Adrián Liso y un gol que captura media salvación: "Yo quería que fueras pescador y me sales futbolista"
La intrahistoria del primer tanto del canterano, clave para la supervivencia del Zaragoza, y una celebración con mensaje familiar.

El gesto pasó casi desapercibido en medio de la euforia del momento. Adrián Liso acababa de marcar el empate del Real Zaragoza en El Alcoraz: "He visto el balón que entraba y me he quedado un poco rayado porque no sabía ni cómo celebrarlo", dijo después, al repasar la secuencia. La pelota se fue dentro ayudada por el error de Álvaro y Liso corrió hacia la esquina ocupada por los aficionados del Zaragoza. Desde allí miraban también sus padres. Tras ser engullido en el abrazo comunal, Adrián se volvió a la grada y por dos veces simuló el giro de la manivela que suelta carrete en la caña de pescar. Había capturado una pieza de gran tamaño: su primer gol en Segunda. La celebración era un guiño con un mensaje familiar.
Pocos días antes del partido, el Real Zaragoza publicó un vídeo grabado con Adrián Liso y su padre, Jesús: ambos a bordo de una lancha fuera borda, compartiendo una mañana de pesca mientras conversan sobre la irrupción del chico en el primer equipo: "Yo que quería que fueras pescador y me sales futbolista, todo por llevarme la contraria", bromea el padre. "Ya sabes que mi sueño era jugar en el Real Zaragoza", contesta el joven delantero. "Pues si es tu sueño, cúmplelo", remata Jesús.
Y eso viene haciendo Adrián: partido a partido, le da forma a su aspiración de niño. Y, de paso, alimenta una sensación recurrente en los últimos años: en los pasajes más inciertos de su historia, al Zaragoza lo sostienen los chicos de casa.
Recuerda siempre de dónde vienes
— Real Zaragoza 🦁 (@RealZaragoza) April 16, 2024
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Adrián Liso nació en El Burgo de Ebro, una localidad situada a orillas del río, a 14 kilómetros aguas abajo de la capital aragonesa. En su pueblo jugó hasta los diez años al fútbol sala, siempre destacando. Su velocidad infantil llamaba la atención mientras el chico llenaba de goles las porterías contrarias. Después daría el salto al campo grande en el Montecarlo, club clásico del fútbol formativo en la ciudad. Pero muchos momentos de su infancia tuvieron como escenario la afición por la pesca de su padre en el entorno de Mequinenza y Fayón: pueblos enclavados en la franja donde se encuentran Aragón y Cataluña, cuya historia quedó marcada para siempre por la inundación del viejo casco urbano para la construcción del embalse de Ribarroja, en 1967.
Aquello conformó un trauma en la memoria de varias generaciones, cuyas viviendas fueron ahogadas bajo la inundación de una autoridad incontestable. Hoy el pantano, en la confluencia de los ríos Ebro, Segre y Cinca, presume de ser un "paraíso de la pesca" y punto de encuentro de muchos aficionados. Y allí aparecen Adrián Liso y su padre, de charla mientras tiran la caña en el espejo tranquilo del agua.
Determinación y personalidad
La torre del campanario, un solemne recordatorio del pueblo desaparecido, hace de marco para un diálogo entre la emoción y la ironía. "Ojalá sepas alguna vez lo que siente un padre o una madre cuando ve que el sueño de su hijo se ha hecho realidad". En medio de la quietud, los dos de pie con sus cañas sobre el casco de la barca, el padre subraya el contraste entre la calma de un día de pesca y la agitación de jugar en La Romareda ante 30.000 aficionados. Y la charla revela algunos rasgos definitorios del carácter del joven zaragocista: "El día antes de tu debut estábamos todos cardíacos perdidos y tú te echaste una siesta. Y yo decía: pero este tío…". Adrián Liso razona: "Si te pones nervioso con estas cosas, es que no estás tan preparado. Cuando trabajas muchos años para esto, tienes ganas de que llegue".
