OPINIÓN

El Inter baja el suflé y fomenta la teoría de que el campeón saldrá del Etihad

Hakan Calhanoglu celebra el triunfo del Inter en las semifinales de la Champions. /AFP
Hakan Calhanoglu celebra el triunfo del Inter en las semifinales de la Champions. AFP

Uno pensaba que la excitación obligada por jugar una final de la Champions después de haber tenido una doble conversación con los ultras de tu club, iba a ocasionar una reacción bien distinta entre los jugadores del Milan. Cabía sospechar que los de Pioli, arrinconados por sus aficionados tanto el sábado como el domingo y obligados por los dos goles de desventaja del primer partido, iban a tocar arrebato desde el primer minuto e iban afrontar la vuelta de la semifinal como si fuera el último duelo de sus vidas.

No. Todo lo contrario. Desde su evidente inferioridad táctica, técnica y física desafiaron el partido con toda la quietud del mundo. Como si tuvieran calculado cuando tocaba acelerar y hasta entonces no había por qué arriesgar. Increíble. Parecía como si no tuvieran prisa por remontar. Ni salida en tromba, ni intensidad extrema. Una calma chicha a la que el Inter se unió con toda la camaradería posible. "Si tu que pierdes, no me atacas; yo que gano no tengo nada que decir".

Jugó el deseado Leao, el Vinicius del Milan, pero, posiblemente, no estaba para jugar. Una acción de las suyas, de esas de palmo de terreno, antes del descanso y poco más. Incluso le hubieran anulado el gol de haber entrado. El balón le tocó la mano antes de rematar cruzado. Ante un rival tan insulso, tampoco Brahim pudo incordiar entre líneas, el Inter, que jugaba de local, no quiso aventurarse más allá de lo que exigía el guion. Repitió el once titular Simone Inzaghi, pero su equipo no mostró las virtudes expuestas la semana anterior. Se bajó el suflé. Ya no pareció tanto. Seguramente porque no lo necesitaba, pero la realidad es que, pensando en la final, su grado intimidatorio ante el rival que le corresponda ha bajado bastantes decibelios.

La vuelta le ha robado, en parte, al Inter el subidón de la ida. Volvió a ganar, pero ya sin impresionar. Lo mejor fue que volvió a dejar su puerta a cero, pero ya no ofreció las sensaciones corales de días antes. Siempre quedará la duda de que no hizo más porque no lo necesitó o, por el contrario, porque en la primera actuación su puesta en escena estuvo sobredimensionada. Sea como fuere, coge fuerza la primitiva teoría de que la otra semifinal, la del Real Madrid y el Manchester City, era la verdadera final adelantada y que el que salga ganador del Etihad tiene muchas posibilidades de ser campeón. O en su defecto será el gran favorito.