Donald Trump, Vladimir Putin, España y el reino del desierto: el balón propulsa a Gianni Infantino a la alta política
"Juntos haremos grande no sólo a Estados Unidos, sino a todo el mundo", aseguró el presidente de FIFA tras asistir a la ceremonia de investidura de Trump.

El diálogo se produjo hace ya siete años.
- Creo que Putin es mi amigo
- ¡Pero qué dices, Gianni, Putin no es amigo de nadie!
Años después, con la invasión de Rusia a Ucrania, Gianni Infantino comprobaría que su interlocutor tenía una importante dosis de razón.
Pero es más fuerte con él, la alta política mundial seduce al extremo al presidente de la FIFA.
Así como Novak Djokiovic está destinado a ser alguna vez presidente de Serbia, Infantino tiene derecho a fantasear con algún puesto en la gran escena política mundial, O quizás no, quizás sea hasta innecesario buscarlo, porque desde la presidencia de la FIFA tiene poderes e influencia para abrir hasta las puertas más difíciles, puertas al alcance de muy pocos.
Las de Donald Trump las tiene abiertas de par en par, como se vio entre el viernes pasado y este lunes. El viernes se reunió con el presidente electo en su residencia de Mar-a-Lago, el domingo asistió al acto previo a la asunción y fue mencionado por Trump en su discurso, y el lunes estuvo en el Capitolio para asistir a la transmisión de mando.
El suizo-italiano estaba eufórico, fue evidente en sus redes sociales.
"Qué increíble honor, qué increíble privilegio en el mitin de la victoria. El presidente (de Estados Unidos) Donald J. Trump, en su discurso, mencionó a la FIFA, me mencionó a mí, dándonos las gracias, deseando que lleguen los eventos que estamos organizando aquí, por supuesto, la Copa Mundial (de la FIFA) sobre todo".
"Qué increíble honor, qué increíble privilegio en el mitin de la victoria. El presidente¡Donald J. Trump, en su discurso, mencionó a la FIFA, me mencionó a mí, dándonos las gracias"
"Bueno, esta es la FIFA en el máximo de su respeto; ser mencionado por el nuevo presidente de los Estados Unidos de América en su mitin de la victoria, en su discurso de la victoria, es único (y) es hermoso. Me gustaría dar las gracias al presidente Trump, con quien me une una gran amistad, y asegurarle que, juntos, haremos de nuevo grande no solo a Estados Unidos, sino también al mundo entero, por supuesto, porque el fútbol -o soccer- une al mundo".
"Infantinismo" puro en unas pocas líneas. Cuando Infantino llegó a la presidencia de la FIFA en febrero de 2016, Estados Unidos era una tierra de peligros. Hoy es una tierra de promesas.
"Me gustaría dar las gracias al presidente Trump, con quien me une una gran amistad, y asegurarle que, juntos, haremos de nuevo grande no solo a Estados Unidos, sino también al mundo"
Tierra de peligros porque fue la investigación del Departamento de Justicia durante el gobierno de Barack Obama, liderada por el FBI, la que hundió a la estructura corrupta del fútbol mundial. Se llevó por delante no solo al suizo Joseph Blatter, el antecesor de Infantino, sino, entre otros, al francés Michel Platini, presidente de la UEFA, y al paraguayo Nicolás Leoz, presidente de la Conmebol. Los tres hombres más poderosos del fútbol mundial, fulminados desde Washington.
Es por eso que el paso de Infantino por la capital estadounidense nueve años después era vital para el suizo-italiano: "su" FIFA no tiene nada que ver con aquella.
Infantino se abraza a Trump, cosa que no sorprende: si Mark Zuckerberg y Jeff Bezos, con todo su poder, dieron un giro rotundo y sin pudor de 180 grados, no cabe esperar matices o reservas de una FIFA que necesita llevarse bien con los poderosos.
En su segundo paso por la Casa Blanca, Trump tendrá en cuatro años de mandato lo que solo un presidente estadounidense vivió alguna vez: la Copa del Mundo de fútbol y los Juegos Olímpicos. Al demócrata Bill Clinton le sucedió con el Mundial de 1994 y los Juegos de Atlanta 96, al republicano Trump le sucederá con el Mundial de 2026 y los Juegos de Los Angeles 2028.
Clinton lidió con el brasileño Joao Havelange y el español Juan Antonio Samaranch, Trump lo hará con Infantino y, a partir de junio, con quien suceda a Thomas Bach al frente del Comité Olímpico Internacional (COI), una posición a la que aspira otro Samaranch, Juan Antonio (hijo).
Si Blatter soñaba con el Premio Nobel de la Paz, Infantino se viene moviendo desde hace años para ser un hombre cada vez más presente en la alta escena política no deportiva.
Tuvo un gran impulso para ello en 2018, cuando el entonces presidente argentino, Mauricio Macri lo invitó a exponer en la Cumbre del G20. La relación entre Macri e Infantino, que había empezado muy mal, con una ríspida conversación telefónica en 2016, es hoy inmejorable, no en vano el argentino, ex presidente de Boca Juniors, preside ya desde hace años la Fundación FIFA.
Con el balón -le regaló uno a cada jefe de Estado y de gobierno en aquella Cumbre del G20-, Infantino hace milagros. "Eran como niños", dijo días después de aquel G20. El poder del balón es mucho, pero Infantino lo llevó a otros niveles, porque aprendió a dominar el milagro de la multiplicación.
Los panes y los peces del fútbol debían multiplicarse con una Copa del Mundo cada dos años, pero frenado por su némesis en la UEFA, Aleksandr Ceferin, Infantino encontró otro modo de generar más Mundiales.
Si Blatter y Havelange debían contentarse con influir en un país y un jefe de Estado cada cuatro años, la experiencia de Corea / Japón 2002, replicada y aumentada luego en la UEFA, le dio ideas a Infantino, que tiene ya tres Mundiales confirmados, pero diez países bajo su influencia directa en apenas ocho años.
La Copa del Mundo 2026 involucra a Estados Unidos, México y Canadá, la de 2030 se convierte en tricontinental con Uruguay, Argentina, Paraguay, España, Portugal y Marruecos, en tanto que la de 2034 pone al reino del desierto, Arabia Saudí, en el primer escenario mundial.
Es el milagro de la multiplicación de las Copas del Mundo. Y llegará el día en el que Infantino ya no estará a cargo del fútbol mundial, claro, pero con tantos países y tantos poderosos que le deben algo, eso tampoco le importará ya.