Los 42 futbolistas que tiene el Chelsea son la punta del iceberg del caos que domina el club
Desde la llegada de Clarkleake Capital y Todd Boehly el equipo de Londres ha desarrollado una estrategia que llena de triquiñuelas y riesgos.
Enzo Maresca comentó en la previa de la temporada que los dueños del Chelsea, su nuevo club, no le han pedido que el equipo entre en Champions. Es algo razonable, el equipo de Londres el año pasado se quedó lejos, la plantilla no está a la altura de los equipos que ahora mismo mandan en la Premier y todo está muy caro en el campeonato inglés. También es la asunción de un fracaso, porque el Chelsea no está, pero por su historia reciente debería estar.
Un equipo que hace no tanto, en 2021, fue campeón de Europa ahora tiene una plantilla con 42 futbolistas y en el que la cantidad es mucho más notable que la calidad. La broma más recurrente es la de los porteros, tiene seis en la plantilla, han llegado a contar con ocho este verano. Se ha fichado a Jorgensen, por 24,5 millones de euros y se espera que llegue también Penders, del Genk, por 20 más. Ninguno de los dos apunta a ser el titular, un puesto que parece ser para Robert Sánchez, un portero que dejó de contar para la Selección y que el año pasado terminó en el banquillo con Pochettino.
Este vodevil no es una anécdota sino una manera de funcionar. El Chelsea, desde la llegada de la nueva propiedad, se ha convertido más en un fondo de inversión, una agencia de entradas y salidas de jugadores, en la que es complicado saber si los jugadores que fichan son considerados piezas importantes para el juego del equipo o inversiones a futuro con la idea de seguir moviéndolos por el mercado más tarde.
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El ejemplo que más toca de cerca a España es el de Conor Gallagher. El jugador ya pertenece al Atlético de Madrid, y no ha sido hasta su oficialidad cuando se ha desbloqueado la salida de Joao Félix rumbo a Londres. Las cifras que se dan para todos estos cambios, valoraciones entre 40 y 50 millones, son en realidad algo parecido a una ficción.
Todo esto tiene una explicación. La Premier League, después de años de laxitud en la aplicación de sus límites salariales, la pasada temporada empezó a ejecutar las sanciones que establece su reglamento para los equipos que se pasan de ciertos límites de déficit. Hubo deducción de puntos al Nottingham Forest y al Everton y muchos equipos entraron en pánico tras años de derroche. El Chelsea forma parte de esos clubes.
Contabilidad creativa
¿Y por qué los intercambios? Tiene algo de contabilidad creativa y se ha visto mucho este verano. Cuando un club vende a un jugador en los libros de cuenta se apuntan toda la cantidad por lo que le vende. Es decir, si valoran a Gallagher por 40 millones habrá un asiento contable que diga que han ingresado esa cantidad. Por el contrario, las compras no funcionan así, porque el dinero se considera una inversión y, por lo tanto, se amortiza en los años de contrato que se firme al futbolista. Es decir, si compras por 40 millones puedes dividirlo en, por ejemplo, cinco años que dure el contrato. Y eso significa que en las cuentas solo aparecen ocho millones de gasto.
Jugar con las amortizaciones ha sido algo tan del Chelsea de Clearlake Capital y Boehly actual que la Premier League tuvo que cambiar las normativas para evitarse ciertas triquiñuelas. La liga inglesa ahora establece que el máximo de años a amortizar un fichaje es de cinco, sin importar lo que dure el contrato. Esto es así porque cuando compraron a Mudryk o a Caicedo por más de 100 millones cada uno les hicieron contratos de ocho años para difuminar la carga en las cuentas, algo que hizo reaccionar a la patronal inglesa
Esto, por supuesto, es pan para hoy y hambre para mañana. En realidad nadie entiende del todo la estrategia de Todd Boehly y el fondo de inversión Clearlake Capital, entre otras cosas porque, mirando el proyecto que compraron y el momento actual, con todo lo que ha pasado por el camino, la pregunta solo puede ser si realmente hay alguna estrategia.
