OPINIÓN

Gracias a Llaneza, Preciado y Gdansk mi casa es el Tour de Francia

Los jugadores del Villarreal miran al cielo en homenaje a Llaneza./GETTY
Los jugadores del Villarreal miran al cielo en homenaje a Llaneza. GETTY

La primera vez que supe del Villarreal fue gracias a un cromo de un gran portero, López Vallejo, en el estreno en la élite en 1998. La última, ayer mismo, para recordar con emoción que hace 140 días nos dejó para siempre el alma de este club, José Manuel Llaneza. Entre medias ha pasado un mundo en el que, poco a poco, me he ido haciendo tan groguet como la familia Font de Mora o como Juan Luis Botella, que ha vivido esta pasión sin hacer pellas, o Valentín, que da colorido con su famoso tenderete repleto de camisetas detrás de la portería. Un siglo después de la existencia del Submarino, no todo foráneo escribe con soltura y sin preguntar Villarreal y Vila-real cuando toca y a su debido tiempo.

Para hablar de historia, lean la entrevista de Nacho Sanchis al socio número uno. Y si prefieren una mirada más local, producto de esa tierra, elijan a nuestra compañera Laura Albiol. Yo, aprovechando que esto es una opinión (personal y subjetiva), les contaré el porqué del peculiar sentimiento de un manchego. Una pasión que coge velocidad de crucero, naturalmente, con aquella semifinal de Champions con Riquelme de mártir y que se ha alimentado en la final de la Europa League ante el United que pude fundir en prosa desde Gdansk. Nunca podré olvidar el escalofrío tras la parada de Rulli a De Gea. Ni el abrazo de júbilo, con el título ya en el bolsillo, con Cristina Bea y Mónica Benavent.

El Submarino siempre ha estado en momentos muy importantes y anecdóticos de mi vida. Y eso no se olvida y deja huella. La culpa de tantas visitas a La Cerámica en los últimos 15 años también la han tenido, más allá del grandioso arroz que sirven en la plaza del Ayuntamiento, cuatro personas. Mi primo, exjugador de este bendito club, mi paisano Tomás Pina, Marcelino García Toral y, cómo no, el periodista de cabecera en torno al Submarino Javi Mata. Gracias a todos ellos, los que se fueron y los que están, tengo camisetas amarillas en casa para montar una tienda, un equipo o el mismísimo Tour de Francia.

En una de las primeras campañas ejerciendo en AS, me llegó una noticia sobre el Villarreal que cambió su rumbo y que jodió el mío. Roig se hizo con 16 de los más prometedores canteranos de mi Alba a cambio de sanear sus cuentas con un millón y pico de euros. Mario Gaspar y Javier Matilla, al que vi dar toques al balón desde la cuna, estaban en ese pack que hizo historia luego en el Mediterráneo. Sólo Carletes, un Quijote, se plantó y prefirió seguir en La Mancha antes que buscar el progreso por la vía rápida. Ese junio de 2007 el Villarreal me hizo poca gracia. Pero, de súbito, ligué mi gusto a su destino.

Después, el Villarreal estuvo bien presente temporada a temporada. Cuando cubría la información del Madrid, porque a ningún compañero como a mí le seducía el viaje a Castellón. Con lo coqueto que es el Palace de la esquina o aunque hubiera que pernoctar en Alquerías del Niño Perdido. En mi estreno al volante también estaba ahí el nuevo equipo. Cosas raras que regala la vida. Recién sacado el carnet en Santander, donde residí cuatro años, a Juan Carlos Garrido le dio por decirle por sorpresa al Matilla bueno de la familia que debutaría en el Bernabéu ante el Madrid de Pellegrini. Sin comerlo ni beberlo me vine arriba con la emoción, llamé a Valdebebas para pedir un par de acreditaciones e invité a un buen amigo con el objetivo de que me diera apoyo. Cogimos carretera y manta con tanto miedo como ilusión. El 6-2, con tomahawk incluido de Cristiano, pronto me devolvió a la tierra.

Poco tiempo después, di otro paso más en mi aventura con el Villarreal. Esta vez por mí y, más que nada, por él. Un 6 de junio de 2012, justo antes de ser presentado como nuevo entrenador del Submarino en el añito del infierno, Manolo Preciado, con el que compartí buenos ratos en el norte, nos dejó bloqueados y sin aliento. Su repentino fallecimiento por un maldito infarto fue un palo de los gordos para todos. Únicamente el posterior ascenso en ese mismo curso puso algo de luz y de orden al desconsuelo.

El regreso a Primera coincidió con mi abandono del exilio en el Cantábrico. Así que al volver de nuevo a Madrid me ofrecieron la posibilidad de seguir escribiendo crónicas como actividad extraescolar. Marcelino, con el que compartí una temporada mágica en El Sardinero con la clasificación para la UEFA, ya estaba haciendo historia en El Madrigal, así que elegí las del Villarreal para revivir los buenos momentos. Fue un acierto total. La idea me permitió estar con el equipo en Liverpool, Roma, Viena y muchas más ciudades europeas. Si hoy soy adicto a los 'free tours' es por Bruno, Asenjo y Trigueros.

Varios viajes y cientos de textos después, llegó hace poco más de un año la hora de darle la vuelta al jamón. Relevo me llamó a filas y mi último texto en mi antigua casa fue, cómo no, del Villarreal. Menuda fiesta la que montó Danjuma en Bérgamo. Ahí comenzó un nueva aventura en la que, por un tiempo, dejé de teclear de sus andanzas mientras armábamos el actual proyecto. Por el camino eché de menos los mensajes privados de Bacca pidiéndome más picas o a Funes Mori exigiendo clemencia. Fui contrarrestando el vacío con alguna charla con Senna y con las enseñanzas de Marchena. Pero ya me he recompuesto.

La llegada de otro viejo conocido como Quique Setién me ha devuelto el pulso, así que sigo entrando en la SER con Xavi Sidro y Josico una vez por semana, en Radio Vila-real cuando el sheriff me requiere o en el VAR Groguet de Abrahán Guirao para poner cordura a sus tertulias. Pese a no ser uno de los 50.000 privilegiados que viven en Vila-real, alrededor de un equipo modesto pero ambicioso, me siento uno de ellos. Ser de pueblo une, es lo mejor que tiene. Nuestra Superliga, la buena y fiable de verdad, es ser un ejemplo sensato de equilibrio económico, flipar con la cantera de Miralcamp y ver al Villarreal toser a cualquier equipo del mundo. Gabriel García Márquez hubiera tenido buen material aquí para escribir el resumen que mejor define la historia de este club: Cien años de sobriedad.