FUTBOLERO SOY YO

Rojo I, el interior-extremo que vestía de pañuelos blancos San Mamés

Txetxu Rojo durante su etapa como jugador y capitán del Athletic./Athletic Club
Txetxu Rojo durante su etapa como jugador y capitán del Athletic. Athletic Club

Históricamente, el Athletic siempre fue tierra de extremos zurdos. El relevo del legendario Gorostiza (1929-40), cuando se fue al Valencia, fue tomado de manera inmediata por el mítico 'Piru' Gainza (1940-59). Y precisamente en sus manos, las del Gainza ya entrenador, recayó la responsabilidad de buscar un heredero natural, después de unos años en los que Uribe, Arteche y Argoitia se ponían el '11' por descarte más que por vocación. En la temporada 65-66, Gainza se encontró con dos canteranos candidatos al puesto. Primero confió en Lavin, más rápido, más directo, más regateador y al otro chaval, Txetxu Rojo, le colocó de interior. Tenía la técnica que, por aquellos tiempos, debía avalar a los llevaban el '10'. Además, los dos se entendían bien por ese carril zurdo.

Pasó el tiempo y con el respaldo mayoritario de sus entrenadores (Gainza, Iriondo, Ronnie Allen...) el '11' se quedó en la espalda de Rojo que, años después con la llegada al primer equipo de su hermano pequeño, José Ángel (Pequele) pasaría a ser para Rojo I para los cromos y los periódicos. En la caseta era simplemente Txetxu. Aquel chaval de buena zancada, exquisita zurda, preciso centro, mejor recorte y buen remate de media distancia (67 goles) hizo carrera de la buena.

Tanto como para ser el jugador de campo que más partidos ha disputado en la historia del club (541) solo superado por Iribar (614). Palabras mayores. Nada menos que 17 temporadas en el primer equipo y la curiosidad de que acabó de interior izquierdo, donde había empezado. La fulgurante llegada de Argote le devolvió al carril del '10', posición que se acoplaba mejor a su experiencia ya de futbolista treintañero.

Rojo I nunca causó indiferencia. Todo lo contrario. San Mamés se dividía en dos bandos cada vez que corría por su banda. Estaban los incondicionales, la mayoría, los que se ponían de pie y sacaban los pañuelos blancos cada vez su depurada zurda salía a pasear y ponía el balón donde había puesto el ojo o metía el pase donde nadie era capaz de hacerlo. Y los más críticos, que también se ponían de pie y sacaban los pañuelos blancos cuando no metía la pierna en los balones divididos o no corría por esa pelota que él consideraba inalcanzable. Apodado el Mozart de San Mamés por los que le aplaudían hasta los andares, siempre tuvo que convivir con la etiqueta de jugador frío... aunque de corazón caliente, sobre todo cuando no le salían las cosas como su exigencia le dictaba. Nunca tuvo buena relación con los árbitros porque nunca llegó a entender cómo amonestaban más sus protestas que las patadas que recibía.

La titularidad en el Athletic le abrió las puertas de la selección. Desde la sub-18 a la absoluta. Debutó en 1969 y se despidió en el 78. Por el camino fue convocado en 27 partidos, pero solo jugó 18 y marcó tres goles... en tres encuentros consecutivos. Entre que la competencia era feroz y los pocos partidos que se jugaban entonces su experiencia con la Roja no fue la que él hubiera querido.

Su despedida como futbolista en marzo de 1982 llevó a San Mames a la mismísima selección inglesa que meses después jugaría en ese estadio sus partidos del Mundial. Fue la primera vez que los 'pross' se enfrentaron a un club en un amistoso.