El verdadero 'Caso Olmo' da frío y es médico

Hundido por ver a Ansu Fati arrastrarse cuando volaba, veo a este Baby Barça a diario con el corazón en un puño. Quizás por el mero hecho de que más de media Selección pronto será blaugrana. Y este temor irracional es culpa de las malditas lesiones. Pudiendo disfrutar del espectáculo como un aficionado o analizar lo que sucede como periodista, elijo ser mi madre ante una ola de frío. Todo me da miedo. Cualquier precaución es poca. "Flick, cambia al chaval", suena en mi boca de manera similar al "no te olvides la bufanda" de mamá.
Todo tiene su sentido. Hay noches que, sin duda, dejan huella.
Presencié en directo, a pocos metros de Gavi, cómo su rodilla quebró en Valladolid entre los palos a De la Fuente. Sufrí con las continuas recaídas de un Pedri que ya, tras muchos amagos, es el que era. Maldije cómo se cortó la progresión de un Balde que ahora está corrigiendo de manera sobresaliente. Y me quedé frío, con el cuerpo cortado, por ver cómo frente a mí la mala suerte frenó a Bernal en un descuento de Vallecas. Por eso, a cada galopada de Lamine Yamal y Dani Olmo, mis dos jugadores favoritos junto al madridista Rodrygo, me agarro al sofá como si fuera a despegar. Como si la Nations League de este año o el Mundial 2026 dependieran de una simple carrera.
Lamine, pese a parecer más liviano y endeble, ya ha dado muestras de que está hecho de la pasta de los elegidos. Y eso tranquiliza. Se ve tan poderoso que incluso hay que frenarle, aunque se enfade, porque los expertos dicen que se deben medir mucho con él las cargas físicas. A sus 17 años está aún en pleno crecimiento. De ahí que, por ejemplo, la Federación le permitiera no hacer doblete el verano pasado y se saltara unos Juegos en París que le apetecían más que a nadie, o que Flick le quite justo cuando más falta le hace al equipo sacar un conejo de la chistera. Si por él fuera jugaría la Liga de corrido sin casi problemas.
El caso de Olmo (26 años) es bien distinto. Y eso sí que es preocupante. Se cuida como pocos. Todos sus entrenadores destacan una profesionalidad mayúscula. Y sobre la marcha, bien aconsejado, no hace más que cambiar pequeños detalles en sus rutinas de entrenamiento y alimentarias para mejorar más y más sin detenerse ni conformarse con lo que es y con lo que ya ha conseguido. Sin embargo, algo pasa que se nos escapa. Teniendo un talento de Balón de Oro, la calidad de los genios y estadísticas de estrella, le cuesta sumar 30 partidos de media por temporada (en todas las competiciones) y en la élite suma ya 75 partidos de baja con 11 percances diferentes que le han mantenido 344 días fuera.
A veces pasan estas cosas y nadie encuentra explicación. Más allá de situaciones extremas como la de Woodgate o Prosinecki, recuerdo un caso menos dramático y que podría compararse con éste. Es el de Ezequiel Garay, aquel elegante central del Real Madrid y el Valencia, entre otros, que comenzó a brillar en el Racing de Santander y fue internacional con Argentina, y que no fue más porque simplemente no le dejó su cuerpo. Los que le tuvieron en sus manos llegaron a la conclusión de que no podía jugar en un equipo top, donde se compite cada tres días, porque su musculatura no se lo permitía como a otros. El umbral del dolor lo tenía por debajo de la media y, al mismo tiempo, sus temores se multiplicaban cuando se le exprimía si la competición así lo demandaba.
La Eurocopa de Dani Olmo, donde demostró al mundo entero lo bueno que es, pareció espantar todos los fantasmas. Tras llegar a la concentración con molestias, se repuso con grandeza a este palo que le bajó de la titularidad en favor de Pedri. Fue clave para lograr el título y brilló como suele. Sin embargo, en esta primera temporada del regreso a casa ha vuelto a las andadas y a las pesadillas. Y sus entrenadores están en vilo. Esta última y simple sobrecarga en el sóleo le ha hecho estar de baja cuatro partidos ya que hoy, de nuevo, nos quedaremos sin disfrutar de su arte ante el Alavés con tal que llegue en condiciones a la Copa de Mestalla. Nunca será Iñaki Williams, que fijó el récord en 251 partidos consecutivos jugando, pero alguien debe priorizar este caso y analizarlo a conciencia ya que sólo ha jugado un partido completo, ante el Betis, y no ha participado en 18 encuentros en lo que va de curso (entre Barça y Selección) por lesiones, suplencias preventivas y las malditas prohibiciones burocráticas.
Quizás ahí, en la angustia por la que le han hecho pasar con su inscripción, se han acentuado estas recientes molestias musculares pues que lo emocional y lo físico van ligados, demostrando que el verdadero motor del cuerpo que alimenta a las extremidades late y reside en la cabeza. Pero eso no explica todo su historial. Y ahí el Barça, sin alarmismos y para regatear más disgustos, debe vaciarse y encontrar una solución.
Sin ser Messi, Olmo es junto a Lamine el culé más diferencial. Y el éxito de la temporada pasa por tenerle más tiempo en el verde que en la grada. Cuando él está en la tribuna coincide con esos días de verdadera sensación de frío en los que mi madre nos trae la manta.