REAL ZARAGOZA

Felipe González, el hombre para todo que vivió casi 30 años en un piso en La Romareda: "A un periodista lo tuve que despertar en el pupitre"

Empleado del Zaragoza desde 1989 hasta 2014, ocupaba con su mujer Segunda y sus cuatro hijos una vivienda en la esquina del fondo norte del estadio, que este domingo vive su último partido antes de ser derruido.

Felipe González y Segunda Vergara posan sentados en un banco. /Relevo
Felipe González y Segunda Vergara posan sentados en un banco. Relevo
Mario Ornat

Mario Ornat

De todas las vidas que han pasado por La Romareda, pocas han estado tan literalmente dentro del estadio como la de Felipe González y Segunda Vergara: ambos vivieron, junto a sus cuatro hijos, en un piso situado en la esquina noreste del estadio, que este domingo vivirá su último partido antes de su demolición en verano. Durante casi 35 años, entre 1989 y 2014, el hogar de la familia González Vergara fue uno de los más singulares de la ciudad. Un espacio de dos plantas, con las tribunas del campo como terraza y un jardín rectangular de 107x68 metros.

Ahora viven en los alrededores de Pinseque, una localidad a poco más de 20 kilómetros de Zaragoza. La Romareda va a ser demolida por fin a partir de este verano, pero en realidad se trata del cuarto proyecto de renovación del estadio. Y a la vista de los anteriores, llegó un momento en que la familia González previó la necesidad de anticipar una alternativa: "Cuando salió el proyecto de Valdespartera, sí que incluía una vivienda, lavandería, almacenes. Don Alfonso Soláns me dijo que no nos preocupáramos, que tendríamos también casa allí. Pero en los otros casos no supe nada. Uno lo pararon justo el mismo día que iban a empezar las obras, hasta nos vallaron toda la salida de casa y no sabíamos qué iba a pasar, hablaban de construir pisos allí, no sé", recuerda Felipe sobre una de aquellas tentativas inconclusas.

Finalmente, La Romareda siguió tal y como estaba a pesar de los sucesivos planes. Pero Felipe González y Segunda Vergara dejaron de ser empleados del club en 2014. Ambos fueron incluidos en el ERE que acompañó la llegada de una nueva propiedad, tras los convulsos años y la venta de Agapito Iglesias: "Todo el mundo dice muchas cosas de Agapito, pero yo sólo puedo tener buenas palabras", comenta Felipe. "Al Real Zaragoza siempre le estaré agradecido y no tuve ningún problema con ninguno de los presidentes a los que conocí: Zalba, don Alfonso Soláns, su hijo y Agapito", ratifica.

Segunda asiente, al otro lado de la mesa. En esta mañana de viento y sol, escucha con atención e interviene de vez en cuando, con prudencia. Pero el relato le pertenece tanto como a Felipe: no sólo por su condición de compañera de toda la vida, sino porque también Segunda trabajaba para el Real Zaragoza: "Me ocupaba de la lavandería, junto a otra persona. Aquel trabajo era muy muy esclavo: había que dejar todas las equipaciones siempre impolutas". La lavandería estaba situada en el propio campo de fútbol, bajo el graderío próximo al gol sur: un espacio con dos lavadoras industriales por las que pasaban todas las camisetas, pantalones y medias de juego, además de los uniformes de entrenamiento. No sólo del primer equipo, claro, sino de todas las categorías del club.

Cuando el Real Zaragoza ganó la Recopa el 10 de mayo de 1995 en París, Felipe González tuvo que llevar a la capital francesa varios juegos de medias, porque los utileros habían olvidado incluirlos en los baúles de viaje. Acompañado de muchos de aquellos empleados anónimos del club, viajaron a ver la final en ferrocarril con los calcetines en su equipaje. 

A la vuelta, Felipe aparece en las fotos del autobús a su llegada a Zaragoza para la celebración, en los primeros asientos del vehículo: junto al entonces presidente Alfonso Soláns padre, que portaba el trofeo, y Javier Paricio, su hombre de confianza en el Real Zaragoza. Segunda se encargó de abrillantar el trofeo europeo, deslucido tras la noche y el ajetreo de la fiesta por el título. También lavó y planchó las cintas blancas y azules antes de presentarlo a la ciudad. La intendencia que subyace a la pasión y la gloria. Eso encarnaron Felipe y Segunda.

