El despido del entrenador: "Me daba cuenta por las caras, no eran las mismas miradas de antes"
La guadaña del despido se acerca a los entrenadores de diferentes maneras. A veces uno, que no es tonto, lo ve venir. Primero, porque los resultados no llegan, pero también por las caras con las que te miran los que te rodean, que suelen decir muchas cosas, más de lo que se puede imaginar uno que no ha vivido nunca esa situación. Como entrenador lo notas. Te suele pasar sobre todo con los directores deportivos y con los jugadores que juegan menos. Te comienzan a mirar de otra forma distinta. ¡Coño, aquí pasa algo!, piensas.
Otras veces, la destitución te pilla por sorpresa. Para mí, estas son las peores. Son las que peor cuerpo me dejaron. Evidentemente, si te echan es porque las cosas no van bien, pero hay situaciones en las que uno, desde dentro, piensa que no está tan mal la cosa y que con un poco de paciencia se puede, incluso, arreglar y salir hacia delante. En esos casos no te da tiempo ni a ver esas caras a las que me refería antes y que te pueden servir de preaviso al ya definitivo "hemos pensado que lo mejor es que dejes el equipo".
En mi larga carrera he pasado por las dos situaciones. Por despidos que veía venir y por despidos que me dejaron con cara de bobo porque no me los esperaba de forma tan fulminante. Esta última sensación la viví, precisamente, la primera vez que me ocurría. Fue en el Athletic. Duramos diez jornadas. Empatamos con el Celta en San Mamés y nos mandaron para casa. Es verdad que estábamos penúltimos, a dos puntos de cuatro o cinco clubes, pero yo estaba convencido de que el equipo iba para arriba. Pensaba que nos iban a dar un poco más de vida. Era la primera vez después de once temporadas que me sucedía algo así.
Me sorprendió, Fernando Lamikiz, el presidente, que había confiado en mí. Me fue a buscar al Eibar. No se tuvo en cuenta que habíamos tenido una pretemporada muy especial. Contra la voluntad de los técnicos, nos apuntaron a la Intertotto por el orgullo de que el Athletic tenía que disputar una competición europea. Comenzamos la pretemporada el 25 de junio con 12 o 13 chavales del filial, del Bilbao Athletic, y con los suplentes de la temporada anterior. Los titulares se incorporaban más tarde para tener su mes de vacaciones. Cuando volvieron todos, me encontré con más de 30 jugadores y aquello era difícil de entender.
Encima, nos eliminaron de la competición. Nada de eso se tuvo en cuenta y nos fuimos para casa. Por no haber, no había en Bilbao ni el runrún clásico de esas situaciones, ni entre la afición ni entre los medios de comunicación. Fue bastante súbito. Me dolió bastante. Era el Athletic, mi casa, el club en el que había crecido como futbolista... Esperaba un poco más de paciencia. Querían hacer las cosas muy rápidas y, a veces, el propio fútbol te pide hacerlas más despacio.
El segundo 'palo' fue en Valladolid, pero todo fue distinto. Llegó a la cuarta temporada de estar allí. Llegamos, ascendimos, estuvimos dos años más en Primera con buenos resultados y al cuarto, mediado el año, comenzó el runrún de que nos podían echar. Cómo estaría la situación que estuvimos dos semanas sin ir a nuestras casa los días de descanso. No íbamos ni a ver a la familia. A la tercera semana, como nos íbamos salvando, decidimos tomarnos el día libre... y entonces fue cuando nos echaron. Me llamaron a Zaldibar y me lo dijeron por teléfono. No estábamos en posiciones de descenso, pero ya sabía que habían existido reuniones entre el director deportivo con la directiva. No me decían nada, pero se intuía lo que estaba sucediendo incluso desde el final de la temporada anterior, que no fue bueno, aunque nos terminamos salvando en la última jornada y por eso seguimos.
Mi siguiente club fue Osasuna. No comencé desde el principio (2010-11). Llegué en febrero a falta de de 15 jornadas. Sustituí a Camacho. Era la primera vez que llegaba a un equipo supliendo a un colega. Hicimos 25 puntos y nos salvamos. De estar en descenso, quedamos novenos. Hicimos tres temporadas más y en la cuarta volvió a llegar la destitución. En esta ocasión, tuvo mucho que ver que en el segundo año hubo un cambio de directiva. A nosotros nos fichó Izco y nos echó Archanco. Nos despidieron en la tercera jornada, aunque también durante la temporada anterior comenzamos a darnos cuenta de que no éramos el equipo técnico que quería la nueva Junta. Se veía muy claro, muy claro, que no nos querían. Se tuvieron que quedar con nosotros porque en el contrato había una cláusula que decía que si nos manteníamos, teníamos un año más automáticamente.
No digo que fue lo mejor que nos pudo pasar, porque no me gusta que me echen de los sitios, pero al final casi nos hicieron un favor. Por lo menos, nos salvamos de todo lo que sucedió después, al final de temporada, con los rumores sobre los amaños de partidos, que esta misma semana se ha visto el caso por el Tribunal Supremo. Lo que es seguro es que en las tres jornadas que estuvimos nosotros no pasó nada raro. Con el tiempo, he pensado que también me equivoqué yo por seguir ese cuarto año sabiendo que no nos querían. Era algo evidente. Por ejemplo, Javi Gracia, que fue el entrenador que me sustituyó, la temporada anterior vino a vernos a muchos partidos que se jugaban cerca de Pamplona. Era primo de Peralta, uno de los directivos que mandaba mucho en Osasuna. Ese hacía cosas. Son detalles que te das cuenta con el tiempo.
En el Levante nos pasó algo parecido a lo que nos había sucedido en el Athletic. Estuvimos ocho jornadas. Ahí la culpa la tuve yo. Quise cambiar mucho la forma de jugar. El equipo venía de Caparrós, de ser más defensivo, y quise pasar a jugar a mi manera, al ataque, en campo contrario... y no terminé de convencer a los jugadores. Tampoco nos dieron mucho tiempo. No estábamos tan mal y fue una destitución fulminante. Sin rumores ni nada. No lo vimos venir. Quise echar un poco marcha atrás con el estilo, la única vez en mi carrera, pero no nos dio tiempo, nos echaron.
En los seis años de Eibar hubo momentos malos, pero los supimos superar. Por un lado, porque el club tuvo cierta paciencia y, por otro, porque conocíamos la plantilla y habíamos aprendido de las anteriores experiencias. Cuando peor lo tuvimos fue un año que comenzamos muy mal, pero con un simple cambio de defensa, superamos el bache. Durante tres o cuatro partidos pasamos a jugar con tres centrales. El equipo comenzó a ganar, se asentó y nos dio tiempo a volver la defensa de cuatro, que es una constante en mis equipos. Con lo complicado que es el fútbol en otras ocasiones, en esa, con ese simple cambio, dimos el volantazo y nos salvamos cuando el runrún nos acechaba de cerca. Yo no soy de cambios radicales. Tengo mi idea de juego y la mantengo, pase lo que pase.
Mi último despido fue el de la temporada pasada en el Alavés. Nos equivocamos. Entramos tarde con el equipo, ya en descenso, y no supimos tampoco darle la vuelta. No dimos con la tecla. Jugamos bien contra los grandes, pero sin conseguir ganar. Ni siquiera acabamos la temporada. Cuando comencé a entrenar escuché a un técnico decir que no eres un entrenador de verdad hasta que no te despiden una vez. Yo, por lo tanto, ya puedo considerarme un entrenador de esos.