Hay en esa doble vara de medir de Luis Enrique algo que no es exactamente prepotencia ni falta de humildad
Hay un momento del primer capítulo de "No tenéis ni **** idea", el documental de Movistar Plus + sobre el primer año de Luis Enrique en el París Saint Germain, que resulta especialmente llamativo. El entrenador coge a su gran estrella, Kylian Mbappé, el ídolo de los aficionados y la prensa, y después de un hat-trick le amonesta por no cumplir con sus labores defensivas. La idea es que el francés no se venga demasiado arriba y no se duerma en los laureles. "Es el mejor jugador del mundo", insiste el asturiano varias veces durante el documental… "Pero si siempre ganara el que tiene al mejor jugador del mundo, el PSG llevaría ocho Champions y no lleva ninguna".
Lo curioso es la manera de presumir de ello ante las cámaras, consciente todo el rato de que está protagonizando su historia. En un aparte, reflexiona "Claro, parece que como ahora ha marcado tres goles, no se le puede decir nada… uy, todos ofendiditos, ofendiditos porque se le ha dicho algo al crack… los cracks tienen que dar más ejemplo que los demás, como Kylian. Kylian lo da, pero eso no significa que no juegue mal, ¿eh? Y cuando juega mal, su míster se lo dice y no pasa nada". Y no pasa nada. Es raro escucharlo de Luis Enrique cuando todo el resto del capítulo está destinado a que nos enteremos una vez más de que a él no se le puede criticar y que, si se equivoca, basta con repetir: "¿Qué queréis, que sea perfecto? Pues no, no soy perfecto" como excusa para afrontar cualquier error.
Todo lo claro que Luis Enrique lo tiene con sus jugadores y lo difícil que le resulta aplicárselo a sí mismo. Efectivamente, incluso un entrenador descomunal como Luis Enrique -reconozco que pocos me han hecho disfrutar tanto de lo que en su día llamé en Twitter "putoloquismo"- comete errores y puede que se le comenten en una rueda de prensa o se hable de ellos en los distintos programas de radio o televisión. Mientras no se lleve a lo personal -soy consciente de que a menudo no es así- no debería pasar nada.
Hay en esa doble vara de medir de Luis Enrique algo que no es exactamente prepotencia, ni falta de humildad como se lee en los diarios franceses desde su llegada a París. Es otra cosa, pero no sé definirla bien. Un mecanismo de protección, tal vez. Un convencimiento no ya de estar siempre en lo correcto, sino de que no hay manera de distinguir lo correcto de lo incorrecto en la crítica ajena porque el mundo se ha confabulado contra él. Si a todo aficionado de fútbol le gusta pensar que su equipo lucha "contra todo y contra todos", Luis Enrique lleva esa mentalidad al extremo con su propia figura.
La soledad del corredor de fondo
Y la verdad es que ese continuo estar a la defensiva da un poco de pena, en el sentido literal de la expresión. Hay algo de solitario en Luis Enrique que te aleja necesariamente de alguien que a la fuerza tiene que ser interesante e incluso divertido. Todas sus actividades, todas sus relaciones con el entorno parten del "yo soy así", "si no os gusta, me importa un bledo" o, llevado al extremo, como él mismo afirma al principio del documental: "¿qué es lo peor? ¿Qué me echen? Pues no te preocupes, que no sería ningún trauma".
Luis Enrique parece vivir en un mundo sin consecuencias o en el que las consecuencias le son ajenas. Una extraña relación con la realidad. Da la sensación en el documental -y este artículo, hay que dejarlo claro, solo habla del documental, no de la persona- de que lo que quiere es que le dejen solo, en todos los ámbitos. Que, para él, lo único que importa, el único lugar donde se siente en casa es con su familia. Con su mujer y sus hijos. El resto es hostilidad. El trabajo obsesivo, tal vez heredado de Guardiola y tal vez producto de sus años con Van Gaal, redunda en esa soledad del entrenador ante sus errores.
Las horas y horas en la ciudad deportiva –"no sé cómo puede pasarse todo el día aquí", dice en un momento dado uno de los miembros del club- son un reflejo de esa soledad, de ese estar aparte. Incluso su obsesión con el ciclismo y el triatlón, deportes sumamente individuales, de reto con uno mismo al margen del juicio de los demás, van en una línea parecida. Luis Enrique ha desarrollado una serie de mecanismos de defensa que corren el riesgo de llevarse al personaje por delante. La vida le ha curtido, pero no puede negar uno siempre las opiniones ajenas porque es imposible que todas estén equivocadas.
Y aunque lo estuvieran, aunque efectivamente nadie tuviera ni **** idea de lo que Luis Enrique pretende, no es lógico pensar que se hace siempre desde la maldad. Por supuesto que el periodismo deportivo es un circo y por supuesto que el espectáculo vende, pero, igual que Mbappé no puede pensar que su entrenador lo critica porque lo odia, sino que ha de aceptar que lo hace por mejorar su rendimiento "y no pasa nada", Luis Enrique no debería darle tantas vueltas a lo injusto que es el mundo con él.
Más que nada, porque al anular el criterio del juicio, se pierde también la posibilidad del elogio fundado. Y Luis Enrique es un entrenador al que elogiar por múltiples cuestiones. Haga lo que haga el resto de su carrera, será de los tres o cuatro en ganar el triplete con un club de las grandes ligas. Haga lo que haga el resto de su carrera, será el que empezó a llevar a chavales de 18 años a la selección independientemente de lo que dijera la prensa cuando la generación anterior había tocado su techo. Haga lo que haga el resto de su carrera, asimilar el error le ayudará a crecer. Porque él también lo necesita, claro. Como Mbappé. Como todos, en definitiva.