Alfonso del Corral y cómo aceptar la pérdida de un hijo de 6 años: "He leído miles de historias que ponen los pelos de punta, hay otras realidades que no son racionales"
El que fuera médico del Real Madrid habla con Relevo del fallecimiento de su hijo Álvaro y del proceso de conversión que le ayudó a cicatrizar el dolor: "Yo tuve una experiencia personal, interior y esa fue la que me puso en marcha".
Si existiese una escala del dolor, con números claros y no con palabras inciertas como dice Manuel Vilas en Ordesa, el que causa el fallecimiento de un hijo o una hija destrozaría cualquier límite. La devastación es tal que sólo quien ha sufrido la pérdida lo conoce. El resto, sólo intentamos imaginarlo para comprender y calmar. El esfuerzo es en vano porque no hay consuelo. Después de una primera parte de la entrevista donde repasó toda una carrera dedicada al deporte, la medicina y al Real Madrid, Alfonso del Corral (Madrid, 68 años) abre el capítulo más desgarrador de su vida, la muerte de su hijo Álvaro, de seis años. Lo hace con la cicatriz visible, pero con serenidad.
Ocurrió el 14 de junio de 1997, mientras el Real Madrid se estaba jugando la Liga en un derbi ante el Atlético de Madrid. A ese partido el médico llegó a todo correr desde Navarra, donde por la mañana había recibido el doctorado. Tuvo tiempo de sentarse en el banquillo junto a Fabio Capello. El encuentro arrancó, pronto comenzó a decantarse para los blancos. En el minuto 56 ya ganaban 3-0. Poco después, un trabajador del Real Madrid se acercó a Del Corral y le comunicó que su hijo había sufrido un accidente en casa. Saltó del asiento y salió del Bernabéu corriendo, literalmente, hacia el Hospital La Paz. Mientras, el equipo, ajeno a todo, celebraba el título en el estadio. En medio del festejo, las primeras noticias llegaron a la caseta. Jugadores, técnicos y directivos optaron por esperar. Nadie quería ir a Cibeles. Tras más de una hora, llamadas constantes y agarrados a los mensajes más optimistas, decidieron ir al encuentro con la afición. En torno a la una y media de la madrugada se confirmó lo que nadie quería escuchar. Álvaro no había superado la última parada.
"No hay nada más duro, más tremendo, más brutal que perder a un niño. Te deja totalmente muerto en vida. Para mí fue brutal. Me tuvo completamente en shock", confiesa a Relevo Alfonso del Corral. Aquello fue un punto de inflexión en su vida, que le llevó a una búsqueda febril de respuestas que terminó en un proceso de conversión que le ha ayudado a aceptar la pérdida. "Yo tuve una experiencia personal, interior. Es la que me puso en marcha. Han transcurrido 27 años y hay cientos de cosas que han pasado en mi vida que me dan la certeza de que Jesucristo vive y que ha resucitado y que a partir de aquí la película cambia radicalmente", asegura. Tanto él como su familia apostaron por la vida cuando la muerte les acorraló. Este es su testimonio.
En 1997 recibiste uno de esos golpes que no se superan.
El fallecimiento de mi hijo Álvaro, sí.
¿Quieres hablar sobre ello?
Sí, claro. No hay ningún problema. 27 años ya, cómo pasa el tiempo. Yo ese día, por la mañana, estuve en Navarra, donde recibí el doctorado en la Universidad, sobresaliente, cum laude. Cantaron el Gaudeamus Igitur, me pusieron el birrete... Luego viajé rápido a Madrid porque por la tarde tenía que estar sentado en el banquillo en el derbi contra el Atlético de Madrid. Mientras se estaba jugando fue cuando ocurrió el accidente. Penúltimo partido de la Liga de 1997.
¿Quién te dio la noticia?
Se entera un periodista y lo cuentan en la radio. Así que en mitad del partido, casi al final, me viene un compañero, un médico, y me dice: 'Oye, que alguien llamó al club, que ha pasado esto, que tu hijo está en el Hospital La Paz'... Y salí rápidamente. Ni siquiera pude coger mi coche porque estaba bloqueado en el Bernabéu.
¿Entonces?
Fui corriendo, calle arriba, hasta el hospital. Llegué solo, me pusieron en un cuartito esperando porque los médicos estaban luchando por salvarle la vida. Él todavía estaba vivo.
No hay dolor más grande que el que provoca la muerte de un hijo.
Vamos a ver. El otro día, el Papa Francisco expuso que era un mes dedicado a los padres que han perdido un hijo. Y decía que es algo tan duro que no tiene un nombre. El niño que pierde a su padre es un huérfano. La señora que pierde a su marido es una viuda. Decía de todo, pero para un padre o una madre que pierde a un hijo no hay nombre. Y es así. No hay nada más duro, más tremendo, más brutal que perder a un niño. Te deja totalmente muerto en vida. Y eso fue así.
¿Cuántos años tenía?
La situación fue tremenda. Un niño de seis años y medio, una criatura maravillosa... Para mí brutal. Eso me tuvo completamente en shock. Pero en un momento determinado tuve la gracia, tuve una ayuda del cielo. Y recuperé las fuerzas, comencé a caminar.
¿Cómo fue ese proceso?
