FÚTBOL FEMENINO

Ludmila y las anécdotas de la vergüenza: "Me ponen mucho el emoji de mono"

La futbolista brasileña repasa en Relevo la discriminación que sufre a diario por ser negra.

Ludmila, jugadora del Atlético, posa en la entrevista para Relevo./ RELEVO/ALEX CORRAL
Ludmila, jugadora del Atlético, posa en la entrevista para Relevo. RELEVO/ALEX CORRAL
Mayca Jiménez

Mayca Jiménez

"Soy mujer, negra, futbolista y de orígenes pobres". Esta es la carta de presentación de una superviviente a la injusticia. Al racismo. A la discriminación. A la vida misma. Ludmila da Silva (Guarulhos, Estado de São Paulo, Brasil, 28 años) se ha levantado tantas veces que incluso sorprende que le queden ganas de pelear. "Son tres luchas paralelas contra el machismo, el racismo y la falta de oportunidades de ser mujer futbolista. Y esto continúa. Estamos demostrando que podemos. Es muy duro que se nos etiquete diferente por nuestro color, sexo…", reivindica de la delantera del Atlético de Madrid.

Su infancia, marcada por el balón y la tragedia, tiene aún mucho sitio para el amor, pero también para la rabia. Razones no le faltan. Aunque sea difícil entenderlo cuando el color de tu piel no sufre miradas de desconfianza. Cuando los muros que te impiden avanzar no se levantan más altos por tu género, raza u orígenes. "Es muy complicado. Las personas realmente no lo entienden porque no son negras. Y parece que aún está prohibido hablar de ello. Queremos respeto y que se confíe en nosotros. Yo muchas veces llego al supermercado y tengo al de seguridad mirándome por si voy a robar. Me duele porque soy una persona normal. Y cansa mucho", apunta.

La cara de Ludmila cambia por completo cuando se abre este tema. Se siente impotente. "Los únicos que pueden cambiar esto son los blancos. Necesitamos vuestra ayuda", argumenta. Y se para un segundo para recordar uno de los momentos más duros que ha vivido en un terreno de juego. "Esto nunca lo he contado. En un partido de Champions noté un ruido como 'uu' cada vez que tocaba el balón. Yo pensé que no puede estar pasando. Y no quería pensarlo, pero era inevitable. Le comenté a unas compañeras y me dijeron que era algo de mi cabeza, pero sí que estaba pasando". El relato de la atacante brasileña desemboca en una pregunta cuya respuesta traza una deuda moral y social que sigue aumentando con cada uno de estos lamentables capítulos: "¿Por qué?".

«Me ponen mucho el emoji de mono...»

Sus características físicas se han convertido en un arma arrojadiza en la toxicidad de las redes sociales. "Me ponen mucho el emoji de mono o hablan de mi pelo. La gente a veces me dice que es normal. Y no. No es normal", denuncia. Lo siguiente sobre la mesa es uno de los temas más polémicos en el fútbol español: el racismo que sufre Vinicius, estrella del Real Madrid. Y Ludmila no duda en hablar del asunto con naturalidad y sin tapujos.

De clubes rivales, ambos jugadores comparten nacionalidad. Son brasileños. También la discriminación que sufren por ser negros. "El tema de Vinicius es muy complicado. A mí me ha afectado mucho psicológicamente todo lo que está pasando. Es muy triste. No puede estar pasando esto en España de forma tan clara", lamenta. Y abre el debate sobre la forma, muchas veces criticada, de jugar de los brasileños. "¿Qué pasa porque baile? Los brasileños bailamos. ¿Y qué?", remarca.

En esta línea, Ludmila habla sobre su gran personalidad sobre el verde. "¿Pantera Indomable? (risas) Sí. Soy muy rebelde. Algunos entrenadores me han pedido más pausa, pero yo no siempre logro controlarme y a veces mis piernas van mucho más rápido que mi cabeza", bromea sobre algunos de los apodos que se le han puesto por su fútbol desenfrenado y veloz.

El «otro mundo» de la favela

"La favela es otro mundo. Hay que vivir allí para saberlo. Yo te puedo decir que los niños van descalzos, que están hasta las 3 de la mañana jugando al fútbol, que se baila… pero hay cosas que sólo puedes saber si has estado allí". Ludmila es una de las 'hijas' de la favela. Con lo bueno. Con lo malo. Y, en cierto modo, su forma de actuar, de ser, se dibuja alrededor de la huella que ha dejado este lugar en ella. Aunque entender su historia es como saber de la favela sin haberse perdido ni un sólo minuto en sus calles.

El fútbol, su madre y su tía fueron, en diferentes tiempos, sus ángeles de la guardia para guiarla hacia el camino más acertado. Y el triunfo se halla ahora sobre el verde, aunque a veces éste ha supuesto demasiada carga personal. "Los que salimos de la favela pensamos que tenemos que hacer todo para ayudar a las personas que están allí. Yo siempre aprendí que tenía que dar y ayudar mucho a los demás. Tuve un momento de querer dejar el fútbol, de no aguantar más, pero tuve una fuerza siempre dentro de mí que me decía que tenía que seguir haciendo esto para ayudar a las personas", confiesa.

«Para ayudar a las personas tengo que cuidarme»

Su mal momento personal la temporada anterior le llevó a la reflexión. A cuidarse. A pensar en sí misma. En definitiva, a crecer personalmente. "Antes tenía mucha presión porque tenía que estar y ayudar a las personas porque pensaba que tenía que hacerlo para que me quisieran. Y eso no es así. He entendido que para ayudar a las personas también tengo que cuidarme. Y ahora he encontrado un buen punto de equilibrio. He podido ayudar a muchos niños y niñas. Cuando sé que necesitan balones, voy y compro. He podido comprar una casa. Antes daba todo a los demás y para mí nada", asegura.

De la chica que salió de la favela queda poco. Aunque suficiente para mantener esa esencia única que parece inseparable de su ser. De su fútbol. Un vínculo que la ha mantenido siempre unida a este lugar. "Hubo cosas malas, pero también tuve un montón de cosas buenas. Sí que siempre tuve ganas de crecer y salir de casa… Y ahora me he dado cuenta que no disfruté algunas cosas y volvería a vivir un poco aquello para disfrutarlo más. Si tuviera un día para elegir, volvería", declara.

Atrás también queda su difícil adaptación a España. "Nada más llegar, llamé a mi representante llorando y diciendo que me quería ir. No entendía nada del idioma. Luego vinieron también las críticas porque yo no tenía mucha técnica y la gente me decía que sólo sabía correr. Me puse una presión tan grande que no lograba ser yo misma", recuerda Ludmila, a la que entonces ayudaron mucho Silvia Meseguer y Amanda Sampedro. "Lloraba mucho y ellas me dieron el apoyo que necesitaba", añade. Ahora, admite haber encontrado su sitio y con él deja una nueva lección de vida. Otra más. "Cuando hacía las cosas bien, todo iba bien. Pero en cuanto tenía un error me venía abajo y me quería ir. Hasta que entendí que tenía que aceptar este reto y que tenía un contrato que cumplir. Después, empezaron las cosas a salir bien".