la eclosión de Carletto. "En nuestro equipo el mejor era un delantero. Vinieron a por él, pero como también necesitaban un ala interior en el centro del campo se llevaron a Ancelotti. Jugaron muy bien los dos en la cantera del club parmesano. Entonces el primer equipo estaba en Serie C y Carlo tuvo suerte porque se lesionaron dos que jugaban en su puesto y debutó en el primer equipo al año siguiente. Jugó de maravilla y subieron a Serie B tras ganar un partido de desempate contra la Triestina. Hizo dos goles", apunta. Luego lo fichó Liedholm por la Roma y ya nada fue como antes.
"Representa la excelencia y un personaje único para nuestra comunidad de vecinos. Es la persona más importante de Reggiolo. Un honor para nosotros", reconoce precisamente el alcalde, que subraya el aura simple de la localidad, hija de un costumbrismo rural y pétreo. "Nuestra cultura, característica de un pueblo pequeño de interior, es en base a la tierra y los animales. Somos comunitarios, nos gusta hacer escuadra, hacer piña. Sabemos gestionar muy bien los núcleos de vecinos". Algo así como siempre hizo Carletto con cada vestuario. "Todo tiene que ver con un rito, algo tribal: la matanza del cerdo con la familia, que después terminaba comiendo entresijos fritos", rememora Roberto, cuyo próximo reto es cambiar el nombre del estadio. "Tengo que hablar con él para que nos dé el visto bueno y así llamarle Carlo Ancelotti".
Por supuesto el fútbol
En Via Camillo Prampolini pide la vez, custodiado por casas bajas a su alrededor que dificultan sensiblemente su acceso, el estadio del Reggiolo. Fundado en 1956, el club ha disputado varios campeonatos nacionales de la máxima serie amateur. Allí esperan el director general -Luigi Galli-, quien ha convocado para la ocasión a alguien que coincidió con él vistiendo la zamarra rojiblanca. Se llama Gaetano Parenti: "Siempre tuvo un rendimiento constante y bueno, pero no era un fuoriclasse. En la vida, hablamos de un tipo normal que ha conseguido algo extraordinario. Es difícil hablar de él, porque aparentemente no tiene nada singular o extraño. Ahí está la grandeza, en esa tranquilidad y simplicidad. Como entrenador y jugador hizo de la normalidad un dogma, un arte. Es difícil que alguien normal realice cosas maravillosas, pero Carlo sí lo hizo". El discurso parece vetusto y manido, pero es poético, profundo y extremamente sofisticado.
Hay una foto en las oficinas del club que delata al actual técnico del Madrid: en blanco y negro, aparece Ancelotti joven con un polo Puma a la entrada del pueblo. Aun acervo y pulcro. No diezmado por sus rodillas. Junto a él hay dos señales de tráfico, una prohíbe superar los 50 km hora y la otra tocar el claxon. Exacto, despacio y sin hacer mucho ruido. Así es como se conquistan las vetas más altas partiendo desde el lugar más simple, grande y remoto.