La tragedia griega y por qué estoy en contra del VAR
Aristóteles definía la catarsis como la capacidad de la tragedia para redimir al espectador de sus pasiones más incómodas. El público las veía reflejadas en los personajes teatrales y en sus desgracias y, en una especie de clímax emocional, sentía algo parecido a una liberación. No es fácil para el espectador de hoy comprender ese efecto. Uno asiste a una obra de Sófocles, como "Electra" o "Antígona", y puede sentirse más o menos interesado pero no acaba de captar el punto de la catarsis. Y abandona el espectáculo tal como llegó.
Eso ocurre porque lo que se representaba hace casi 25 siglos en los anfiteatros griegos se parecía muy poco a lo que vemos ahora. Aunque parezca extraño, las tragedias de Sófocles o Esquilo eran piezas musicales. Los actores cantaban. La banda sonora, como en "Barbie", tenía una gran importancia. Y, sobre todo, se consideraba esencial el ritmo en sus diversos compases: espondeo, tribraquio, etcétera. Sin ritmo, el asunto perdía la gracia.
Ese es el principal inconveniente que le veo al VAR, o asistente arbitral por vídeo. En épocas no muy lejanas, cuando un árbitro señalaba gol, lo fuera o no lo fuera, unos celebraban y otros se echaban las manos a la cabeza de forma inmediata. Ahora lo suyo es esperar si sí o si no. Y esa espera, durante la cual ni los futbolistas ni los espectadores saben muy bien qué cara poner, supone un atroz corte del ritmo. Que será aún peor cuando, créanme, en poco tiempo se inserten microanuncios mientras el árbitro emprende el paseíllo hacia la pantalla.
Como en las tragedias clásicas, el ritmo resulta fundamental en el fútbol. Cualquier ritmo, lento o rápido, frenético como el de Klopp o sincopado como el de Guardiola. El fútbol consiste en una representación rítmica. Y el VAR no encaja en ese marco.
Pero con el VAR el arbitraje es más justo, me dirán ustedes. Eso podríamos discutirlo. Tanto Mediapro como Hawk-Eye, las empresas especializadas en proporcionar las imágenes a los árbitros, han protagonizado errores de bulto. Los propios árbitros toman decisiones equivocadas pese al vídeo. El fútbol siempre será confuso. A día de hoy, un premio Nobel de Física (o de Literatura) sigue esperando al genio capaz de explicar, de forma científica e inequívoca, cuándo hay que señalar mano y cuándo no.
Otra cosa: ¿recuerdan lo de la catarsis? El fútbol es un fenómeno planetario porque se parece a la vida, con sus errores, sus sorpresas y sus injusticias. Nuestras pasiones se parecen a las que se desarrollan sobre el césped. Y para encarnar la injusticia prefiero a una sola persona agobiada por la presión y el griterío de la grada, o tres si contamos los asistentes, con unos pocos segundos para decidir, que a tres controladores, 20 cámaras, un grupito de productores y una empresa que pueden tomarse todo el tiempo del mundo.
Será que soy antiguo, como la tragedia griega.