OPINIÓN

El Cholo transforma el delirio futbolístico en el mejor jugador del Atleti

Sorloth celebra un gol del Atlético. /EFE
Sorloth celebra un gol del Atlético. EFE

Prometo que estoy a punto de presentar mi dimisión. Me rindo. Cada partido en el que tengo que escribir sobre el Atlético del Cholo me produce un esfuerzo mental que me lleva al agotamiento físico. Me paso los noventa y tantos minutos apuntando y apuntando cambios. De sistema y de jugadores. Cuando todo acaba, no sé realmente si el equipo ha jugado bien, mal, regular o como siempre. Me cuesta achicar las ideas sobre el encuentro en sí y casi siempre tengo la sensación de que tengo más claro cómo se ha comportado el contrario que cómo lo han hecho los rojiblancos.

Según avanza la temporada y cada duelo en la Liga y en la Champions se convierte en repetidas finales, el equipo se ha sumergido en una espiral y se ha enganchado a un delirio futbolístico que no tiene ni pies ni cabeza, pero que termina por sacar adelante a base de reacciones y remontadas de ultimísima hora que le permiten sumar los tres puntos en muchos encuentros como, por ejemplo, el jugado contra un Alavés.

Todas las facetas de este juego llamado fútbol se visten de extravagancia cuando pasan por las manos del Cholo y sus jugadores. Hasta las que afectan directamente a las decisiones arbitrales. Me parece impropio de una de las dos mejores ligas del mundo que se pueda señalar un penalti como el que se pitó a Abqar. Ni reglamento, ni leches en vinagre. Ni brazo abierto, ni ocupación de un lugar no natural. ¿Qué culpa tiene el defensor marroquí, por cierto un pedazo grande de central, que el balón le caiga en una extremidad superior que está dislocada en su espalda después de un salto y el contacto con un tanque que responde al nombre de Sorloth?

Pero si lo del reglamento, las manos y las interpretaciones de los árbitros es para dejarse las venas largas, lo del Cholo y sus jugadores merece una visita al diván. ¿Cómo se puede pasar, solo con un descanso de por medio, de una primera parte previsible, soporífera, jugada al ritmo que imponía Koke y basada en un repliegue arrugado en tu campo, a una segunda presionante, vertiginosa, intensa, profunda y jugada al ritmo que marcaba Giuliano Simeone? No puede ser. Tiene que existir un término medio. No se puede resumir todo en el zafarrancho de sistemas, ni en las sustituciones... Tiene que haber algo, mucho, más. Tiene que existir alguna razón futbolística y, de verdad, que no las encuentro porque cada rato del partido el Atlético presenta una solución distinta, una variante diferente.

Medio tiempo, el primero, plantado sobre un 1-4-4-2 estático y sin producción. En el segundo comenzó el delirio. Las entradas de Giuliano y Sorloth originaron la primera metamorfosis posicional y el salto a una defensa de tres centrales. El recién salido Simeone se colocó de carrilero derecho; Lino, de interior zurdo, pasó a carrilero izquierdo; Azpilicueta, de lateral diestro a central zurdo; Correa y Griezman de referencias arriba a mediapuntas por detrás de Sorloth.

Diez minutos después, sin tiempo a que cada jugador hubiera podido asimilar cuál era la exacta ocupación del espacio que tenía que ocupar en ese momento, Julián y De Paul entraron por Correa y Lino. Barrios tuvo que salir del eje del juego para marcharse donde estaba Lino, es decir, de carrilero zurdo, bien abierto a la banda. Le salió bien ese movimiento al técnico. El irregular e intermitente De Paul puso la pausa justo al lado de donde Giuliano metía la velocidad. La mezcla perfecta. Del 'rubio' salieron los pases de la jugada originaria del penalti y de segundo gol de Sorloth. Siete minutos tardó el Cholo en deshacer el cambio del minuto 63. Riquelme entró por Koke y se fue a la banda izquierdo donde Barrios que llevaba siete minutos allí desplazado, volvió al centro.

Entre tanto galimatías, remontada heroica, como viene siendo habitual a lo largo de la temporada. Fue ponerse por delante y al técnico argentino le faltó tiempo para dejar plasmada su último toque de inspiración táctica. Vuelta a la línea de cuatro atrás (Giuliano-Witsel-Lenglet-Azpilucueta; cinco centrocampistas (Riquelme-Barrios-Griezmann-De Paul-Julio Álvarez) y Sorloth, por delante... pero en la divisoria. Evidentemente no era cuestión de arriesgar. Quedaban 10 minutos de partido y el delirio futbolístico ya había conseguido su objetivo supremo: los tres puntos para intentar volver a ser primero de su Liga.