El plano del bochorno: cuando un canapé vale más que una final de la Champions

La imagen del bochorno. El canapé que vale más que una final. Tengo 27 años y no he podido ir nunca a una final de Champions. Lo he soñado, cientos de veces, pero nunca lo he conseguido. Como yo, miles. Aún recuerdo cuando fue en mi Madrid natal y lo intenté por todos los métodos. Aún recuerdo al niño que fue de la mano de su padre a la plaza de Goya para intentar entrar en la final del Eurobasket entre España y Rusia y se fue llorando a casa. Sé que papá hubiera hecho todo lo posible y más para que lo viéramos desde la grada, pero hay precios que ni toda la ilusión del planeta puede pagar. Yo, para entonces no tenía un sueldo, pero sí toneladas de fe. Ver a mis ídolos, fueran de mi equipo o no, jugarse una Liga de Campeones es todo lo que podría tener. El niño que anhelaba con jugar y que se hizo mayor para querer ver y contar. No sé si alguna vez tendré la oportunidad de ir, por mucho que lo tenga anotado en mi diario como esas cosas que perseguiré hasta el día en que me muera. Por eso, siento la indignación más profunda cuando un sector del estadio estaba completamente vacío con la segunda mitad ya en juego. Lo siento, pero ese no es el fútbol que me gusta. Ni el fútbol que está en la calle. Para vanagloriarse con el lema del "fútbol es de los aficionados" primero hay que dar ejemplo.
Como yo, otros tantos hubiéramos dado todo por estar en Wembley. Nos hubiéramos dejado nuestros ahorros, hubiéramos trazado itinerarios imposibles. Como si nos tocara ir andando. He visto lágrimas en gradas que solo se explican desde el que está ahí. Imágenes imborrables. Momentos que recordaremos toda nuestra vida. Sueños cumplidos. Y mientras veo cómo una inmensa grada, para cientos de personas aún tenía muchísimos huecos en el minuto 55 de partido. Probablemente existirá un storie en el Instagram de cada uno de ellos. Probablemente le acompañará el texto 'the place to be'. O se coronarán como los aficionados más fieles de Real Madrid o Borussia Dortmund.
No nos engañemos. Si habéis llegado hasta aquí sabéis tan bien como yo que esas personas disfrutaban de un canapé de vanguardia, una copa de vino y, si pudieran, de un grupo de camareros abanicando o fisios dándoles un masaje. No es su prioridad por encima del fútbol, pero casi. En el minuto 46, la grada estaba vacía. En el 50', semivacía. En el 55', con algunos huecos. En el 60', ya casi lleno. Casi. Es posible que la gente que debía ocupar esas localidades ni siquiera supiera que el descanso de un partido de fútbol dura 15 minutos. Tampoco sería excusa. Esas zonas cuentan con monitores de televisión y el ruido que les rodea no deja lugar a dudas.
Esta mañana, nos levantamos con la resignación de ver a 270 madridistas sin poder viajar a la final por un vuelo cancelado. En su maleta había ropa y la gran oportunidad de vivir con los suyos toda una final de Champions. Ilusiones rotas, una injusticia. De ellos también es la victoria, si llega, o el cariño si se cae. Porque debían haber estado ahí. Porque en el 45:01 hubieran estado en su asiento, animando, sufriendo o lo que correspondiese.
UEFA ha impuesto unos precios que van desde los 70 euros para los más afortunados hasta los 713 euros para los que tuvieran la suerte de caer en los sectores de entradas más caras. ¿Cuántas familias se habrán quedado en casa por no tener la capacidad de pagarlas, incluso ganando el sorteo?, ¿cuántos niños pensarían que irían y sus padres les tuvieron que decir que no?
Y lo que es peor, ¿cuántos aficionados se habrán dejado los ahorros de todo un año para estar en Wembley?, ¿cuántos habrán recorrido miles de kilómetros?, ¿cuántos habrán hecho horas y horas de viaje para disfrutar de todo esto? Cada pase es por ellos, los que dan sentido a esto. Y también para los que estamos en casa. Para los que pensamos en que el año que viene a lo mejor podemos ir, como cuando vemos desde la televisión el sorteo de 'El Gordo'.
Mientras esperamos nuestra oportunidad, unas 500 personas contaron con el honor y el privilegio de ver desde primera línea, en una posición inmejorable, la final de Champions entre el Real Madrid y el Borussia Dortmund. La final y la genial decoración de la zona VIP. Y sus canapés. Y sus copas. ¿Y el fútbol? El fútbol es de los aficionados.