COPA INTERCONTINENTAL

Cuando Sandro Rosell fue invitado VIP en una celebración del Real Madrid por una Intercontinental

Al año siguiente, llegó al Barcelona como vicepresidente deportivo de la mano de Laporta y fichó a Ronaldinho. En 2010 acabó siendo presidente azulgrana.

Los jugadores del Real Madrid celebran la victoria ante Olimpia de Asunción en Yokohama. /Reuters
Los jugadores del Real Madrid celebran la victoria ante Olimpia de Asunción en Yokohama. Reuters
Enrique Ortego

Enrique Ortego

Disputar la Copa Intercontinental era la propina que, en aquellos tiempos, tenía ganar la Copa de Europa/Champions y la Copa Libertadores, su homónima en el continente suramericano. El Real Madrid había vencido en la primera edición, que se disputó en 1960, cuando todavía se jugaba a doble partido y había perdido la de 1966, la de los ye-yes. Las dos contra el mismo rival, un clásico uruguayo, el Peñarol. Después, un salto de 32 años, los que fueron desde la Sexta Copa de Europa, 1966, hasta la Séptima de 1998. En su retorno, los blancos se reencontraron con que la competición ya se jugaba a un solo partido y en tierras japonesas gracias a que Toyota se había convertido en el gran patrocinador del torneo.

Tres prácticamente consecutivas. Victoria ante el Vasco da Gama (2-1) en 1998, derrota ante Boca Juniors (0-2) en el 2000 y nueva presencia en 2002 con nuevo triunfo ante el Olimpia de Paraguay 2-0). Y precisamente hasta ese partido jugado en Yokohama y a la posterior fiesta de celebración del título en el hotel de concentración, retrocedemos en el túnel del tiempo. Noche japonesa del 3 de diciembre. El Real Madrid se había impuesto con solvencia a un rival poco conocido en España, por lo que tampoco existía una especial excitación entre los componentes del equipo a la hora de festejar el éxito.

La superioridad de los hombres de Vicente del Bosque se había visto reflejada a lo largo del encuentro. Además, tuvieron momentos de inspiración. Un gol tempranero de Ronaldo y uno postrero de Guti cerraron un duelo con poca chicha futbolística. Un recuerdo para los campeones: Casillas; Míchel Salgado, Hierro, Helguera, Roberto Carlos; Figo, Makelele, Cambiasso, Zidane; Raúl y Ronaldo. En la segunda parte entraron Guti y Solari por Ronaldo y Zidane. Ronaldo fue elegido mejor jugador del partido y recibió la superllave del coche que le tocó como regalo de reconocimiento, una furgoneta Prado.

Ronaldo, Figo y Raúl celebran el gol del brasileño en esa final.  Reuters
Ronaldo, Figo y Raúl celebran el gol del brasileño en esa final. Reuters

Del estadio al hotel. Una cena fría preparada. Sushi y embutido. Buffet amplio. El postre en forma de fiesta también estaba preparado con todo lujo de detalles. ¡Hasta coches para recoger a los jugadores a pie de calle! Se habían encargado de todo Ronaldo y Roberto Carlos, que ejercían, casi, de anfitriones. Habían reservado la misma discoteca en la que seis meses antes habían celebrado con Brasil el triunfo en el Mundial. De buena gana, un tanto por ciento muy elevado de los jugadores se hubieran marchado directamente del hotel al exclusivo club obviando la cena oficial, pero la convocatoria era obligatoria. Llamaba la atención que todos los jugadores iban vestidos con prendas de la equipación oficial del club menos Ronaldo, que iba con ropa de su patrocinador personal, con una gorrito a la moda.

Había prisa. Desde la mesa presidencial se intentaba moderar los tiempos, pero los jugadores tenían ganas de aire fresco. Florentino Pérez planteó que al día siguiente la expedición visitaran las sedes del Ayuntamiento, entonces todavía en la Plaza de la Villa, y de la Comunidad en la Puerta del Sol. Los futbolistas no estaban por la labor. Eran conscientes de que iban a llegar agotados y después de una semana fuera de casa preferían descansar en sus domicilios. Jorge Valdano, como director deportivo, apoyó la teoría de los jugadores. Los capitanes, Hierro y Raúl, llevaban la voz contante. "Ya lo estamos celebrando en esta cena. Lo importante ahora es descansar para el partido del domingo en Mallorca (1-5). Ya lo festejaremos con nuestros aficionados el día 18 en el partido contra la selección Resto del Mundo". Este amistoso al que se referían formaba parte de los actos del Centenario y, de hecho, era el punto y final a un año de conmemoraciones.

