"Con Djalminha merecía la pena pagar hasta para verlo en los entrenamientos"
Cuatro excompañeros definen al legendario brasileño del Deportivo: magia en estado puro, un genio, un tipo distinto, un animal competitivo… y gran persona en el vestuario.

Al fútbol de hoy le faltan guionistas. Alguien capaz de escribir relatos distintos, escenas diferentes, personajes llamativos. Salvo por arrebatos aislados y la emoción consustancial al juego, el fútbol actual parece sometido a la fría narrativa de los datos y lo acompaña la impresión de virtualidad de un vídeo juego. Como si lo programase una inteligencia artificial. Tal vez por eso ya no hay jugadores como Djalminha . O si los hay, no se comportan igual. Han venido y llegarán futbolistas quizás objetivamente mejores, fascinantes de otro modo, adaptados a un espectáculo y un lenguaje distintos, claro… pero falta algo. Un algo inaprensible y difícil de explicar. La diferencia entre jugar a la pelota en la calle y manejar los mandos de una consola. Algo que no se puede extrañar si no se ha visto. El alma. Que rima con Djalma.
Ese algo sólo se puede definir a base de nombres, para hacerlo reconocible. Cada uno elegirá su preferido. Esta vez le daremos uno de esos nombres bien brasileños, bien eufónicos. Resonante como el canto de un ave tropical: le llamaremos Djalma Feitosa Dias. Así resultará más sencillo de comprender.
Movistar+ estrena este lunes 'Puro Djalminha'. Y por eso reunimos en torno a una mesa imaginaria a cuatro personas que entrenaron, convivieron y jugaron al lado de Djalminha, el portador de la llama esencial del juego en aquel Deportivo campeón y sus alrededores. Son estos: Jaime Sánchez, compañero en la temporada de 1999/2000, la del título de Liga. Alfredo Santaelena, quien dejó el club de Riazor el mismo año de la llegada del brasileño, tras compartir unos meses hasta el mercado invernal. Paco Jémez convivió una temporada, la de la llegada de Djalma a Riazor; y Dani Mallo, portero de la cantera coruñesa a la sombra de varios gigantes, fue testigo excepcional de todo el paso del brasileño por La Coruña.
Sobre la mesa, escritas en una nota, estas simples palabras: "Dígame lo primero que se le ocurre si yo le nombro a Djalminha". Jaime: "Magia en estado puro". Alfredo: "Un genio con el balón. Un genio absoluto". Paco: "Un tipo distinto, imaginativo, mágico". Dani Mallo: "Un genio que jugaba como lo haría de niño. Un jugador no anárquico, pero sí libre en toda la extensión de la palabra". Y una consideración compartida por todos: "Un tipo excepcional, una gran persona. Un diez como compañero. Bromista, divertido y respetuoso. Muy buena gente".
"Con el balón le he visto hacer cosas en los entrenamientos que mi cabeza no podía procesar: ¿Pero cómo se le ha ocurrido eso?
Como ocurre con cualquier forma de arte, a Djalminha cuesta atraparlo en palabras. Ni siquiera las más generosas alcanzan para describir la feliz dimensión de su habilidad. "Para él era algo natural: lo mismo de los partidos lo hacía todos los días en los entrenamientos. Y no de manera esporádica, sino constante: te sorprendía en cada momento que vivieras con él", resume Jaime. Todos lo consideran un fuera de serie a la altura de los mejores: "Técnicamente, el mejor o de los mejores con los que he jugado", pondera Alfredo, que compartió equipos con nombres como para armar un Parnaso futbolístico: Futre, Donato, Schuster, Bebeto, Rivaldo... Paco Jémez no tiene dudas: "Desde el punto de vista técnico he visto muy pocos jugadores como Djalma, muy pocos. Era un jugador tremendamente imaginativo, mágico, capaz de cualquier cosa con el balón: lo he visto hacer cosas en los entrenamientos que mi cabeza no podía procesar. ¿Pero cómo se le ha ocurrido eso?".
