Sin Lamine el Barça no sabe qué hora es
Hacía tiempo que el culer vivía en un sueño. Era tan dulce, suave, que parecía imposible que en algún momento pudiese pinchar y empezar a molestar, a recordarle al aficionado que su equipo no es un dispensador de alegrías automático, sino también uno de frustraciones y tardes de sábado que se transforman en lunes por la mañana. Lo acontecido en Balaídos se explica desde lo emocional. De la misma forma que ante Bayern o Real Madrid todo salía cara, ante el Celta salió cruz. El fútbol te deja vivir poco tiempo entre algodones.
Es físico el vacío que deja Lamine Yamal en esa banda derecha. En Liga, el Barça ha dejado de ganar en tres partidos y en los tres el astro no fue titular, en los últimos dos ni siquiera estaba convocado. Sin Yamal, Flick no solo pierde al que es su mejor jugador, su atacante más desequilibrante y distinto, sino también a su mejor defensor. El canterano es pausa y determinación en un mismo gesto y sin él en el verde el equipo carece de una estructura lo suficientemente madura e imprevisible para ordenarse. Quedarse sin Lamine es como vivir sin acceso a un reloj: todo son prisas y casi siempre se llega tarde. El Barça no sabe qué hora es.
Era lógico que esto llegase. La madurez impropia que mostró el Barça en los primeros compases de temporada indicaba una anomalía en un equipo jovencísimo y con tantas bajas. La confianza suturó heridas que parecían evidentes y le regaló victorias holgadísimas por pura convicción. Todo iba según lo planeado, sin ajustar. ¿Qué sucede cuando las cosas no salen? Es ahí, en la derrota y la duda, cuando el equipo se verá obligado a dar pasos hacia delante: conviviendo con los errores y aceptando que lo vivido hasta ahora era irreal porque nunca salió cruz. Los mejores equipos se hacen y se forman desde la derrota, usándola como punto de partida de todo lo demás.
Nunca hay que sobreacelerar los procesos. Ni las opiniones. El Barça sigue siendo el mismo equipo que hace un mes. Quizás ahora es más consciente del sitio que ocupa. Ante Real Sociedad y Celta el equipo azulgrana no se ha juntado con balón más allá de cuando el rival lo ha querido, y en demasiadas ocasiones se ha lanzado a un intercambio de golpes en el que sin el talento diferencial de Lamine Yamal siempre estaba más cerca de una primera derrota. La expulsión acentuó lo que ya era evidente; el Barça estaba bordeando el primer golpe del rival porque tenía más calidad, pero el juego no le estaba sonriendo. El fútbol le está mandando un mensaje.
Es verdad que De Jong entró en un momento delicado, pero su entrada tuvo el efecto opuesto al que quiso su técnico. Apenas pesó en el juego y no logró imponer su voz a un relato cocofónico que ya había superado a su equipo. De los muy buenos se espera que sí sean capaces de hacerlo, sobre todo cuando con espacios aparecía el mejor escenario posible para De Jong. Los minutos de Gavi confirman que hoy, Frenkie, es la última de las opciones en una medular que debería ser suya.