Felipe González nació en Piña de Campos y Segunda Vergara, en Becerril de Campos, ambas localidades próximas en Palencia, como delata su nombre. Felipe fue el tercero de 16 hermanos. Aprendió desde joven a trabajar la tierra, a cuidar animales y a valerse por sí mismo. El sorteo de la mili lo envió a África. Y de entre las diferentes opciones eligió enrolarse en la Legión. Estuvo destinado en Villa Cisneros —ciudad del Sahara occidental que hoy pertenece a Marruecos, rebautizada como Dajla o ad-Dajla—; y vivió en primera persona las tensas jornadas de la Marcha Verde. "Me gustaba aquello de salir de misión, también por las noches. Salimos muchas veces", recuerda con gusto. A cargo de un pelotón, su memoria de la vida militar está adornada de nostalgia: "La Legión era lo más duro. Ahí dábamos candela, físicamente era muy exigente y si te pasabas, lo pagabas. Pero volvería a ir ahora mismo", reconoce.

Vivienda incrustada en La Romareda, donde se alojó Felipe González, empleado del club hasta 2014.  Relevo
Vivienda incrustada en La Romareda, donde se alojó Felipe González, empleado del club hasta 2014. Relevo

Tras regresar a su tierra, la pareja se vino a Zaragoza "a la aventura", dice Felipe, aconsejados por unos cuñados que ya vivían en la capital aragonesa. En cierta ocasión reformó la vivienda de Eduardo Gil, directivo y vicepresidente en la época de José Ángel Zalba. Y por esa puerta entró en el club: "Hacía chapuzas y el Zaragoza me dijo que necesitaba personas para pequeñas reformas y trabajos. Empecé un par de años o tres como autónomo, hasta que me dijeron si me interesaba pasar a estar contratado: no me lo pensé ni un minuto".

Durante años se había dedicado a la albañilería y la construcción aunque con el tiempo, y como demostraría en sus mil labores distintas en La Romareda, llegaría a encargarse de cualquier cosa que hiciera falta: pintura, carpintería, electricidad, fontanería... Todos los gremios encarnados en un solo hombre: "Conmigo en La Romareda no hubo que llamar nunca a nadie de fuera para hacer nada, si hacían falta máquinas las alquilábamos y lo hacíamos nosotros", subraya con más afán de confirmar el hecho que intenciones de presunción.

El jardín más grande de la ciudad

El acuerdo incluía, además de todas las funciones propias del mantenimiento general en el estadio, las labores de conserje. Ser algo así como los guardeses del estadio, aunque el contrato no lo especificase de esa manera. Y, claro, con el piso para la familia incluido en el córner noreste del campo de fútbol: "Antes lo había ocupado el anterior conserje, Román del Castillo. Era una vivienda de dos plantas, unos 100 metros; teníamos salón, cocina y baño abajo y los dormitorios arriba".

Calle Luis Bermejo, número 4.  Relevo
Calle Luis Bermejo, número 4. Relevo

La puerta de entrada, el número 4 de la calle Luis Bermejo, justo sobre el muro curvado entre tribunas del campo, parecía desde fuera otra puerta del estadio. Para Felipe, era la entrada a su casa. La vivienda tenía planta alargada y todas las ventanas daban a la avenida de Isabel la Católica, con el sólido edificio del Hospital Miguel Servet al otro lado de la vía y, a su espalda, la muchedumbre natural del Parque Grande y los tupidos pinares del Cabezo Buenavista. El matrimonio había llegado de Palencia con tres hijos nacidos allí, el más pequeño con apenas unos meses. Ya en Zaragoza vendría Eduardo, el último de ellos: "El hospital de maternidad está enfrente, así que sólo tuvimos que cruzar la avenida para llegar: y después, lo mismo para regresar a casa con el bebé", cuentan Felipe y Segunda.

"Era un piso muy caluroso en verano, porque pegaba el sol en toda la fachada durante las mañanas enteras", cuenta. Cuando abrieron una puerta adicional a los pasillos interiores del estadio, la corriente ayudaba a rebajar la temperatura. Al finalizar las jornadas, la familia podía disfrutar del atardecer y el frescor de la noche accediendo a las gradas. Felipe aparcaba su vehículo también dentro del campo, accediendo por una de los portones metálicos. Para ello debía atravesar la explanada peatonal que circunda el recinto, lo que ocasionaba a veces un encuentro con la autoridad: "Alguna vez ya me echó el alto la Policía Local, claro... tenía que andar con ojo", revela.

