Pidan perdón a Ancelotti
Que el entrenador con el mejor palmarés en la historia del Real Madrid confirmara el otro día ante la prensa que "había estado muy nervioso" sólo tiene un culpable. Que el técnico más querido de cuantos han pasado por el vestuario de Valdebebas reconociera en privado que antes de la visita de Osasuna, tras caer contra el Barça y el Milan, estaba en el alambre únicamente es responsabilidad de una persona. Y que el entrenador que ha levantado cuatro títulos en 2024, dos en lo que va de temporada y puede que tres en tres semanas, tenga que justificarse cada día es debido a los caprichos de un solo directivo. No hace falta ni citarle.
Quien quiera apuntar a la prensa está en su derecho, pero equivoca claramente el tiro. Los medios en general, y la mayoría de periodistas en particular, adoran a Carlo Ancelotti. Como no podía ser de otra manera. Más allá de filias y fobias, resultados reduccionistas y la realidad de que el personal se cansa de ver siempre las mismas caras, es un profesional de los pies a la cabeza que respeta como nadie a los demás. Por muchos palos que le aticemos. Ya fidelizó a los más veteranos vestido de corto en Milan y ahora ha encandilado a los más jóvenes por su manera de tratar, aceptar las críticas, normalizar la élite, disfrutar de su posición privilegiada y saber gestionar los buenos y los malos momentos. Ancelotti hace gracia porque tiene humor, acentúa la empatía y contribuye de manera decisiva a que todos entendamos que este deporte no es más ni menos que un juego.
Sin embargo, hay por detrás quienes nunca se cansan de mostrar dos o tres caras. En los éxitos, todo son abrazos, confianza ciega y continuas alusiones a los valores del madridismo que representa. Pero a la primera derrota o a los dos empates consecutivos comienzan las rajadas, las filtraciones interesadas y esa ebullición que siempre señala y cuestiona a los de siempre. Cala de arriba abajo. El mismo que le renueva hasta 2026 es el que no duda en afirmar entre sus palmeros que el italiano entrena lo justo. Es un escudo perfecto para tapar los errores de planificación que se somatizan en la defensa. O para desviar la atención cuando hay demasiado ruido sobre el estadio y sus vecinos. Sería curioso comprobar en 2032, mediante otro serial de audios inolvidables, cómo ante las derrotas no se salva de la quema en las sobremesas ni Tchouameni, ni el preparador físico ni aquellos que han convertido el departamento de nutrición en una mina a punto de estallar. Los títulos tienen nombre propio y los tropiezos siempre son responsabilidad de terceros.
Quizás Ancelotti lo tenga asimilado de sobra, pero convendría que supiera que no todos obran de la misma manera. Mientras hay rajadores de poca monta que calientan la cabeza del que manda cuando las cosas se tuercen y éste les hace caso, hay pesos pesados que siempre le defienden a ultranza. José Ángel Sánchez, clave en el regreso del profe, es el abanderado de esta causa. No lo dice él, porque en este club no hay quien hable. Pero lo sabe todo el mundo. Y Solari, por mucho que pueda parecer lo contrario, está en ese bando como otro legionario destacado. Si hace un mes alguien le alertó de que estuviera preparado por si había movimientos de urgencia, no fue porque estuviera trabajando su candidatura por detrás o porque le hiciera gracia el reto. El argentino ha sido siempre el más respetuoso. Tanto es así que al inicio, cuando volvió al club, le gustaba estar cerca del vestuario y en el césped, porque uno es futbolista hasta que la tierra se lo traga, pero se tuvo que ir alejando al ver que había runrún y que más de uno confundía su rol.
Lástima que al delegado, al experto arbitral que ayuda a la plantilla o a los miembros más longevos del departamento de prensa que están en el día a día del equipo no les pregunten —que son los que de verdad podrían mojarse— o que la opinión de Raúl González ya no tenga el peso en la casa de antaño, cuando lucía el siete a la espalda. Si por el entrenador del Castilla fuera, renovaría de por vida a Ancelotti ahora mismo, pese a que sería uno de los acreedores a la herencia que emana de ese banquillo. La leyenda blanca fue uno de los más insistentes a la hora de convencer al técnico de que pasara de la oferta de Brasil. "Nunca hay que irse del Madrid", le dijo. Su relación con Carletto es diaria, estrecha y leal. Valora como nadie lo que ha hecho y está haciendo, y sin que él lo sepa a ciencia cierta, es la gran vitamina de su colega para acudir siempre a Valdebebas con la ilusión de un debutante.
Mientras, otros, ojeadores que se han venido arriba porque les han dicho muchas veces que son galácticos, algunos nostálgicos de Mourinho y otros devotos de Xabi Alonso, no dejan de poner peros a Ancelotti en privado a cada curva. En primer lugar, porque nadie se atreve a decirle al que les paga que a veces no lleva razón, y que aunque es muy bueno —el mejor— no hay nadie infalible. Y, sobre todo, porque el italiano siempre da los buenos días — pese a que no es tonto—, siente y huele, da las gracias y no pasa facturas pase lo que pase. Ese espíritu de club anima a los que se la juegan a no agotar nunca su artillería. Como el que critica al hermano que falta a la cena de Nochebuena por acudir a la casa de sus nuevos suegros. Y como el que larga del primer colega que no se queda a la caña tras el pádel porque tiene que irse a toda prisa a Mercadona. A la cara ya todo es otra historia.
Puestos a vetar a todo el que narra lo que hay —como meros transcriptores de la realidad—, con esas listas acusadoras que igual valen para la Asamblea que para un cóctel de Navidad, ese director de eventos que maniobra en la sombra y sus secuaces lo primero que tendrían que hacer es autocensurarse por decoro y pedir disculpas al que, de verdad, tiene al Real Madrid en los altares. El enemigo de Ancelotti no es el City, ni el Barça ni la prensa o los árbitros. Son esos vecinos de comunidad que sólo salen de la cueva cuando fortuitamente se jode el ascensor o hay un apagón inesperado.