Pero no se trataba sólo de la maestría con la pelota y el aderezo de la imaginación. Por encima de todo lo demás, Djalminha tenía un rasgo distintivo de los mejores: su irrefrenable carácter competitivo. "El tío no quería perder nunca. Era un ganador hasta en los rondos, en cualquier ejercicio, en el partidillo de los jueves…", dice Alfredo Santaelena. Todos lo destacan y Jaime subraya el efecto multiplicador de ese carácter: "Siempre se ha hablado de su preciosismo, pero lo que no se dice es que era competitivo al máximo. En el campo, en cada entrenamiento, Djalma te arrastraba. Y cuando te equivocabas, él empujaba… Eso mantiene a todo el mundo alerta". Dani Mallo aporta: "Es una característica muy buena para un deportista de alto nivel, porque sin esa competitividad no vas a llegar".
Paco Jémez relata una anécdota definitoria de la determinación de Djalminha: "En los entrenamientos, sobre todo al principio, yo le metía bastante. Le daba, le daba bastante. Pero él jamás rehusaba el duelo. Nunca. Era tremendamente osado. Ese tipo de jugadores tienden a desaparecer en situaciones así. Con los brasileños a veces pasaba. Pero a este le daba igual lo que tuviera delante. Si tú le habías pegado una patada, a la siguiente ocasión se iba otra vez a por ti".
Djalminha fazendo o pênalti com cavadinha contra Milan, Real Madrid e Arsenal.
— Futebol Nostálgico! (@futnostalgico) May 5, 2024
Nostálgico! pic.twitter.com/fg0QvaeWnU
Esa personalidad cruzada de audacia la llevaba Djalminha allí donde encontrase una pelota. Fuera un entrenamiento, un partido de fútbol tenis, en la playa o, ya veterano, en los partidos indoor: "Te tomaba el pelo, te hacía un caño, tiraba un sombrero… No quería vacilar, él jugaba así. Luego iba al Bernabéu y hacía lo mismo", cuenta Dani Mallo. Porque, sí, a Djalminha lo de jugar contra los grandes equipos de la Liga y de Europa le encantaba: "Jugaba siempre como si siguiera en el barrio. Y tenía esa actitud de voy a ganarles, a demostrarles que no son mejores que yo. No cambiaba sus rutinas ni hacía nada distinto antes de esos partidos, pero en el campo jugaba para decirles: yo soy tan bueno como vosotros".
"Te tomaba el pelo, te hacía un caño, tiraba un sombrero... Pero no era para vacilarte: después iba al Bernabéu y hacía lo mismo. Él jugaba así, como en el barrio"
En este punto conviene situar a Djalminha en el entorno de aquel Deportivo conocido como Super Depor. El apelativo no puede ser casual: hablamos de un equipo mayúsculo. "Cuando llegué los mediocentros eran Donato, Mauro Silva y Jokanovic -remarca Jaime-. Por fuera jugaban Fran, Víctor Sánchez, Djalminha. Arriba estaban Makaay, Pauleta, Iván, el Turu Flores… Ibas a Riazor y era como ir al teatro". Para Dani Mallo, la magnificencia de aquellas alineaciones aún comporta una resonancia especial: "Eran gente a los que yo veía en la tele, en mi pueblo… y de pronto me encontré entrenando todos los días, durante años, con ellos. Estaba en el filial pero iba más veces convocado con el primer equipo. Y llegué a recorrer mi ciudad subido en un autobús... Para alguien como yo, de Cambre -donde ahora es concejal, por cierto-, es algo que no se me va a borrar jamás. Nunca pensé vivir algo así".
Dani Mallo se mantuvo durante años a la sombra de metas como Songo'o, Molina o Kouba. "No jugaba pero estuve en muchas convocatorias porque la intensidad de la competición, las lesiones, selecciones, etc. daban oportunidades a todo el mundo. Esa fue una de las claves del Deportivo: todo el mundo era importante". Si uno revisa los datos y los partidos, encuentra en muchas ocasiones a Djalminha de suplente. Incluso en encuentros decisivos. Pero no era raro porque la competencia por un puesto en el once resultaba brutal en aquel Deportivo: "Djalma era quien marcaba la diferencia, pero todos se complementaban y cada uno asumía su rol y se sabía importante", explica Jaime.