Hubo varios motivos. El primero, fundamental, que debía caminar porque tenía dos hijos más, tenía que sacarlos para adelante. El segundo fue por la cantidad de personas maravillosas, entre ellas los jugadores, que se volcaron con nosotros. Eso ayuda un huevo. Es una maravilla. En la vida no es fácil caminar solo. Y a partir de aquí tuve unos años de mi vida en los que buscaba respuestas. Me leía todo lo que no estaba escrito en el mundo, las posibles circunstancias, las cosas... Y en esa búsqueda tuve un proceso de conversión personal y de fe. A partir de aquí pude ir aceptando la pérdida. Es una tontería eso de superar. Aquí eso no se supera, se acepta. Mi mujer y yo caminamos juntos y apostamos por la vida. Volvió la vida, nacieron dos niñas más. Mis hijos, en su sufrimiento, fueron saliendo. Mis hermanos, mi familia, mis padres... Todos, de alguna forma, aprendimos a vivir con esa realidad y a luchar.
Dices que tuviste un proceso de conversión y de fe. ¿Tú eras católico antes de ese golpe tan devastador?
Bueno, católico... De aquella forma (risas). Yo era católico porque fui bautizado pero que realmente no tenía una percepción...
Hay quien ve incompatible ser un hombre de ciencia, que se basa en lo empírico y racional, y ser un hombre de fe.
Es una buena pregunta porque no todo es racional en la vida. No creo en las casualidades. Yo tuve una experiencia personal. Era una esperanza, una luz, una bocanada de aire de que había algo y ese algo quería buscarlo. Además, en ese momento el estado es especialmente sensible, porque estás en un estado de shock. Entonces, tú puedes intentar buscarte una realidad, inventártela. Bueno... Pero lo cierto es que han transcurrido 27 años, es decir, que el estado de shock ya ha pasado. La necesidad de buscar algo ha pasado. Y las realidades, los hechos, son incuestionables. Mucha gente dirá que las casualidades existen, pero yo creo que no existen. Creo que las casualidades son reales. Cuando hay una, bueno, puedes haber tenido suerte. Pero cuando son una y otra y otra y otra, que van coincidiendo, ves que no. Tú me dices: 'Pero tú eres un hombre de ciencia'. Precisamente porque soy un hombre de ciencia y porque han pasado 27 años veo que esas son realidades.
¿A qué realidades te refieres?
Yo he pasado años y años leyendo, devorando, y me he leído miles de historias que te ponen los pelos de punta. O sea, que hay otras realidades que no son las racionales, que están ahí. En el momento actual, intentar ver que todo es fruto de la racionalidad y todo tiene un porqué, pues no. Yo creo que no es así, hay cantidades de cosas que no sabemos por qué suceden, pero suceden.
¿Pero cuáles son esas casualidades de las que hablas?
Haría falta una hora más para contarte todo. Pero básicamente, la primera y fundamental fue que en un momento determinado, al poco de ocurrir todo, yo leo una frase en la Biblia, casi por azar, que me golpea: "Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida". Es de Jesucristo. Bueno, pues después, a escasos días, un cuaderno de mi hijo que estaba en su cuarto cayó al suelo. A las seis o seis y media de la madrugada, que estaba yo paseando por casa. El último texto escrito por mi hijo era ese mismo. Lo escribió él: "Yo soy la Verdad, el Camino y la Vida". Comenzó a escribirlo bien y abajo ya lo escribió mal porque los niños a los seis años empiezan la primera frase muy bien y ya la última... Esa fue la primera experiencia. Puedes decir, bueno, es una casualidad, ¿no? Pero lo que yo noté ahí... Puedes decir también que es fruto de tu mente, de la necesidad, que te la has inventado. Vale, perfecto. Pero es que eso es el principio. Han transcurrido 27 años y hay cientos, cientos de cosas que han pasado en mi vida que me dan la certeza de que Jesucristo vive y que ha resucitado y que a partir de aquí la película cambia radicalmente. No cambia nada, pero cambia todo porque hay esperanza. Hay un después, una vida trascendente. Evidentemente, cuando tú pierdes algo muy querido no es lo mismo saber que no hay nada más, que saber que hay algo más. Y ese algo más lo vas a vivir con él.
¿Ha sido un proceso personal o abraza también a toda tu familia?
Pues como consecuencia de esto, en mi casa, en mi familia, en mi entorno de amigos hay una realidad distinta, sí. Hay una fuerza distinta que nos une, que nos aglutina, que nos da esperanza. Y una certeza de que Dios está cuidándonos y protegiéndonos. Y es sanadora, tremendamente sanadora. De hecho, yo tengo un amigo que ha perdido un hijo y no cree absolutamente nada, y es que le ves que tiene un gran vacío en su interior, una cosa brutal.
Si no crees, este tipo de desgracias en la mayoría de las ocasiones refuerzan ese ateísmo; y si crees, hay quien se revuelve contra Dios...
Algún miembro de la familia se rebotó, se rebotó... Pero en general todos hemos ido caminando y nos van llevando a todos por el camino con esperanza. La esperanza es fundamental. Como te he dicho, un golpe como el fallecimiento de Álvaro no se supera, se acepta. Y mi familia y yo apostamos por seguir viviendo.