Esa atrevida determinación ("siempre has sido muy competitivo, incluso me querías ganar a mí que llevo toda la vida pescando", comenta con sorna Jesús) debió de tener algo que ver en la resolución de la jugada del gol en Huesca: derribado por Loureiro en su carrera, Liso no cedió a la tentación de exagerar las consecuencias de la caída, como resulta común. Aprovechó la inercia para ponerse en pie y acabar, ya pisando el área, con un disparo raso de izquierda. Álvaro anticipó el centro y avanzó su posición para cortar la trayectoria de la pelota. Esa elección le impidió acomodar el cuerpo en su zambullida y produjo el rebote necesario para llevar el pelotazo de Liso al fondo de la portería.
Su felicidad. Su momento. Su zaragocismo.
— Real Zaragoza 🦁 (@RealZaragoza) April 21, 2024
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El gol de Liso y la victoria en Huesca tuvieron el don de la oportunidad: el Zaragoza no ganaba fuera de casa desde principios de octubre (0-1 en Andorra) y no remontaba un marcador en contra desde el 14 de enero de 2023. Pero más allá de la oportunidad, el escenario resonante o cualquier otra consideración folclórica, el triunfo estuvo emparentado con la mera necesidad: "En Huesca quiero ganar, sea como sea", había dicho el técnico en la previa. La urgencia iba por delante de las formas. Para combatir el apuro clasificatorio, Víctor armó una zaga con tres centrales dispuestos para la solvencia (Mouriño, Lluis López y Francés) y dos carrileros más afectos al ataque que al rigor defensivo (Fran Gámez y Lecoeuche).
Un dibujo considerado santo y seña de Julio Velázquez. Víctor lo matizó al regular la altura de la presión en la salida del Huesca y dando profundidad a los laterales. Armado para la subsistencia, el Zaragoza acabaría por ganar un partido vivido en fases muy distintas: del sometimiento y la desorientación inicial al fogonazo del empate. Un rato de control antes y después del descanso, con el penalti transformado por Maikel Mesa. Y, después, el largo ejercicio de resistencia defensiva y oficio, algo de fortuna en los cabezazos errados de Bolívar y Obeng, más una pizca de épica tras la expulsión de Mouriño.
El punto de inflexión en esa película lo marcó el tanto de Liso. Además del gol, el muchacho completó un partido notable y su sociedad con Iván Azón reordena el escalafón del ataque zaragocista: Bakis regresó al banquillo y no llegó a pisar el terreno de juego, una decisión mediatizada también por la expulsión de Mouriño. Víctor debió revisar sus planes en la parte final del choque. Tampoco saltaron al campo los otros dos delanteros fichados el pasado verano: Sergi Enrich y Manu Vallejo. Con Víctor su papel se ha evaporado.
No tengo palabras para describir lo de ayer, sensación inigualable la de ganar un derbi y de poder marcar con el equipo de mi ciudad❤️
— Adrián Liso (@adrianlisoo) April 21, 2024
Gracias a todos por el apoyo un día más🐝🎣 pic.twitter.com/Z6hdYuYe2i
En algún pliegue de ese anhelo infantil por ir a jugar al fútbol en lugar de salir a pescar con su padre, el pequeño Adrián debió imaginarse autor de un gol de consecuencias trascendentales con la camiseta de su equipo: el tanto ganador de una final de Copa o el disparo que derriba a un equipo grande, como en otros tiempos; en el Zaragoza de hoy, tal vez la diana del deseado ascenso. De momento, su primer gol sirvió para cumplir un sueño y conjurar la pesadilla: el 1-1 frente al Huesca rescató a un Zaragoza a la deriva y cimentó un triunfo con tintes de salvación.
Podrán parecer heroicidades menores en comparación con otros episodios de leyenda, pero resultan valiosísimas en el famélico presente del equipo de Víctor Fernández. La historia corrobora la importancia de momentos así. El sábado pasado se cumplieron 30 años del título de Copa del Rey ganado por el Zaragoza frente al Celta, con Víctor en el banquillo. Nadie olvida esta enseñanza: los días de gloria de aquel equipo campeón en el Calderón o en París no habrían sido posibles si unos años antes, en junio de 1991, el Zaragoza no hubiera eludido el descenso a Segunda en una descarnada eliminatoria de promoción contra el Murcia. En muchos sentidos, el gol pescado por Liso puede suponer la primera piedra para construir el futuro.