OPINIÓN

Gündogan ya no mola tanto

Gündogan, durante un partido ante el Real Madrid. /EFE
Gündogan, durante un partido ante el Real Madrid. EFE

Es muy del culer lo de poner la tirita antes de darse el golpe, el avanzar el diagnóstico sin haber tenido pruebas. Es algo atávico, una forma de curarse en salud y justificar daños colaterales a modo de una falsaria sensación de tranquilidad. Si nada pasa, nada duele, y así uno siempre puede ser feliz. La felicidad no es cuestión baladí. El aficionado del Barça se daba golpes en el pecho, hace poco más de un año, porque se leía la llegada de Gündogan como un acto de orgullo, de autoconcebirse como una fuerza todavía potente y puntera. El capitán del mejor equipo del mundo, pieza troncal en el triplete del City, elegía al Barça para seguir ganando. Era un susurro al oído. Un regalo desaprovechado.

Un año después, Gündogan ya no mola tanto. Uno le ve las arrugas, se acerca y observa una piel rugosa y cierta flaqueza en las articulaciones, un desaire en su forma de correr. De repente, aquello que te enamoraba es lo que te desespera, y lo peor es que es imposible discernir entre si lo que sientes es natural o es postizo, una forma cutre de autoimponerse resentimiento para justificar la pérdida. Antes de una ruptura hay quienes prefieren empezar a encontrar la cara oculta a quien han querido como parche precoz. Me niego a hacerlo porque esto sería faltar a la verdad, que no es falseable, y negar una realidad que ha estado allí para quien haya querido verla.

La llegada de Flick ha traído de vuelta de forma indirecta a ese tipo de gente que ve el fútbol como una reacción a algo, no como una acción en sí misma. Anteponen los sprints, el kilometraje ciego y mudo al porqué de los pasos. Si algo nos legó Guardiola en forma de mantra es que el correr importa tanto como el motivo, y que el jugador interiorice los porqués es el mejor antídoto ante las dudas. Gündogan llegaba con un Cum Laude bajo el brazo, alumno excelso de Pep. Y ahora se justifica en parte su salida porque no tiene cabida en un fútbol físico. ¿Cómo va a poder jugar a eso Gündogan? ¿No ves cómo corren? La misma gente que se ha desesperado (sin razón en muchas ocasiones) con Raphinha o Ferran por poco precisos, loan ahora su incondicional esfuerzo como argumento para apreciarlos por encima del alemán. Y Gündogan, quieto, sigue siendo el mismo que llegó. Ha cambiado la mirada de quienes observan.

Flick sobre GundoganLALIGA

Se valora poco, por no decir nada, su anterior temporada en un equipo descompuesto. Estar disponible es también una virtud, a veces la que más pesa si el resto caen como moscas, e Ilkay se endosó más de 4.000 minutos con 33 años, jugando de todo y con todos los compañeros posibles, en un batiburrillo de nombres, roles y posiciones que dejaba loco al más cuerdo. Fue el máximo asistente (14) y el centrocampista más regular, pulcro y metódico del equipo. Se leyó su lentitud, que siempre había estado allí como parte de su juego, como una rémora, una mancha que aparecía y que apuntaba su decrepitud. En realidad, fue al revés. Que pareciese más lento corriendo lo mismo apuntaba a un Barça caótico y diezmado, incapaz de detectar los puntos de fuga, porque esto señalaba que donde antes Gündogan llegaba siempre, ahora no lo hacía nunca. Y los datos, que siempre hay que rescatarlos, dicen que Ilkay presionaba más en el Barça que en el City: 15,42 por 15,02 según StatsBomb.

Sorprende que se señale la teórica incapacidad física de Gündogan como agravante, poniendo antes la tirita que la herida. ¿No sería más lógico plantear un sistema en el que el alemán tuviese vida útil? ¿Nadie piensa en la cantidad ingente de partidos y la poca fiabilidad física del resto? ¿Y la experiencia, liderazgo y saber competitivo del teutón? Preguntas que a buen seguro se ha hecho una dirección deportiva que se encuentra, con LaLiga iniciada, sin poder inscribir todavía a Olmo y con tareas pendientes. Ilkay, al que Guardiola ha llamado de nuevo, se deja querer consciente de que ya se le ha negado su parte del pastel. Hay quienes quieren convertir el fútbol en todo lo contrario de lo que nos enseñó Guardiola. Y en nuestra casa. El Barça hace tiempo que no maximiza ni aprovecha el capital futbolístico que tiene, dejándolo ir bajo un manto de excusas cada vez menos convincentes.