OPINIÓN

Las mentiras y verdades de la Supercopa

Los aficionados de Osasuna, unos 500, fueron la máxima presencia española en Riad. /AFP
Los aficionados de Osasuna, unos 500, fueron la máxima presencia española en Riad. AFP

Es difícil bajar el balón al suelo y poder escribir sobre esta experiencia de la Supercopa de España en Riad, a 5.000 kilómetros de donde Real Madrid, Barcelona, Osasuna y Atlético conviven con sus aficionados. Es un escenario surrealista, justificado (o no) por esos 40 millones que recibe la RFEF, cuyos miembros no se muestran tímidos en reconocer entre bambalinas que "esto es un transatlántico". La vida cambia con 40 millones. Incluso para una federación que ya vivía en la opulencia por ser la que más ingresa por su expansión mundial y éxitos.

El fútbol no deja de ser un reflejo de otros ámbitos, y el 'todo por la pasta' se ha impuesto como en otras disciplinas. La RFEF no ha hecho nada distinto a lo que se cuece en el fútbol. El Barça de Laporta es capaz de criticar modelos como el de Qatar a abrazarse a ellos, mientras que el Real Madrid, el club del señorío, no tiene reparos en tejer negocios en países donde no respetan los Derechos Humanos. Países que proclaman la paz son los mayores productores de armas y así podríamos seguir hasta el final del artículo. El que esté libre de pecados que esconda la mano. La pregunta de ¿tú te vendrías a vivir aquí un año por un millón de euros? recorría la sala de prensa entre el debate moral y el dinero. Pocos decían no. Pecados, por tanto, que seguramente ya no lo son en el salvaje capitalismo.

Es difícil rescatar algo positivo de la Supercopa en Riad más allá del dinero que se llevan los clubes, un factor que incluso aviva polémicas como las de Osasuna, que puso encima de la mesa el "desequilibrio" en los premios. El que más genera es el que más gana como el que más dinero da es el que se lleva el mercadillo de la Supercopa aunque sea en un país culturalmente opuesto donde es difícil discernir la realidad de la ficción, de la imagen que se quiere transmitir, donde se desconoce si es oro u hojalata lo que se ve.

Me recuerda a la historia del ilusionista británico Jasper Maskelyne, que logró engañar al ejército alemán en la Segunda Guerra Mundial con un truco de magia. Todo lo que se cuenta de su historia se pone en duda porque se basa en su libro... escrito por él. Hasta los ejemplos se dividen entre la verdad y la mentira. En la batalla de el-Alamein mandó construir carros de combate, barracones, depósitos de agua, oleoductos e incluso unas vías de tren de cartón piedra en otro punto al originario de la ciudad; y lo iluminó, lo que confundió a los alemanes, que dispersaron sus tropas; eso propició la victoria aliada. Ese cartón piedra ha sido Riad esta semana, un truco ilusorio con cuatro equipos jugándose un título sin su gente y una sociedad contradictoria, no se sabe en qué punto está de su oscuro pasado o el aperturismo que se indica.

En ese asunto no todo ha sido descorazonador. Hay alguna verdad. Para conocer ese pulso de la ciudad y esa teórica evolución en las libertades en Arabia Saudí es mejor hablar con los que viven en Riad, como esos 60 españoles que forman un grupo de whatsapp para comunicarse y ayudarse. Como Silvia, que tiene una visión mejor de las cosas que ocurren; Tania, la hincha del Atlético que trabaja para la CIA árabe; o una enfermera que explica por mensaje que "he hablado con muchas chicas y la mayoría me parece libre de decidir qué hacer con su vida. Tengo amigas que viajan solas hasta Europa, otras que rechazaron matrimonio con el chico que sus padres habían escogido para ellas o que se divorciaron y siguieron sus vidas solas". "Es un tema generacional", resumen. "Estas jóvenes no educarán a sus hijas como las educaron a ellas".

Pequeños pasos que se dan en un país que avanza con el nuevo príncipe. "Es una estrategia para ganar nuevos inversores, el petróleo se acaba, están obligados a abrirse", contaba otro ciudadano saudí. De nuevo el dinero y la supervivencia como motor de cambio. Mientras, España colabora y se llena los bolsillos. Cuando este lunes no quede nadie, España desviará la mirada hasta el año próximo, fijándose en la sonrisa de Cristiano Ronaldo, que tampoco se sabe si es de verdad o mentira.