"Alguna vez hemos tenido que sacar a jugadores y árbitros por mi casa o por otra puerta, pero no hemos tenido muchos problemas. El día que más miedo pasamos fue cuando el equipo se tuvo que quedar encerrado en el vestuario: ese día nos apedrearon la casa y por todos los lados"

Felipe González Ex empleado del Real Zaragoza

A lo largo de los años, la vida de la familia en las tripas de La Romareda fue mezclando lo insólito y lo cotidiano. Ni las frecuentes sirenas de las ambulancias, de paso hacia la ciudad sanitaria, ni el terremoto sostenido de decenas de miles de personas viviendo el choque correspondiente en el estadio alteraban gran cosa la vida de la familia: "Cuando había partido yo estaba por fuera, dando vueltas por los pasillos y pendiente de todo, pero no veía los partidos. Tampoco hemos sido futboleros nosotros, ni mis hijos, pese a vivir en el estadio. Para mí todo tenía que ver con el trabajo y así lo vivía".

Algunos espacios icónicos del estadio los construyó el mismo Felipe: "Entré reformando los vestuarios, hicimos después la sala de prensa que no había y toda la zona de enfermería, las oficinas que había en el campo… Y después muchos trabajos y reformas más grandes o pequeñas, porque La Romareda necesitaba un mantenimiento constante: convertir el fondo norte en grada de asiento, toda la zona para discapacitados y los servicios, los almacenes para los porteros, la reforma del palco, reparar, mantener. Muchísimas cosas: que no las hacía yo solo, claro, tenía personas con las que trabajábamos: Epi, Camacho… que eran encargados del césped pero, cuando había que ponerse, nos poníamos todos a una".

González y Pujol

La vieja sala de prensa, aún en uso aunque relevada de sus funciones por la moderna zona mixta y otros espacios, se incorporó con ocasión de los Juegos Olímpicos de 1992, cuando La Romareda ejerció como subsede de la competición de fútbol. Durante los preparativos, en cierta ocasión se produjo una llamada de parte del presidente de la Generalitat, Jordi Pujol, al Real Zaragoza. Algún detalle relacionado con la organización. Por algún motivo tan inimaginable como maravilloso, quien descolgó el teléfono fue Felipe. Cuando Pujol le pidió saber con quién hablaba, naturalmente le dio su nombre: "Soy Felipe González". El Molt Honorable colapsó al otro lado del hilo: "¿Usted quién es? ¡¿Por qué me toma el pelo?!". Pidió explicaciones con cómica indignación y acabaría sabiendo que, en efecto, su interlocutor respondía por el mismo nombre del que fuera presidente del Gobierno socialista. Nadie podría negar que Felipe disfrutó el equívoco. Y su relato.

De esa forma, con el paso del tiempo y su abnegación, se fue convirtiendo en el hombre para todo de La Romareda: lo mismo pintaba que hacía carpintería. Igual arreglaba las tuberías reventadas por una helada invernal que repintaba muros, reparaba desperfectos del envejecido estadio o se encargaba de intervenir en la instalación eléctrica o infraestructuras internas. O ascendía los 58 metros de escalera de gato de las torres de iluminación del estadio, una aventura no apta para espíritus sensibles: "Era un palizón subir todos esos metros por la escala, te pegabas una buena sudada. Si tienes vértigo, no te puedes subir, desde luego: desde abajo no se aprecia pero con el viento las torres oscilan muchísimo y cuando estás dentro, se nota pero bien. Eso y que si hacía calor, ahí tenías 60 grados y, en invierno, un frío helador. Era peligroso, era peligroso... pero yo no veía el peligro. Eso sí, arriba las vistas eran espectaculares, toda la ciudad".

Los días de partido, Felipe González abría todas las puertas del estadio, supervisaba al contingente de personas encargadas de los accesos y ayudaba en las labores de seguridad, siempre bajo la coordinación de los mandos policiales. Su conocimiento de todos los corredores, puertas y accesos del laberinto interior del estadio lo convertían en un aliado valioso. Al finalizar el choque, se encargaba de cerrar. Aparte de los jugadores que pasaran el control antidopaje, que a veces se alargaba, los profesionales de los medios de comunicación siempre han sido los últimos en salir. Alguno no llegó a hacerlo: "Una vez me llamaron cuando estaba ya en casa, porque se dieron cuenta de que un periodista se había quedado dormido en los pupitres de prensa", cuenta mientras intenta recordar el nombre: "Aquél que era mayor, cómo se llamaba…". No conseguimos concretar a quién se refiere. Y casi mejor así.

