Los seis meses de Pep Guardiola en Roma empezaron contra el Athletic y esconden varios secretos
El catalán fichó en 2002 por el cuadro romano y aunque apenas jugó, disfrutó de una ciudad en la que años después se convertiría en leyenda ganando la Champions.
En el Gran Hotel Vía Veneto, en pleno corazón de Roma, el Barça descansó en las horas previas a uno de los partidos más importantes de su historia. En la Ciudad Eterna, aquel equipo azulgrana dirigido por Pep Guardiola y liderado desde el campo por Leo Messi se convertiría en inmortal, algo que obsesionaba al técnico catalán desde muchas semanas antes. Le motivaba especialmente el lugar, con el Estadio Olímpico como epicentro de su ilusión, así como medirse a un Álex Ferguson que había convertido al Manchester United en campeón el año anterior con Cristiano Ronaldo como estrella y que llegaba a la cita como principal favorito. En esas paredes del lujoso hotel romano pasaron las horas, lentas, antes de que Pep sorprendiera a toda la plantilla con el vídeo más famoso de la historia blaugrana. Aquel que asemejaba el Olímpico al Coliseo y a sus jugadores con gladiadores, mientras sonaba el 'Venceré, venceré'.
No fue casualidad. Se ha escrito mucho del impacto emocional de aquellas imágenes que iluminaban la oscuridad del vestuario del estadio italiano un cuarto de hora antes del inicio de la final. Fue un golpe de efecto del entrenador. El escenario era importante para él, por la carga histórica y por una experiencia futbolística que le marcó en su carrera, le enseñó a sufrir en el banquillo mientras aprehendía nuevos estilos y le permitió conocer una ciudad de la que se enamoró pese a las desavenencias deportivas.
Roma no es cualquier ciudad para Guardiola. Allí llegó en el verano de 2002, tras pasar una temporada en Brescia, lugar al que llegó casi de casualidad fuera del mercado veraniego una vez que decidió abandonar el Barcelona durante la temporada 2000-01. La Juve siempre pareció su destino, pedido expresamente por Carlo Ancelotti, que veía en él un jugador ideal para acercarse al scudetto en un equipo en el que aún lucía Zidane. Pero la salida del hoy técnico del Real Madrid y el regreso de Marcelo Lippi a la Vecchia Signora le cerró las puertas y, sin tiempo de reacción, aterrizó en un Brescia en el que comenzaría su amor por la capital.
Allí coincidió Baggio o Pirlo, pero sobre todo con Carlo Mazzone, un entrenador romano del que se enamoró -era compartido- pese a un inicio complicado. El técnico, al que se le otorga el honor de haber descubierto a Francesco Totti, quiso bloquear su llegada e incluso, minutos antes de su presentación, le hizo saber a Pep que él no le había pedido. Poco después, el catalán sería el líder de aquel equipo y se ganaría el respeto de la Serie A con su fútbol. "Para mí entrenarlo fue un privilegio, decirle lo que hacer me parecía incluso superfluo", dijo una vez Mazzone, quien pese a saber de su importancia en el modesto equipo italiano, fue quien le recomendó al mediocentro fichar ese próximo verano por la AS Roma. Le había contado decenas de historias y estaba convencido de que en aquella ciudad, tan caótica como cautivadora, Guardiola se desenvolvería bien.
Inicios complicados
"Tuve la suerte de ser entrenado por Fabio Capello. Recuerdo mis primeros días de vida con él. Los equipos italianos, en Europa esos años, no ganaban nada. Eran los españoles (Real Madrid) los que se llevaba la orejuda. Y varias veces. Pues en mis primeros días oía que el entrenador italiano repetía una y otra vez que o se dejaba de lanzar pelotazos y se empezaba a jugar como lo hacían los españoles o nunca más el país de la pizza y hoy de Moggi volvería a ganar nada. Fue en las primeras semanas. Y en las siguientes. Pero no más. ¿Hasta cuándo duró el mensaje? Hasta las primeras derrotas. El lugar donde se ponen a prueba las convicciones. No hay otro".
