Sevilla y Osasuna firman las tablas en un partido que sólo se volvió loco en un descuento... donde pudo ganar cualquiera

La buena vida en Nervión llega en forma de empate. De sumar. De, en definitiva, realidad. Un partido que no tuvo demasiada trascendencia hasta que Saúl Ñíguez salió al césped. Así fue. Con el ilicitano en el campo llegaron los goles. Y el fútbol.

La bola echó a rodar en Nervión, pero el poco fútbol, por segunda semana consecutiva, fue el protagonista. Y es que el Sevilla estuvo algo mejor, pero tampoco acometió apenas llegadas, ante un Osasuna irreconocible. Los de Vicente Moreno no lograron sumar ningún ataque comprometedor. Ni siquiera a la contra. Las ocasiones cayeron todas del lado hispalense. Sow tuvo la más clara, tras un gran centro de Isaac Romero que comienza a recuperar su nivel -aunque no los goles-. El lebrijano fue el que más nervio le metió a la primera parte, sobre todo en una jugada donde le tiró el caño a Areso dentro del área... pero acabó en saque de esquina.

Y todo ello sin respuesta alguna de un Osasuna venido a menos. Agazapado y esperando su oportunidad, la cual no llegó en los primeros cuarenta y cinco minutos. Pero sí en la segunda mitad. Los rojillos entraron mejor al campo, manejando un poco más los tiempos, ante un Sevilla que fue animándose con el paso de los minutos. Aunque cada vez que pasaban los de Vicente Moreno del centro del campo, la sensación comenzaba a ser extraña en Nervión.

De miedo, de cierto temor. Y seguramente todo ello a raíz de conocer de sobra a sus jugadores. Un fallo de Kike Salas propició la primera gran ocasión de Osasuna, con un balón que se quedó muerto en el área... que no logró empalmar bien Moncayola. Y justamente después de que el colegiado le anulará un gol al propio defensa del Sevilla, los rojillos enmudecieron al Sánchez-Pizjuán. De nuevo Budimir, otra vez de cabeza... y ante un Álvaro Fernández que dejó muchas dudas en el primero de la noche.

Pero así son las cosas del fútbol. Cuando más respiraba el Sevilla, Osasuna mordió. Y viceversa. A los cuatro minutos del tanto de Budimir, Lukebakio, tras un grandísimo pase de Saúl, logró superar a Herrera con un regate en carrera y la mandó al fondo de la red. 1-1 y con media hora por delante. Una media hora que exprimió al máximo el conjunto nervionense. Dos lesiones -Bryan y su reemplazo, Arnáiz- amargaron el ataque de los pamplonicas... y los de García Pimienta dieron un paso al frente.

Con llegadas, pero sin ocasiones claras. Con mucha posesión de balón y acercándose al área rival, pero sin gol. Y eso le dio una vida extra a Osasuna en un descuento en el que por cómo lo aprovechó -para mal- el Sevilla, dejó la sensación de que el empate era bueno. Porque Budimir estuvo a centímetros de meter el segundo -también Lukebakio en un mano a mano mal definido-. Esa es la realidad en Nervión. La ambición va a menos cada semana. El pitido final lo confirmó. La pitada de su estadio, no. Porque su gente quiere. El equipo quiere. Pero ni uno ni otro puede. Y suma y sigue Osasuna.