A veces uno leyendo se piensa que el Barça juega como el Stoke City
El Barça tiene una pulsión autodestructiva, de gusto por la inmolación pública y privada, sobre todo cuando las cosas apuntan a ir bien, a parecerse un poco a aquello que todo el aficionado quiere. Como siempre en Can Barça, los debates son cíclicos, como las guerras o las crisis, y parten de un mismo punto que se repite como un eco tribal, de cosa muy vieja y zafia: el estilo. El ADN. Con Hansi Flick en el banquillo, uno ya empezaba a tomar consciencia de lo que se venía cuando al anunciarlo los titulares señalaron los músculos y la preparación física como algo anexo al juego, un elemento distinto en vez de una parte integral de su forma de concebir el fútbol. Ya íbamos mal. Flick ya estaba amputado antes de debutar, como negándole algo que le pertenece por puro prejuicio.
De momento, al Barça se le mide en el mundo de las ideas y no en el del juego. Se sigue señalando el 4-2-3-1, algunos incluso hablan de un sistema "desacomplejado", como si la foto inicial lo fuese todo, o como si el Barça no llevase dos años jugando con dos mediocentros. Se habla de ese 4-2-3-1 porque todo lo que suena alemán tiene que llevar esa etiqueta, romper con el pasado, aunque a pocos parece importarle lo que realmente está intentando llevar a cabo el entrenador, que no es otra cosa que intentar jugar bien. Y el Barça, de momento, se construye más desde el 4-3-3 que desde el 4-2-3-1, con un extremo de interior y otro en amplitud, con un interior pendiente de recibir entre líneas y otro de hacerlo más abajo. Un entrenador que busca adaptarse a sus futbolistas para sacarles su jugo. Qué cosas.
Ganar ya no es en vano. En el Barça, donde todo es política y mensajería directa o indirecta, golear lleva un texto implícito: el equipo ha abandonado el caduco estilo, el 4-3-3, el ADN, para forjarse en una nueva cultura futbolística: juego directo, verticalidad, presión. Conceptos que todos los equipos del mundo aplican alguna vez, porque no hay fútbol que no sea directo, vertical o que no presione nunca. Y aquí, en este punto, nada es inocente. No habría problema alguno en constatar un cambio de paradigma si se hubiese dado, pero lo que muchos venden es un mensaje que busca enterrar la idiosincrasia azulgrana, como señalando que si ahora se gana y se juega bien es porque por fin el club ha madurado, cortando con un pasado que le impedía avanzar. Flick lo está abrazando.
El primer Barça de Pep Guardiola, el de la 08/09, ha sido quizás uno de los equipos más físicos, verticales y agresivos de siempre. Aquel equipo marcó infinidad de goles usando el "juego directo" de Márquez o Piqué para la profundidad de Henry o Eto'o. De Alves para Messi para, en dos pases, destrozar cualquier argumento. Eran otros tiempos y aquel juego combinativo y veloz se empezó a valorar con el tiki-taka, un precepto que el propio Guardiola lanzó a la basura nada más acuñarse. No entendían nada. Con los ojos de ahora, aquel Barça no sería de Guardiola. Sería otra cosa. Rompería con el pasado. Se huiría del pase vacío, de la posesión estéril, del juego plano. En realidad, lo que ha sucedido desde hace años es que el Barça ha tenido un problema enorme de identidad, una crisis existencial acuciada por la incapacidad de detectar los problemas de quienes tenían que salvarlo. El equipo ha jugado mal. Sin paliativos. Y ahora, de momento, vuelve a hacerlo bien.
Es muy peligroso lo que sucede, porque se pretende señalar una ruptura que no existe, situando a Flick en un espacio que no le conviene. A veces uno leyendo según qué cosas piensa que el Barça juega como el Stoke City, y la realidad es que suma pases sin perder profundidad, que tiene más juego interior que en años anteriores y presiona en campo rival con Cubarsí, un adolescente, e Íñigo Martínez, un veteranazo, como centrales, con Bernal o Casadó de mediocentro, con el maltratado Pedri de interior y el viejo Lewandowski de delantero. Un imposible que, sorpresa, está pudiendo darse. A ver si aquí dejará de importar tanto el físico como la táctica, el saber ubicarse, perfilarse y saltar que el "juego vertical". El Barça corre el peligro de enterrarse en conceptos vacíos mientras, ante sus ojos, se construye algo que por fin parece hablarse con su pasado.