Así narró el propio Guardiola sus primeros días en Roma en un delicioso artículo de opinión firmado durante el Mundial de 2006 en El País. Antes de esos días en la capital italiana, o de que iniciase el fútbol de verdad, Pep se estrenó en San Mamés ante el Athletic Club. Lo hizo en un duelo amistoso en plena Semana Grande bilbaína, con muchos de sus amigos en la grada. No pasaría a la historia en lo futbolístico, pero fue bonito para él regresar a un estadio que siempre ha admirado. Después, todo se torcería.
"En ese momento, Fabio Capello empezó a tomar decisiones (lo hace como nadie) y a tomarlas como él las siente. Como él siente el fútbol", continuaba, antes de mentar a su admirado Mazzone. "Mi entrenador en Brescia y mi padre italiano, un día hablando sobre el fútbol español y el italiano, hablando de miserias y maravillas de uno y otro, de repente me suelta: "'Pep, a ver si nos entendemos: ¿cuántos Mundiales tiene España? Nosotros, tres. Y vosotros?' Ante tal irrefutable argumento numérico, me levanté, le abracé, le felicité y me fui a hacer no sé qué".
Aquella anécdota es importante para entender que Pep Guardiola aprendió mucho de su experiencia romana a nivel futbolístico. "Lo que mejor conocí fue el banquillo del Olímpico", dijo también en otro momento bromeando, ya que apenas contó para el técnico tras iniciar los primeros partidos como titular. Pero se impregnó de las ideas defensivas y como en toda su carrera, diseccionó lo que le interesaba para su idea futbolística. Capello también, como Mazzone, le hizo saber que su fichaje era de club y no de entrenador, pero con él no hubo remedio. Sin fútbol -jugó seis partidos, uno de ellos ante el Real Madrid de sus amigos Figo y Raúl-, Pep aprovechó su estancia para conocer y cautivarse de una ciudad en la que guarda varios secretos.
El primero de ellos, el más personal, es que allí creció María, su primera hija. De hecho, fue importante incluso en su camiseta. El '4' ya estaba escogido tanto en Brescia como en Roma y alguien cercano le dijo que era buena idea elegir el 28 en honor a María, que nació en un día 28 y comenzó sus primeras clases de parvulario en un colegio de la capital italiana. Guardiola aprovechaba sus ratos libres para evadirse tomando café en las diferentes 'piazzas' de la ciudad, a las que le gustaba llegar siempre caminando, recordando que cada vez que se subía al coche acababa maldiciendo lo caótica que es esta ciudad al volante.
En sus ratos libres, disfrutaba visitando los cientos de exposiciones culturales que ofrece la capital y, por supuesto, degustando una comida italiana que ya le tenía enamorado, pero que llevó ese placer a un lugar desconocido gracias a un lugar al que ha seguido acudiendo a lo largo de los años. Una recomendación que sigue haciendo a todos sus conocidos: "Comer en Pommidoro". Un restaurante de doble planta, situado en el barrio de San Lorenzo y con décadas de historia. Hoy lo regenta el nieto de Aldo, el histórico dueño que atendió al cineasta Pier Paolo Pasolini en su última cena antes de ser asesinado en la playa de Ostia.
Guardiola se enamoró de su carbonara. La mejor de Italia, según él, más fanático de la comida italiana que los propios locales. "Estos pueden hasta no comer para poder comprarse unos zapatos de lo presumidos que son", suele repetir el entrenador, que vivió una experiencia muy intensa en la ciudad, pese a que volvió a Brescia ese invierno para 'escapar' de un banquillo al que estaba destinado con Capello. Mazzone le volvió a cobijar, pero junto a él siguió cultivando su cariño por la capital. Una ciudad y una experiencia que, como cada paso que ha dado, fue clave para entender su carrera.