El trofeo conquistado presidía la mesa 'VIP'. Tenía abolladuras por todos los ángulos. Y alguien se dio cuenta de que faltaba la inscripción del año 1998, que también la había ganado el Real Madrid. Dos miembros de la organización esperaban fuera del comedor porque la orden era estricta: el trofeo se tenía que devolver esa misma madrugada. La cena fue rápida y la celebración menos intensa de lo habitual en estos casos. Poco que ver con otras anteriores y posteriores. Al final se improvisó una conga, el popular baile de bodas, bautizos y comuniones, como despedida y tuvo que ser el mismísimo presidente quien se pusiera al frente para tirar del resto de invitados, sobre todo de los componentes de la plantilla. Cuando los jugadores desfilaron hacia sus habitaciones para vestirse de calle se reajustaron las mesas y Fernando Hierro y Raúl se acoplaron a la mesa presidencial. Incluso se habló de la renovación del primero de ellos, pero se quedó que en febrero se activaría el asunto.

Allí, junto a los más altos ejecutivos y directivos del club estaba sentado, muy sonriente, un invitado especial: Sandro Rosell, en ese tiempo uno de los grandes ejecutivos de la marca Nike y que mantenían una relación especial con el presidente del Real Madrid, heredada de su progenitor Jaume Rosell. Florentino y Jaume, ambos ingenieros, el primero de caminos y el segundo industrial, se profesaban una mutua admiración profesional y también tenían en común que habían hecho sus pinitos en la política. El padre de Sandro, además, había sido gerente del Barcelona entre 1975 y 78, en la época de Agustín Montal como presidente azulgrana.

Sandro desvela que Ronaldo será Balón de Oro

Además de esa amistad familiar heredada, desde su notable posición en la marca deportiva estadounidense, Sandro había incrementado sus contactos con el Real Madrid en los últimos años. Los que conocieron bien el comienzo del vínculo citan el fichaje de Figo como el principio de la buena relación que se fue forjando entre ambas partes. El jugador portugués pertenecía entonces a la marca que representaba Rosell y, teniendo en cuenta que firmaba por un club que era uno de los buques insignias de su competencia más directa, existían por medio intereses encontrados en forma de derechos de imagen. Sandro ayudó a resolverlos.

Ese mismo verano, en agosto de 2002, el club blanco y Rosell habían vuelto a encontrarse con un caso parecido con el traspaso de Ronaldo desde el Inter al Real Madrid. La presencia del ejecutivo barcelonés también ayudó a solucionar esos flecos pendientes que siempre quedan para el final en negociaciones tan complejas con tantos y diferentes intereses de por medio. Los que conocen de primera mano las conversaciones aseguran que Rosell, en defensa de su patrocinado, había echado un buen cable al Real Madrid. La prioridad del jugador brasileño era jugar en el Bernabéu, y le pidió a su 'jefe' y amigo Sandro que hiciera todo lo posible para que así fuera.

La realidad fue que, para muchos de los presentes en la cena de celebración, su presencia pasó medio inadvertida. Discreción absoluta. Nadie, ni el mismísimo Florentino Pérez, podría imaginarse en ese momento que su invitado especial y amigo, barcelonista reconocido por el 'staff' blanco, iba a convertirse al año siguiente en vicepresidente deportivo del Barcelona de la mano de Joan Laporta y fuera a ser el gran impulsor del fichaje de Ronaldinho en julio de 2003. Después, en 2010 sería elegido presidente de la entidad azulgrana. Esa noche japonesa, Sandro Rosell confirmó a Florentino Pérez que Ronaldo ya era Balón de Oro y Roberto Carlos, Balón de plata.

Su retirada de la sala coincidió prácticamente con la marcha de los jugadores. La salida para el aeropuerto de Narita estaba fijada para las 9,15 de la mañana. A los futbolistas se les recomendó que llegaran al avión lo más cansados posibles, para así dormir durante el vuelo y que el jet-lag tuviera la menor influencia posible. La mayoría hicieron caso. Algunos llegaron con el tiempo justo para improvisar la maleta y bajar al autobús.