FC BARCELONA

La Quinta del Johan Cruyff, la de los niños insolentes y con brackets que no recuerdan al Barça de Guardiola

No vieron al Dream Team ni se acuerdan del Barça de Guardiola, pero los Lamine, Cubarsí, Gavi o Casadó permanecerán en la memoria.

Lamine Yamal y Alejandro Balde, durante la celebración de unos de los cuatro goles del Barça en el Bernabéu. /GETTY
Lamine Yamal y Alejandro Balde, durante la celebración de unos de los cuatro goles del Barça en el Bernabéu. GETTY
Lu Martin
Albert Blaya

Lu Martin y Albert Blaya

Hay equipos llamados a perdurar en la memoria, a marcar el sentimiento deportivo de una generación. Aunque no ganen. Otros, ganando, se disuelven como un azucarillo en un vaso de absenta y jamás entroncan en el tejido sentimental de una afición. Hay otros eternos, como la llamada Quinta del Buitre, un grupo bautizado en un artículo publicado un lunes en El País, el 14 de noviembre de 1983, loando el talento de unos críos: Butragueño, Míchel, (20 años) Pardeza, Martín Vázquez y Sanchís (18), entonces en el filial, el Castilla, en Segunda A.

Aquel Real Madrid dominó el fútbol español, no logró nunca la Copa de Europa pero por encima de todo dejó para la memoria un estilo elegante, ejemplarizante e inconfundible. Es cierto que esos cinco estuvieron rodeados del talento de Gordillo, de Valdano o de Hugo Sánchez, pero eran futbolistas formados en casa, de barrio y para una generación de madridistas siempre será "su" Real Madrid. Incluso un día Johan Cruyff les elogió por su exquisitez.

Hasta que se inventó el Dream Team. Aquel equipo siempre se llenó de críos de la cantera: Amor, Guardiola, Pinilla, Ferrer, Barjuan. De vascos: Begiristain, Goiko, Bakero, Zubizarreta... Y, sin duda, fue liderado por Romario en su cúspide de explosión de talento, por Stoichkov en la conexión con el pueblo y por Koeman en la consecución de títulos: la primera Copa de Europa. Pero mas allá de eso y de las cuatro Ligas consecutivas, logró quitarle al FC Barcelona la pátina de equipo perdedor. Por eso, para una generación de culés siempre será su Barça y siempre recordará sus excursiones en un Golf a los campos del norte, a Valencia o Zaragoza siguiendo los pases de Guardiola. Por eso en Vallfogona de Riucorb, en la comarca de la Conca, hace ya unos años el pueblo dedicó una calle a Johan Cruyff, en honor de aquel equipo y en recuerdo de aquellos años. Faltaría más.

Trascender no es fácil y eso lo consiguen pocos equipos. El de Valdés, Puyol, Piqué, Iniesta, Messi, Pedro, Bojan, Jefren, Fábregas... gente de la cantera, sí, completado con Alves, Yaya Touré, Keita o Henry. El Barça que conquistó el mundo –es el primer equipo azulgrana en lograr un mundial de clubes- no solo consiguió títulos –seis en un mismo año, el primer equipo de la historia en conseguirlo- y tres Copas de Europa. No, no solo eso. Hizo algo más: convirtió una manera de jugar, una manera de sentir y vivir el club en una conexión generacional eterna. Porque el Barça de Pep es eterno por muchas cosas que superan los títulos (incluida la tortura de Coldplay).

La generación perdida del Barça con un talento descomunal

Hubo una generación perdida. Una generación que pudo ser y no fue. Nació y murió con Johan Cruyff. Les llamaron los del Mini, también la Quinta del Calvo: Quique Álvarez, Toni Velamazán, Juan Carlos Moreno, Albert Celades, Jordi Cruyff, Roger García, su hermano Óscar... Demoledores. Cruyff le pidió vestirles con Figo y Zidane y Núñez nunca fichó al francés, y a Figo lo trajo cuando ya había despedido al holandés. Y tras despedir a Johan, arrasó con todo aquello que llevara su firma, incluida aquella maravillosa colección de futbolistas. Unos antes y otros después, todos acabaron desfilando y dejaron el Barça. Todos hicieron carrera, claro, porque todos tenían un talento indudable.

Ahora es la generación del Johan Cruyff. Casadó, Víctor, Cubarsí, con Rafa Márquez en el banquillo; Gavi y Balde con Pimienta; Lamine y Ansu Fati (bastante poco, bien es cierto), Héctor Fort, mientras subía y bajaba, Fermín, ciertamente un solo partido, Iñaki Peña... Con el tiempo, se verá a Rafa Márquez como en su día a Quique Costas, como uno de los padres de esta Quinta. Y antes por el juvenil de Sergi Barjuán y con la dirección de Alexanco, que también estuvo con Cruyff.

Los niñatos que arrasaron el Bernabéu, con la indudable colaboración de Robert Lewandowski y Raphinha y un enorme Iñigo Martínez, bien es cierto, son los niños de Flick y del Johan Cruyff, porque, poco o mucho, todos han pasado por el campo donde juega el filial, heredero del Mini-Estadi, donde ahora se fabrica cemento para el Camp Nou. Insolentes y con brackets, evidentemente ninguno había nacido cuando el Dream Team marcó a toda una generación, pero como entonces, ellos, esta clase de las jirafas del parvulario de la esquina, ya se han ganado el derecho de ser un grupo que perdurará en el sentimiento de una generación, esa que con los años buscará entre sus recuerdos de adolescencia y recordará donde estaba el día que el Barça le metió cuatro al Real Madrid: Aina en Manchester, en un pub, Raúl en Madrid, en el Bernabéu, Laura con unos colegas en el Paral.lel, Mamamadou en el Raval o Dani en el bar del pueblo...

Por edad podrían ir a clase con Lamine, ser la novia de Pedri o de Fermín, o irse de fiesta al Cocoa de Mataró con todos ellos. Son la generación que no había nacido en el Dream Team y que ni se acuerda de qué hacía en el día que el Barça de Pep le metió 6 al Madrid en Chamartín. Ese día Cubarsí tenía dos años (2007), Lamine uno (2007), Balde cinco (2003), Casadó cinco (2003), Gavi cuatro (2004), Ansu Fati seis (2002), Pau Víctor siete (2001) y Olmo tenía diez años (1998).

Así se escribe el barcelonismo en el 125 aniversario, el año que el mundo descubrió a la Quinta del Johan. El día que Gavi, andaluz de Los Palacios, le recordó en los morros a Vinicius que le habían metido cuatro. Johan siempre dijo que estaba orgulloso del Barça de Guardiola –también porque Txiki andaba metido por ahí- sencillamente porque lo había entendido, no porque ganara. Yo estoy seguro que Johan estaría feliz de ver cómo juegan y cómo disfrutan estos críos vestidos de azulgrana. Con eso le bastaría, mas allá de verles ganar en Madrid o perder en Pamplona. Aunque solo sea porque es unan generación formada en casa, en el Johan Cruyff, la casa donde hoy crecen los niños que se hacen mayores en La Masía mientras se hacen eternos en Montjuic a la espera de tener su Camp Nou.