Lamine Yamal sufre un síndrome acelerado del crecimiento
Hansi Flick está acostumbrando al culer a una euforia precoz, desmedida, señal inequívoca de que las cosas se están haciendo bien y que la activación entre los futbolistas es total. Solo eso explica que el Barça acuda a Villarreal, equipo que llegaba rodado y con confianza, faltándole cinco titulares y rotando a otros tres, en un equipo circunstancial, con futbolistas fuera de posición y una línea defensiva desconocida y no solo el equipo gane, sino que golee de una forma que remite a abril, a tener a todo el mundo rodado y sin ninguna baja en la plantilla. Flick está logrando modular los tiempos lógicos dentro del fútbol para lograr que lo que se de en primavera se empiece a ver en verano. Poca broma.
A Raphinha, que le acusaban hace un año de no pasarle la pelota a Lamine Yamal fruto de unos celos injustificados, se le ha visto defender como a un hermano mayor al mejor futbolista del equipo, derribado de malas maneras, cosido a patadas fruto de un fútbol superior, la misma lógica que en su día sufrió Neymar Jr, que de hacer tantas cosas imposibles para el resto terminaba despertando los peores recelos. Y ahí Raphinha emergió como lo que ya es: un capitán. Haciendo honor a la raíz de la palabra y no a su uso, por veteranía, que remite a ese futbolista que lidera y guía, que se impone y lucha. Y Raphinha, en plena madurez, está siendo todo aquello que nunca pudo ser Ousmane Dembélé, quien le cerraba el paso hace no tanto.
No es que el jugador sea mejor ahora que hace cinco meses, sino que lo parece. Y en ese parecer es donde reside el mérito del técnico, capaz de aceptar el presente con voz templada, las lesiones como parte del proceso y entender al jugador con una idea que le motive y le envuelva. Así se narra la redención de Raphinha, alejado de la vida útil de un extremo para ser un acelerador de tres carriles, la mejoría de Lewandowski, que lejos de vivir en área rival aparece por todos los puntos cardinales en los que un buen 9 se mueve y permitiendo que, con ocho titulares fuera del once, el Barça gane 1-5 en Villarreal con los "olés" de fondo. En Flick no hay espacio para la queja ni la indulgencia, solo una calma que lo allana todo.
Y para construir no hay mejor forma de contar con el mayor talento que tiene el fútbol. En Lamine Yamal todo parece quedarse corto, como si sufriese un síndrome acelerado del crecimiento sin fin, sin un techo visible. A cada partido añade registros, como si se picase consigo mismo para no aburrir un deporte que domina con tanta naturalidad a la edad en la que el resto apenas lo balbucean. El fútbol, tan injusto con el Barça, es como si le hubiese permitido al culer ver qué sería Neymar Jr de haber nacido en La Masia. No hace falta que Lamine Yamal diga a quién tiene de ídolo, aunque su fútbol es universal y no hay crackazo al que no recuerde. Su pase de exterior, una comba imposible, es ya el mejor resumen de lo que es el Barça de Flick: una ascensión sin ataduras.
Las lágrimas de Ter Stegen le recuerdan al aficionado azulgrana que no hay regalo que no tenga un castigo, como si el culer no pudiese disfrutar sin una penitencia a modo de roturas, de lesiones y hachazos. Es una baja tan dura que, paradójicamente, invita a pensar que este Barça de Flick la superará, como si el equipo fuese Hulk y con cada bala que le disparan ganase un músculo más. No queda otra que creer en la fuerza de lo visible, que no es otra cosa que un equipo que ha transformado el padecimiento en diversión.