OPINIÓN

Víctor Fernández se agarra al escudo del Zaragoza, no al cargo

Victor Fernández, ayer, en el partido del Zaragoza. /GETTY
Victor Fernández, ayer, en el partido del Zaragoza. GETTY

El Real Zaragoza busca ya a quien será su decimoctavo entrenador en esta etapa en Segunda División: inició la lista en el año 2013 Paco Herrera y, de momento, la cierra Víctor Fernández, quien ha dirigido al equipo dos veces en este periodo y cuatro a lo largo de su carrera. La ascendencia que le confiere su trayectoria y el distintivo sentimiento de pertenencia impulsaron al técnico aragonés a hacer este martes por la noche lo que ningún otro entrenador ha hecho en estos años: asumir su responsabilidad y salir por la puerta. Con el alma herida de derrota, pero con la cabeza alta en un ejercicio final de honestidad. A diferencia de la mayoría, Víctor no se agarra al cargo, se agarra el escudo.

El entrenador había aceptado hace ya días en su fuero interno su impotencia para corregir el rumbo del Zaragoza. Cada encuentro exponía de forma hiriente lo acertado de esa percepción. La posibilidad de dimitir si la última tanda de partidos antes del parón navideño no era favorable creció en estos últimos días en la cabeza del entrenador. La desastrosa puesta en escena en Eibar aproximó el desenlace: "Si yo soy el problema, me aparto", aseguró de manera rotunda tras el encuentro. El club, como ratificó Jorge Mas en primera persona este miércoles, le reiteró su confianza. Pero la segunda mitad contra el Oviedo, un esperpento de imposible digestión para cualquier zaragocista, precipitó el anuncio de dimisión de Víctor. En efecto, él tampoco lo pudo digerir. En el imaginario zaragocista, la escena adquirió carácter histórico.

En las crisis de cualquier equipo, la búsqueda de culpables suele alinear en corrientes opuestas a aficionados, periodistas, directivos e, incluso, a los jugadores. En las últimas semanas han arreciado los proyectiles argumentales, pero en el momento de la verdad Víctor Fernández fue el más directo de todos sus críticos y el más franco de sus defensores: "Esto es indefendible, sea Víctor Fernández o quien sea. Que nadie se agarre a mi figura, estoy cansado de ser un escudo", dijo el técnico en una de esas frases que obligan al silencio alrededor. Quien después de eso pensase que Víctor iba de farol, es que se ha creído demasiado sus propias razones. De vez en cuando conviene discutir con tu propio espejo. Es un ejercicio sano.

En efecto, la continuidad de Víctor no había modo de defenderla. Una victoria en nueve partidos y en trayectoria descendente desde la derrota en el campo del Sporting, el 28 de septiembre: desde ahí, 13 puntos de los 42 en juego. La apertura del foco hasta El Molinón muestra la profundidad de la caída, que ha ido erosionando la figura del entrenador, el fútbol de su equipo, el valor presumido de la plantilla, la posición en la tabla y, finalmente, la paciencia de la afición. Todo natural en la lógica del fútbol. Que será una lógica hiperbólica e injusta, según lo interprete cada uno. Pero es lógica. Y, por lo general, implacable.

Todas las tragedias precisan un condenado, pero las causas de un fracaso deportivo de este tipo rara vez se deben a un único factor. La autopsia del último proyecto de Víctor Fernández revela a un equipo construido con un déficit estructural gigantesco, que ha pagado muy caro: el tremendo agujero de calidad defensiva en el centro de la zaga. La enorme vulnerabilidad a la hora de protegerse ha mezclado muy mal con la tendencia de Víctor a proponer un fútbol abierto, generoso en el volumen ofensivo. El técnico no ha encontrado las variaciones tácticas ni de hombres para contener esa vía de agua y el desequilibrio ha resultado fatal en un buen número de encuentros. Aparte, las lesiones aún le han recortado más sus posibilidades de mejora: el Zaragoza tiene un serio problema de recurrencia de percances musculares. Y, por lo visto, ninguna solución. Por último, pero no menos importante, los irregulares y decepcionantes rendimientos de un buen número de jugadores llamados a papeles principales.

Jorge Mas dijo en su comparecencia este miércoles por la mañana que nadie puede arrogarse la propiedad del escudo y que nadie es "víctima" en una situación así: "Esto es un equipo de fútbol, aquí hay exigencia y hay que ganar". La segunda parte de su aseveración, la entrecomillada, resulta irrefutable. La primera hace sospechar que entendió mal la referencia de Víctor al escudo. Tal vez el término parapeto, o el más pedestre paraguas, habrían sido más explícitos.

Liberado Víctor del escenario, los focos caen ahora sobre Juan Carlos Cordero, quien finaliza su contrato en junio, y los propios futbolistas. Mas subrayó la confianza en el director deportivo y anunció que el club le propondrá renovar. Bien, algo más sabemos sobre el futuro inmediato. No es mucho, pero sí muy importante; aunque tampoco sería la primera vez que la desconexión geográfica de Mas, propietario del Inter de Miami con residencia en Florida, se revela también desconexión respecto al curso de las decisiones del club.

Mientras, Cordero deberá acertar con el nuevo entrenador y encontrar soluciones en el mercado de invierno para un equipo contrahecho y con necesidades de mejora evidentes. Si el juicio popular sirve como síntoma, La Romareda atacó el martes por la noche a los futbolistas. A ellos también les corresponde demostrar ahora su capacidad para, bajo el mando de otro técnico, elevar el vuelo. Mas dijo que la propiedad no va a escatimar en recursos, que tratará de ampliar el margen salarial para fichajes y que el objetivo sigue siendo el de siempre: el ascenso. Conviene acertar en las elecciones, cuestión clave en el fútbol. El dinero, sin criterio, sirve de poco. Eso lo sabe cualquiera.

Poco rato antes, el empresario cubano-estadounidense había presidido una junta de accionistas que aprobó una nueva ampliación de capital: "A nuestra llegada la deuda neta era de 60 millones de euros y cuando se haga efectiva la aportación, en unos días, quedará en 23 millones. Nunca el Zaragoza ha tenido en estos últimos 15 años esa situación de saneamiento fiscal", destacó Mas. Es así: a la intrincada amalgama internacional de propietarios del Real Zaragoza no se les puede negar la apuesta económica (unos 60 millones de euros de inversión hasta ahora). El nuevo estadio abre unas perspectivas de negocio y crecimiento indudables, favorecido además con el entusiasmo de la inversión pública del Ayuntamiento de Zaragoza y el Gobierno de Aragón.

Y, sin embargo, el Zaragoza sigue igual o peor que en los últimos 15 años en el plano deportivo. Hace tiempo que deambula como un alma en pena, atrapado por la añoranza de un pasado cada vez más remoto e incapaz de imaginar un futuro diferente. Abandonado por el fútbol, sometido a una gestión deportiva errática e incoherente con el objetivo declarado del ascenso. Y, sobre todo, vacío puertas adentro de un zaragocismo reconocible más allá de los números, las cuentas de explotación y las previsiones de negocio. A veces, los intangibles pesan más que las entradas de un balance. Como dijo Jorge Mas: nadie puede reclamar para sí mismo el escudo, desde luego. Pero el dinero, tampoco.