Lamine Yamal es el videojuego
En la zona VIP de Mallorca, un espacio perfectamente diseñado para disfrutar de la cercanía de los protagonistas detrás de los banquillos, acristalado y con acceso al túnel de vestuarios, los niños empezaron a corretear hacia el cristal, apelotonándose como moscas ante la presencia de otro niño, no mucho mayor que ellos, con la diferencia de quien hablaba ante los micrófonos, brazos cruzados, era un mago. Así lo definió un pequeño que aplastaba su cara al cristal. Si a esa edad uno cree en la magia, la mejor forma de volver a hacerlo años después es viendo a Lamine Yamal en directo.
El canterano culer salió escoltado por seguratas ante la avalancha de niños -y adultos- sedientos de su atención. Fuera del campo se maneja como lo que es, un adolescente aniñado que necesita ser cuidado y protegido para que las luces no quemen demasiado. Dentro, volviendo un mes después a una titularidad, lo hace con una grandeza impropia, exagerando cada gesto para asegurarse de que no es percibido como uno más. Él será el diferente. El Barça jugó un buen partido cuando él no participaba, a ratos uno demasiado abierto e impreciso, y otro de letal cuando Lamine entraba en juego, acentuando la dolorosa diferencia entre tenerlo o no. A Flick le faltó señalarlo con el dedo cuando su exterior inventaba por sí solo como buscando explicar el bajón del juego culer. Es tan fácil como tener al mejor de vuelta.
Lamine es un piropo. Ejerce de espejo bonito, mentiroso, y cuando unjo se refleja en él siempre se verá mejor. De ahí que Raphinha volviese a su mejor nivel, desangrando al Mallorca con sprints larguísimos, veloces, y esa puntualidad renovada para aparecer. Koundé, que parecía un extraño en la posición que había aprendido a amar, volvió a sentirse jugador con Lamine devolviéndole la imagen y hasta hizo de un De Jong mediapunta una versión atractiva. El equipo agradeció su regreso al once porque todo volvió a ser más bonito, más sexy. Preguntado por cómo lo hacía, Lamine sonrió y dijo: "L2". Él es el videojuego. El truco es... que no hay truco.
Fue el jugador con más regates (6), con más pases al área (3), con más balones recuperados en campo rival (7) y todo en una versión todavía reducida, a medio camino, como de calentamiento. Incluso falló dos goles para dejar algo para el futuro, quizás con cierto sentido. ¿Qué le quedaría si ya con 17 años marcase todo lo que genera y su exterior fuese el interior del resto de futbolistas? Es indispensable dejar algo para el final, así nos lo ha enseñado el cine, y Lamine es consciente que en sus primeros pasos no puede, no debe, saber hacerlo todo. Mejor así. Que a uno le quede la sensación de que todavía puede y va a hacer más mientras lo que hace es ya todo lo que se podría imaginar. En esa paradoja se instala ese talento que hace dudar a los adultos de la magia.