Hay ejemplos sobrados del descontrol del club desde que fue adquirido en 2022 por el fondo de inversión. El club había ganado con Tuchel unos meses antes la Champions League y tenía a la afición contenta, pero sus diferencias con la directiva le hicieron marcharse en septiembre de ese mismo año, con la temporada ya comenzada. El alemán quería dedicarse solo a entrenar, no formar parte de la toma de decisiones del mercado, y la relación terminó saltando por los aires.
Desde entonces el club ha sido incapaz de encontrar el técnico adecuado, y no porque no lo hayan intentado. De Graham Potter pagaron la cláusula al Brighton y el resultado fue terrible. Con Pochettino el amor duró solo un año, para sorpresa de muchos. El técnico había tenido una muy mala primera vuelta, pero los meses previos a su salida habían sido esperanzadores. Al final del curso pasado se anunció que se rompía la relación de mutuo acuerdo.
La relación no fue fácil. Uno de los ejemplos de lo ajeno que es la nueva dirigencia a los modos del fútbol europeo fue la contratación de Bernardo Cueva, un especialista en juego a balón parado llegado del Brentford que no terminó de gustar al argentino, que proclamó que él ya sabía lo que se hacía. El caos del mercado del Chelsea tampoco ayudó a mejorar las cosas y en mayo pensaron ambas partes que mejor no seguir y hacerse daño. Este verano llegó Maresca, un discípulo de Guardiola con nula experiencia en Premier y un estilo de juego muy distinto al de Pochettino, Potter o Tuchel.
Una venta traumática
El drama es mayor si se tiene en cuenta la institución que es el Chelsea. Roman Abramovic, el anterior propietario, era un oligarca ruso con muchas sombras, pero es obvio que convirtió a los blues en una potencia continental que antes de su llegada no existía. Lo fundamental para todo eso fue, evidentemente, una inyección incesante de dinero, algo que con la normativa actual sería mucho más difícil, pero no era solo eso. También se dio una gestión excelente, con directivos respetados en toda Europa como Marina Granovskaia.
El proceso de venta fue complicado para todos. Cuando estalló la guerra de Ucrania los oligarcas rusos, que habían campado a sus anchas por el Londres financiero, cayeron en desgracia y tuvieron que salirse de sus inversiones. El Chelsea llegó a tener las cuentas bloqueadas y la venta se hizo en una suerte de subasta rápida en la que terminó imponiéndose Clearlake Capital (un fondo que tiene más de un 60% de las acciones) y Todd Boehly (que es la cara visible del consorcio pese a no llegar al 40%).
Los americanos llegaron con ideas rompedoras para el club. Quizá demasiado. Algunas empiezan a estar muy extendidas dentro del fútbol, como la multipropiedad. Otras, como su muy peculiar desempeño en el mercado, no funcionan tan bien. Es posible que algunas de las decisiones terminen en la justicia deportiva, como la venta de la ciudad deportiva del Chelsea a otra empresa subsidiaria del consorcio propietario del club, lo cual suena a una manera más de maquillar pérdidas. Está mucho más cerca de ser un artefacto financiero que un club de fútbol. Algo que tampoco gusta a la FIFA, que lleva años intentando buscar maneras de controlar esta complejidad empresarial. La idea del organismo es limitar el número de cesiones posibles, lo cual es un problema para un club que cuenta con 42 futbolistas en nómina. Un problema por el que los comentaristas de televisión, como Carragher, no pueden sino hacer humor.
"Chelsea have just got to stop buying players, and players have got to stop signing for Chelsea." @Carra23 on Chelsea's transfers over the summer 😨✍ pic.twitter.com/tbXjr4EJ90
— Sky Sports Premier League (@SkySportsPL) August 19, 2024
Son 42 jugadores y ni siquiera deja la sensación de que hayan acertado en los perfiles. De todos los fichajes solo uno, Cole Palmer, demostró desde el primer momento que puede ser una estrella y que da un salto de calidad al equipo. Jugadores carísimos como Enzo Fernández o Caicedo (más de cien millones por cabeza) han sido irregulares y no se les ha visto encajar. El talento lo tienen, pero la pasada temporada solo lograron hacer jugar el equipo a ratos.
Algunos problemas no han hecho más que empezar. Una plantilla así no es sencilla de gestionar y Raheem Sterling, uno de los primeros damnificados, ya ha levantado la voz. Se ha andado por caminos muy complejos, no es fácil saber por dónde estará la salida.