DANA EN VALENCIA

Paola y su hermano Héctor encarnan la generación de niños a la que la DANA le ha arrancado el deporte: "Yo quiero jugar a fútbol"

Relevo viaja a la nueva realidad de los más pequeños de la Comunitat: en las calles de Massanassa ya no se puede jugar a la pelota y no hay colegios para hacer deporte.

Héctor, de cinco años, termina cada día hasta arriba de barro./RELEVO
Héctor, de cinco años, termina cada día hasta arriba de barro. RELEVO
Jorge Peiró

Jorge Peiró

Massanassa.- Nada les borra la sonrisa. Héctor ya no puede jugar al fútbol y su hermana Paola ya no puede bailar. Lo que más disfruta uno cuando es tan pequeño son sus pasatiempos preferidos una vez se han quitado los deberes de encima. La libertad que ofrece la calle cuando tienes cinco o diez años es difícil de describir con palabras al ser tan efímera. Con los años, van llegando responsabilidades.

La DANA lleva arrebatando, desde que se instaló en las vidas de adultos y niños como ellos, vidas, hogares, casas... y también sueños. En muchos lugares, ya no hay patios de colegios donde improvisar pachangas, ni academias de baile donde moverse con arte mientras, en sus calles, llenas de escombros, barro, árboles caídos y frecuentadas por militares, no se puede gambetear ni hacer caños a amigos y vecinos.

"Yo quiero jugar al fútbol", grita Héctor, que tiene cinco años. Paola, su hermana mayor, tiene diez y viven en familia en Massanassa, a 11 kilómetros de Valencia. Ambos encarnan a esa generación de miles de niños valencianos a los que, de la noche a la mañana, se les ha arrebatado el deporte. Este medio atestigua, en medio del desastre, cómo han cambiado sus vidas desde aquel fatídico 29 de octubre de 2024 que jamás olvidarán.

El escenario en la entrada a la localidad es demoledor. Un túnel inundado, rodeado de bomberos esmerándose, o cientos de coches completamente inservibles en el tramo que conecta con Alfafar, justo al lado, dibuja su nueva realidad. Algunos de esos vehículos tienen mensajes escritos con los dedos en el polvo. Se puede leer algún 'coche en buen estado, disponible para ayudar' o un 'que se lo lleve la grúa, por favor'. Hay de todo. En esa nueva realidad, el deporte se ha borrado del mapa casi por completo. 

"Ha quedado todo muy mal", expresa la pequeña Paola, que se va asomando en la conversación. Para entrar a Massanassa, como a muchas otras localidades afectadas, hay que hacer virguerías. En tres rotondas antes de llegar, hay militares y policías que indican por cuál salida debe ir cada vehículo: UME, protección civil, particulares, etc. Hay que aparcar lejos para entrar a pie en el pueblo tras una caminata, con mascarilla FFP2 en boca, botas altas y guantes.

A punto de ingresar en la población, hace falta tirar de ingenio o de mentiras piadosas para conseguir permiso: "Voy al bar de Manolo, voy mucho allí, la primera calle a la izquierda". Los militares preguntan a cada civil hacia dónde se dirige y qué va a hacer. Una vez dentro, el caos sigue sin desaparecer aunque se ha ido difuminando poco a poco.

"La casa de una amiga que se llama Macarena se ha roto, el techo de arriba. En la casa de otra amiga se han roto las paredes y ahora estamos dando juguetes", cuenta Héctor con ternura. Él, junto a su hermana, se ha afanado en quitar barro y apartar trastos en los últimos diez días, el tiempo que ha pasado sin pisar el cole porque, simplemente, ya no hay cole. Ni partidos en el recreo.

Héctor ha cambiado la pelota por la escoba. RELEVO
Héctor ha cambiado la pelota por la escoba. RELEVO

"Se plantean demolerlo directamente, viendo cómo ha quedado, a mis sobrinos les hace falta volver al cole como a cualquier niño, volver a jugar al fútbol en el patio con sus amigos", interrumpe su tía Begoña. Las imágenes del crío echando una mano en tareas de limpieza parten el alma. "Mi casa ya está limpia, hemos ayudado con todo, con muchas cosas", presume con valentía. Pala, rastrillo o escoba en mano.

Diez días, y contando hasta quién sabe cuándo, sin pachangas en la calle. De hecho, en la región se han visto afectados 105 campos de fútbol, entre ellos, el de su localidad. Sus amigos están en una situación parecida tras la catástrofe. "Está todo algo mejor que al principio pero todavía falta mucho trabajo, hay mucha desorganización y falta maquinaria pesada para despejar caminos", reclama su tía Begoña, que señala a la calle que linda con el famoso Bar Manolo, que sigue llena de barro y con un gran camión militar apostado.

Cerca del vehículo, se encuentra la academia de lucha a la que iba el pequeño. Ahora ya no hay academia. Como muchas plantas bajas, ha quedado devastada por el temporal. Tampoco ha habido chuts, caños y regates con sus amigos estos días porque no hay calles. Donde había una fachada para hacer una pared, en términos futbolísticos, o donde improvisar un frontón con balón, ahora hay un vehículo destrozado, grandes ramas de árboles o sofás que nadie sabe cómo han podido acabar ahí. "No sé cuándo podré volver a jugar al fútbol. Jugaba en casa de Martín y en Tavernes, allí todavía hay agua pero en casa de Martín no ha pasado nada", señala el niño.

Al salir del colegio, solía caminar unos minutos con su madre María Jesús, pasaban por la plaza y llegaban a su querido parque. Tampoco queda parque ni para Héctor ni para Paola ni para los niños de Massanassa, que tiene unos 10.000 habitantes. El barro llega por encima de las rodillas y, si no lo han quitado todavía, es porque las labores de limpieza han estado centradas en otros menesteres.

Acordonado por seguridad, es mejor ni acercarse. De hecho, en medio de la charla, el pequeño reclama una pelota que se vislumbra en medio del fango. Se aprecian tan pocos detalles por la suciedad que la devora que su tía se da cuenta de que, seguramente, ni siquiera sea una pelota. "Tengo muchas ganas de volver a jugar", dice Paola al ver, con tristeza, cómo ha terminado su querido parque.

Su vieja rutina era mucho más feliz que su nueva normalidad. Sonríen porque son niños pero echan de menos bailar y jugar. "Hacía baile contemporáneo y otros bailes, bailaba y si nos portábamos bien nos dejaban jugar, a mí me gustaba mucho. Lo echo de menos porque disfrutaba mucho, creo que en un mes o dos podremos volver pero no se sabe seguro". Héctor volverá a jugar a la pelota y Paola volverá a moverse al son de la música pero, la vida, para estos hermano y para miles de críos valencianos, jamás volverá a ser como antes.