OPINIÓN

La trampa de juzgar a Luis Enrique como si entrenara al Barcelona

El seleccionador prioriza "el nivel mostrado con España" que el de los clubes, y en eso se basa para elegir a los convocados.

Luis Enrique durante un partido /Getty
Luis Enrique durante un partido Getty
Albert Blaya

Albert Blaya

A estas alturas es complicado que haya alguien que no entienda cómo funciona Luis Enrique y la Selección. Y todo parte de una premisa tan humana como tramposa: analizar las decisiones de Lucho como si esto fuera un club. Es lógico que se establezca en nuestras cabezas que haya una relación entre méritos deportivos y la convocatoria posterior. Como si fuese un concurso público que mereciese la aprobación del aficionado desde su casa. Sucede que esto no es una obra pública de carreteras, sino fútbol. Y el fútbol está sujeto a la táctica y, todavía más relevante, al vestuario y su gestión. Entender que puede ser más determinante que el jugador 25 aporte en lo humano que no en lo futbolístico puede costar, pero debe entenderse el Mundial como un ejercicio de egos casi infinito que debe controlarse.

Desde que uno es niño se le mete en la cabeza que el Mundial es lo más relevante, importante y sustancial de toda una vida. Lo es todo. Imagina ahora convencer a un adulto que todavía mantiene ese sueño intacto de ir y no jugar. Eso es tan o más importante que acertar con los que jueguen, pues las dinámicas de un vestuario en un torneo de un mes son esenciales, y sino que se lo pregunten a la España de Del Bosque o Luis Aragonés.

Pocos espacios más propicios para las batallas de cada uno que la Selección, un terreno tan pantanoso y susceptible de ser aporreado por distintos discursos que al final queda siempre sujeto a debates que dicen mucho más de quien los inicia que de aquellos sobre los que gira el tema. España lleva tiempo inmersa en una disputa entre los que hacen listas en base a una concepción meritocrática de la Selección y aquellos que, como el técnico, defienden que, existiendo una parte de méritos, siempre pesará más una serie de factores que son de entrenador y no de aficionado. Donde el hincha deben entenderlo es en el verde, no en rueda de prensa.

El equipo que lleva Luis Enrique no responde a unos méritos objetivos y cuantificables, sino a unas necesidades deportivas concretas en relación a lo que el técnico tiene en mente. Las selecciones corren el riesgo de malentenderse y convertirse en una ventana en la que el entrenador sea un mero gestor de unos nombres que sean elegidos por el aficionado, como si esto fuera un show televisivo. Luis Enrique devuelve el sentido común, guste más o menos, cargando con toda responsabilidad y haciendo gala de ello. El asturiano lidera con la cabeza alta y siempre proyectando la voz. No hay susurros.

Se prioriza la polivalencia en nombres como Llorente, Guillamon, Asensio, Olmo, Ferran o Ansu porque Luis Enrique es amante de la sorpresa, de jugar con el rival y sus intenciones y tener una ristra de nombres enchufados y capaces de adaptarse a distintas cosas en un mismo escenario. Roles y sinergias por encima de etiquetas y posiciones. Y hay algo que conviene recalcar: Luis Enrique es quizás el mejor estratega que estará en el Mundial.

Los nombres que quedan fuera son como las canciones de tu grupo favorito que no suenan en el concierto. Afecta a quienes se quejan porque existe un componente de arraigo inseparable. Afecta que no vayan los tuyos, por eso nadie levanta la voz por la ausencia de Thiago, a todas luces uno de los mejores centrocampistas del planeta. Porque juega en el Liverpool. Con el aval de unas semifinales de Eurocopa y una final de Nations League, Luis Enrique se encuentra siempre justificándose ante los ausentes en vez de alabado por los presentes a los que ha llevado a otro nivel. Porque la estrella de esta selección es él, y Luis Enrique siempre está.