OPINIÓN

¿Qué mirás, bobo?

Leo Messi celebrando su gol /Quay
Leo Messi celebrando su gol Quay
Albert Blaya

Albert Blaya

Cuando Messi encaró a Gvardiol, el central del Mundial que camufla su edad con toneladas de calidad, uno miraba la escena con cierto escepticismo. Minuto 70, un jugador de 35 años enfrentando a un chaval de 20, más alto, fuerte, potente. Y en el fútbol de los ismos, de los excesos, Messi siempre tendrá la mejor carta: es mejor que el resto. Y con esa confianza que dan las verdades absolutas, las que nadie te puede arrebatar, dejó una jugada que es una estampa que va directa a la retina. Un mensaje a tu yo futuro que sabes que en diez años te golpeará todavía con más fuerza. Y cuando acaba, Messi se gira a la cámara y te suelta: "¿Qué mirás, bobo?"

 

Hay algo de tormentoso y perturbador en tener que ser cada día Messi. Piénsalo fríamente. Yo haría como Valdano, probaría su piel, su existencia, solo cinco minutos. Leo es un océano demasiado profundo, frío, como para querer tirarte de cabeza. Solo los pies. Lo peor de ser Messi, si uno lo analiza, es tener que demostrar, que validar algo que ya eres, que hace tiempo que has conseguido. Por cada mérito logrado, uno que nunca sucedió. Mientras Messi firmaba una postal para el recuerdo, en Twitter algunos se preguntaban "Sí, muy bien; ¿Quién es Gvardiol?".

En 2021, eran muchos los que veían su marcha del Barça como algo positivo. "Ahora todos trabajarán", "ya no se jugará por Messi". No les culpo. La vida es una catarata de pequeñas mentiras que nos trepanan la cabeza y nos hacen la existencia mucho más soportable. Uno se levanta mejor, atiende al correo más concentrado y se prepara la comida de mejor humor si cree que sin Messi se vive mejor, que esa etapa está finiquitada que si se dice lo que todos sabemos en el fondo de nuestras cabezas: que sin Messi la vida es como amar sin ser correspondido en una fiesta de la que te quieres ir y no sabes cómo.

El Mundial de Messi es una puñalada. ¿Pueden alegrarte las puñaladas? Salir de casa pensando a qué hora sale el bus, pensando que vas con tiempo, y de repente descubrir que la parada no existe; que no volverán a pasar. Uno no está preparado para esas pequeñas derrotas cotidianas. Este Mundial es para el culé (re)presenciar algo que le es familiar. Ver una foto en blanco y negro, reconocerse en ella, volver a sentirlo. Levantar la cabeza y ver que ya no está, que ya no habrá más fotos que revelar; solo recuerdos que rescatar. El aficionado azulgrana se agarra a su memoria como si ya no le quedase nada más, porque habrá un momento que será tarea de los que lo vivimos hacer justicia a aquello que sentimos con Messi. Y esto es una enorme responsabilidad.

El fútbol es un espacio de contingencias, de pasados que pudieron ser y no fueron, de futuros improbables. A veces es más placentero quedarse a vivir en aquello que pudo ser y no fue, como en un bucle de cotón, espumoso. La realidad es a ratos tan agria y violenta que escuece el alma. El culé piensa en todos los pasados posibles y siempre termina con la cara desencajada y preguntas sin respuesta. Con Messi, el jugador infinito, se ganó una Champions en 10 años. Algunos lo usarán como argumento para justificar su marcha. Yo digo que cada derrota valió la pena porque, al final, siempre te quedaba Messi. La revancha siempre sería posible.

Y al final vivimos siempre pensando que mañana es el día. Somos especialistas en hacer listas cada fin de año, en autoconvencernos de propósitos que jamás cumpliremos, en decirnos que mañana sí, quedaremos con el amigo que ya solo es una cara conocida. Yo quiero vivir pensando que mañana sí, que mañana volverá al Camp Nou, aunque solo sea un minuto, y nos volverá a pellizcar con sus amagues, sus fintas, sus regates. Que cuando la obra acabe y los focos se apaguen quede solo su fútbol, y una sala repleta, con todos mirándonos, buscando miradas cómplices. "¿Qué mirás, bobo"?