El anecdotario a lo largo de tantos años sería interminable, pero Felipe González relata cada episodio con la misma ausencia de énfasis con la que se encargaba de todo en su día a día: "Alguna vez hemos tenido que sacar a jugadores o a árbitros por otras puertas, claro: incluso por mi casa si así lo ha indicado la policía. Pero tampoco muchas. Los jugadores ya sabían por dónde tenían que salir para evitar problemas. ¿Gente que se colara por la noche o intentara algo? No, nunca. La verdad es que no tuvimos grandes problemas", asegura Felipe. "Bueno: aquella vez que se cayó tanta gente al foso desde el fondo norte. Como yo sabía por dónde llegar abajo, dirigí a todos los equipos sanitarios que actuaron aquella tarde".

La Romareda fue subsede de Barcelona 92 y en cierta ocasión Jordi Pujol llamó al Real Zaragoza. Cuando le contestaron preguntó: "¿Con quién hablo?". Y Felipe le dijo su nombre: "Soy Felipe González". El presidente catalán se indignó pensando que le tomaban el pelo

Fue el día del 6-3 del equipo de Víctor Fernández al FC Barcelona de Cruyff, cuando un gol del Zaragoza provocó una avalancha en la grada que acabó con unos cuantos heridos tras precipitarse al foso de seguridad. También Felipe recuerda con amargura haber tomado parte en la retirada de un par de espectadores que fallecieron durante un partido. Y la tensión durante varias horas al final de la temporada 2001/02, cuando miles de personas impidieron la salida de los jugadores del vestuario, pocos días antes de consumarse el descenso a Segunda: "Ese día nos apedrearon todo, también la casa: fue el día que más miedo pasamos, porque la gente estaba muy alterada".

Si alguien veía el encuentro en el televisor del salón familiar, el decalaje entre la realidad y su llegada a la pantalla funcionaba a modo de spoiler fervoroso: se oía el rugido de la grada y unos segundos después veían el gol. El resto de la semana, la vida era tranquila y el estadio parecía una casa muy particular de campo. Campo de fútbol, claro: "Los chicos lo vivían con naturalidad. Es verdad que a sus cumpleaños se apuntaban muchos amigos por la cosa de venir a La Romareda y hacerse fotos ahí", reconoce Felipe González. En el colegio, de chiquillos, a los González los conocían como Los pikolines, porque a menudo vestían ropa de entrenamiento del Real Zaragoza con la publicidad de la empresa de colchones de la familia Soláns. "Disfrutaban porque tenían mucho espacio para jugar. Generalmente por los pasillos interiores del campo. Al césped salían muy pocas veces, había que cuidarlo y ellos lo sabían: nunca nadie del Zaragoza nos puso ningún límite ni nos dijo que no pudiéramos hacer esto o aquello, pero era lo lógico".

El tapete verde debía estar siempre en las mejores condiciones y Felipe era especialmente celoso. Al punto de vigilar muy de cerca a los roadies que montaban los gigantescos escenarios y lonas en los conciertos que durante años acogía La Romareda: "Esos no atendían a nada, una vez con uno que ponía las lonas nos llegamos a enganchar de la camiseta", cuenta Felipe con tono cómplice.

Otro que se enseñoreaba del rectángulo de juego de vez en cuando era el perro Yako, un pastor alemán mestizo con lobo que corrió más de una vez junto a los futbolistas en los entrenamientos: "Era muy listo, me lo llegó a pedir la policía porque ese bicho sabía álgebra", apunta Felipe. En la silenciosa oscuridad de algunas noches, Yako patrullaba las sombras del estadio para reducir una plaga de gatos. Hasta que se independizó. "Un día se escapó y ya no lo vimos nunca más".

Hoy, a punto de decir adiós al que ha sido templo zaragocista desde 1957, mientras los aficionados atesoran la memoria íntima ligada a los partidos, los equipos y los jugadores, el recuerdo de la vida de Felipe y Segunda en el córner del estadio rebrota con un tono mucho más prosaico: "Era la casa donde vivíamos y un lugar de trabajo. ¿Si siento algo especial porque tiren el estadio?: no demasiado, ya no paso mucho por ahí", dice Felipe. Segunda le apunta: "Hombre, sí que te gusta pasar". Y añade: "Es un desarraigado, tampoco quiere volver nunca a Palencia".

Felipe, adusto y directo, compone un gesto de concesión con esas manos suyas, grandes y rugosas como panderetas de piedra. "Yo es que olvido rápido. Es un lugar en el que vivimos y algo te dice si vuelves por allí alguna vez, claro, igual que para cualquiera que pase por un lugar donde ha vivido. Pero una vez que desaparezca...".