"Cuando había partidos de selecciones, allá entrenando nos quedábamos tres -recuerda Dani Mallo-. La plantilla era tremendamente compensada. Si faltaba Djalma estaba Valerón, por el otro lado jugaba Víctor, en la izquierda Fran, Flavio, Mauro Silva, Donato jugaba de central…". Lo más notorio de una reunión como esa lo corrobora Jaime: "Era un equipo muy completo, en todos los sentidos. Jugadores de talla mundial que no acababas nunca de enumerar. El Deportivo hacía un fútbol preciosista, pero al mismo tiempo preciso, duro y solidario".
Djalma era un personaje cuyo tamaño trascendía el campo de fútbol, pero la caracterización de sus compañeros desmiente cualquier prejuicio: nada de egoísmo, notoriedad insolidaria o individualismo. Quería ganar y arrastraba a quien hiciera falta en ese impulso. La toca Alfredo: "Djalma tenía una mentalidad muy ganadora y encajaba perfectamente con aquel equipo". La pone Jaime: "Ese Deportivo era un entorno perfecto para él". Remata Paco: "Los brasileños tenían fama de jugar bien el balón, pero les faltaba un poco de garra, de brío. A éste no: a este le dabas y no desaparecía, volvía a por ti. Ahí es donde me di cuenta y dije: "Hostia, no hemos firmado sólo un buen jugador, hemos firmado a un tipo que nos va a dar mucho".
La gestión del paraíso
Manejar un vestuario de esas dimensiones requería una forma de liderazgo singular. No se puede pasar por alto el manejo de los hilos de Jabo Irureta, el entrenador. Como cualquiera sabe, Irureta es una figura principal en la historia de Djalminha en el Deportivo. Pero, antes de llegar ahí, resulta necesario ponderar su importancia como técnico: "Jabo fue muy inteligente -analiza Dani Mallo-. Sabía que iba a necesitar a todos y necesitaba manejar el vestuario sin crear malos ambientes, sin generar tiranteces de más. Su fórmula fue -resume el ex portero- no añadir más problemas al único problema: que cada domingo sólo podía elegir a once para jugar".
Irureta contaba con dos ventajas complementarias. Una, la extraordinaria nómina de futbolistas. Otra, tanto o más importante, la disposición de todos: "Yo he tenido la suerte de jugar con Donato, con Bebeto, con Mauro, con Flavio… Y desde luego con Djalminha -explica Alfredo Santaelena-: y a todos los definía lo mismo, haber sido futbolistas grandísimos y personas humildes, que se integraban perfectamente en el grupo". Pese al siempre mencionado lado oscuro de Djalminha, ninguno de sus compañeros encontraron en el brasileño las trazas de un divo. Más bien al contrario: "Si no fuera como es, si no fuera buena gente y no lo hubiera demostrado como lo hizo, entonces no tendría el reconocimiento que tiene", dice con rotundidad Jaime. Lo ratifica Alfredo: "Nada que ver con ese tipo de futbolista con ego, que te mira por encima del hombro. No. Djalma era un diez, como futbolista y como persona".
Hablando con sus ex compañeros, uno enseguida aprecia una sutil diferencia. En el campo, el futbolista era conocido como Djalminha: derivación típicamente brasileña del nombre de su padre, el defensa internacional Djalma Dias. Pero sus amigos se refieren a él como Djalma, con un punto de afectuosa familiaridad. Todos dijeron sentirse orgullosos de haber participado en este recuerdo del brasileño. En el caso de Dani Mallo, al punto de una visible emoción: "A mí Djalma me cuidó mucho. Yo era muy joven, venía de la cantera… y él me tomaba el pelo, me vacilaba y se reía desde el cariño. Muchas veces se quedaba tirando faltas y yo me quedaba de mil amores con él para que tuviera un portero… hasta que se cansaba. Probaba cosas, golpeos inverosímiles, con superficies inimaginables". Es un recuerdo aún emocionante: "Siempre le daré las gracias por el respeto que me tuvo. La última vez que nos vimos me dio un abrazo y significó mucho para mí".
