Flick demuestra que este Barça sí podía jugar mejor
Lamine Yamal emergió bajo la sospecha. Como todo canterano de La Masia, lo que viene primero es el relato. En vez de analizar al jugador y proyectar su potencial, desde fuera se le condena a una duda inmerecida, en un examen parcial porque lo que se busca es el fallo, una carencia que tomar como el todo. Y de Lamine, que emergió como una anomalía, se empezó a decir que no tenía gol. Se le quiso negar algo que ya tenía, solo que todavía no podía expresarlo con continuidad. Y en tan poco tiempo ha quemado tantas etapas y ha escalado tan rápido, que mientras unos siguen creyendo sus prejuicios el chico ya es, de facto, uno de los mejores futbolistas del planeta.
A su inaudito peso en el marcador, asistiendo o marcando prácticamente en cada jornada, le supera el estupor que causa su impacto en el juego. En cada fase del mismo, trascendiendo al marcador, que ya sería demasiado a su edad, para ser un jugador-total cuando debería ser solo un acompañante. Su conocimiento del juego y su facilidad para hacer jugar al resto explican por qué, en un Barça funcional que busca tener a los mejores cerca, su peso está creciendo de forma exponencial. Desborda por fuera, desordena por dentro y tensa la frontal. Tiene todos los recursos a la edad en la que los chavales los sueñan. Lamine es al fútbol lo que el vacío legal a la política; un espacio sin fronteras ni leyes al que solo se le puede sacar partido.
Y Hansi Flick transformó el agua en vino. A los incrédulos en creyentes. El culer no pedía títulos ni grandes noches de gloria como respuesta inmediata la mediocridad, sino un día a día sano e ilusionante, que a uno le apetezca sentarse y ver a su equipo. Al final, este deporte existe y es seguido no por las noches icónicas que genera, que terminan siendo la foto que lo corona todo, sino por la facilidad que tiene para generar ilusión en la rutina, en la espera. Importa tanto el partido como lo que sucede entre un encuentro y otro, en esa espera que al aficionado del Barça llegó a ahogar el año pasado.
La mejoría del Barça es implacable. Había voces que cuestionaban la plantilla y su valor futbolístico, que ceñían el rostro y se escudaban en un "a ver si con esto se puede hacer más", en un acto de injusticia tremendo. Pensar que lo mejor de Pedri, Raphinha o Koundé fue lo que se vio en muchos tramos de la pasada temporada es minusvalorar el talento existente en un intento de justificar la incapacidad para hacer que el talento funcione. Flick cuenta con la misma plantilla, solo con el cambio de Olmo, y el Barça parece otro equipo, como si hubiesen cambiado a la mitad de los nombres. En un fútbol obsesionado por los cromos, por el cambio constante y la decapitación en la plaza pública, Hansi propone algo lógico, aunque a veces suene contracultural: situar el debate en el césped, en un acto de respeto y confianza por el talento que hay.
Solo así se entiende que Pedri, uno de los mejores futbolistas de LaLiga, esté jugando como lo que es y debe ser, y no como un jugador seccionado, abatido. Que Casadó entre en el engranaje sin necesitar adaptación o que Raphinha, otrora un futbolista de movimiento y desgaste, sea ahora un pilar en el juego. El secreto más viejo de este deporte es a la vez el más transparente y obvio, aunque muchos se apañen en negarlo: la única forma de mejorar es recuperar la confianza del futbolista. Hacer creer para que el fútbol suceda. Y Hansi Flick, que tiene pinta de cualquier cosa menos de entrenador de fútbol, ha transformado el estado anímico de todo un club hablando solo de fútbol.