OPINIÓN

Bono sonríe mientras España se arrastra

Bono, sonriente, abraza a Unai Simón, portero de la Selección./GETTY
Bono, sonriente, abraza a Unai Simón, portero de la Selección. GETTY

Argentina presume de Messi. Inglaterra tiene, entre otros, a Bellingham. Mbappé es el orgullo de Francia. Vinicius porta la bandera de Brasil. Y España tiene lo que tiene a estas horas tan amargas. Su afición sólo se pone de pie cuando Gavi, nuestro toro embolao, entra en juego y embiste al de enfrente hasta arriba de verdín. La Selección del gusto por el toque y la posesión en situaciones extremas cayó patéticamente por no poner en el campo más que la furia que patentó en los años de sequía. No hubo ni rastro del fútbol que se le presupone.

Ante Marruecos volvió a airear numerosos achaques, concentrados en una banda derecha postiza hasta la salida de Nico Williams y en su falta de instinto en el área durante demasiados minutos. Jugar de salida con un lateral derecho que no lo es, con un central que nunca lo fue hasta aterrizar en Catar y con un delantero centro descentrado es lo que tiene. España pagó el desconcierto que se inició en la pizarra, que siguió con unos cambios que sólo los elegidos entendieron y que finalizó con Busquets ordenando, boli y papel en mano, la tanda de penaltis más desastrosa que se recuerda en la élite.

Lo técnico-táctico fue una simple consecuencia de lo moral. Mientras la Canarinha, por poner el ejemplo más extremo, baila samba antes, durante y después de los encuentros, la España que vimos este martes no se quitó jamás el miedo del cuerpo. Las caras de los jugadores durante el primer tiempo fueron las que uno tiene cuando le abraza el pánico o la diarrea.

La fatídica tanda de penaltis que eliminó a España

En el descanso, las televisiones nos mostraron al equipo en la bocana de vestuarios y estaban compungidos. En un silencio que no se encuentra ni en el más respetuoso de los tanatorios. No hablaban lo más mínimo entre ellos. Transmitían las peores sensaciones y estaban preocupantemente serios. Como cuando has estado un tiempo hiperventilando. Como cuando estás rumiando que lo que viene puede ser peor que lo vivido.

Que conste que para triunfar en el fútbol no es un garantía reír a carcajadas a cada momento. Si no, Faemino o Cansado serían Balón de Oro. El mejor Messi de este siglo, cuando no estaba regañando a Jeffren o Dembélé, estaba dando arcadas. Sólo era feliz cuando goleaba. Pero la cara es el verdadero espejo del alma. Y esta sustancia espiritual e inmortal en su esplendor es la que se espera de una plantilla que ha vivido a carcajada limpia en esta concentración. Una convivencia que pasará a la historia por el Twitch del seleccionador. Esa alegría suma mucha veces más que los dones con balón y lamentablemente en octavos no se vio en ningún momento.

Bono, héroe de Marruecos, fue el único que sonrió sin parar, incluso en los momentos más críticos, y no le fue nada mal. Ahí, en ese contraste de actitudes, Marruecos empezó a ganar la eliminatoria. En España sólo secundarán al porterazo los 872.759 marroquíes que viven en nuestro país. Y cómo no, los detractores de Luis Enrique. Que son muchos más y, ahora, dirán que llevaban razón. Yo, sigo como Pedri.