"Djalminha y Fran jugaban partidos de fútbol tenis en el vestuario antes de los partidos. Buah... era asombroso: se podía pagar una entrada por ver aquello"
El exportero y Jaime recuerdan como auténticos acontecimientos los partidillos de fútbol tenis que Djalminha y Fran jugaban en el vestuario de Riazor antes de los partidos. "Bah, se podía pagar una entrada por ver eso, en serio: era asombroso", dice Jaime. Lo explica Dani Mallo con precisión: "El vestuario tenía dos zonas, una para cambiarnos y otra auxiliar en la que hacíamos estiramientos, calentábamos, etc. Bueno, pues ahí Fran y Djalma cruzaban un banco a modo de red y con una pelota se ponían a jugar al fútbol tenis antes de los partidos". Entre los propios compañeros reinaba el asombro: "Nos quedábamos todos mirándolos, embobados: qué calidad, qué técnica, qué cosas hacían… Era una locura".
En aquellas manifestaciones espontáneas de genialidad estaba convocado todo lo mejor de un jugador formidable, a quien sus compañeros definen como "un bromista nato". "Era siempre así, te tiraba caños y se reía. Te bajaba los pantalones en los entrenamientos… esas cosas típicas entre jugadores", cuenta Alfredo. Contra la idea general de la genialidad como rasgo de individualismo, Djalminha hacía grupo: "Era un tío muy muy cercano a todo el mundo, nada altivo. Esa actitud, en un vestuario, es muy importante. Te da muchos puntos", apunta Alfredo. Paco Jémez lo corrobora: "Era un tío divertidísimo. Toda la gente que ha estado con él, todos lo quieren con locura, porque es un tío que se deja querer: en el vestuario, si podía, te echaba una mano siempre, siempre".
Un calentón que cambió todo
Por eso, el decisivo episodio del incidente con Jabo Irureta fue recibido por quienes lo conocían de cerca con una extrañeza que a día de hoy se mantiene. A todos les cuesta reconocer a Djalma en esa actitud de enfrentamiento, cuando llegó a darle un leve cabezazo al entrenador a raíz de un momento de enfado durante un partidillo de entrenamiento. Alfredo ya estaba lejos del Deportivo cuando ocurrió, pero lo tiene igual de claro: "Jamás le vi actuar de esa manera. Sería un calentón, algo aislado. Un borrón en su carrera, un error muy grande". Tanto que le acabaría costando la convocatoria con Brasil para la Copa del Mundo de 2002 (ganada por la canarinha) y determinó sus últimos años en el Deportivo: "Ese incidente le marcó mucho. A mí me recuerda al cabezazo de Zidane a Materazzi: un momento tremendamente desafortunado que alcanzó mucha relevancia, como es lógico. Puede que estuviera fastidiado por no jugar, pero como cualquiera: nos sorprendió a todos y nunca habríamos esperado algo así", reconoce Dani Mallo.
"Lo de Irureta fue algo aislado, un calentón, un borrón y un gran error. Jamás le vi actuar de esa manera"
Con los años, Djalminha ha admitido su desacuerdo futbolístico con Irureta. El brasileño no lo reduce al hecho de jugar más o menos, sino a la idea futbolística de Jabo. Un desencuentro latente durante toda su convivencia, incluso el año de la victoria en la Liga. Irureta le quitó importancia al incidente y ni siquiera hubo una sanción. El castigo lo decidió, de manera diferida, Luiz Felipe Scolari, seleccionador de Brasil. La estrella de Djalminha en el Deportivo, sin embargo, se apagó de ahí en adelante. Fue cedido en 2002 al Austria Viena. Regresaría al año siguiente, pero el declive de su protagonismo fue ya irreversible. Y en 2004, siete años después de su llegada y tras un periodo rutilante, salió libre para el América mexicano.
La historia, así, no tuvo un final feliz. O sí. "La prueba de que la gente se quedó con lo bueno es que cuando vuelve a Riazor, el estadio se pone en pie", señala Jaime. Ocurre con los grandes relatos, que admiten interpretaciones. Y el de Djalminha lo es. Con sus trazas de héroe y de ángel caído, luces y sombras. Pero al final, el fútbol lo redime todo. Como se dice en los obituarios: al brasileño lo sobrevive su genialidad, imborrable. Entonces, ahora y siempre: "Con Djalminha merecía la pena pagar hasta para verlo en los entrenamientos".